La transición puede ser constante o súbita; los cambios pueden pasar desapercibidos – pero para aquel que se distancia de un espacio particular y vuelve a adentrarse, la (des)construcción es innegable.
Hace tiempo que no venía a la UPI. En cuestión de meses era suficiente para que el imaginario de la Universidad rellenara los espacios de realidad que la memoria no lograba evocar con precisión.
Lo más triste siendo las verjas y las vallas que impiden el acceso a los lugares que frecuentaba durante mi bachillerato. No puedo recordar cuando fue que “la carpa de humanidades” se separó y escurrió a partes del Recinto. Cuando caminaba hacia el Centro admiré con detenimiento el área: nadie que no lo hubiera vivido podría sugerir que aquel espacio era el punto de encuentro entre clases: todas las mesas, una carpa.
Y así esa entidad omnipotente ha fragmentado (y continúa despedazando) el Recinto. El recorrido de ayer y hoy ha servido para ver cuan inaccesible está la Universidad que viví. Entre los pocos estudiantes que avisto por los pasillos, apurándose a sus clases – como hormiguitas en fila hacia su hormiguero, nada de corillos, nada de gente, nada de nada, no conozco a nadie.
Humanidades intenta, uno que otro grupito se pasa debajo de los árboles, pero ya son pocos y no es lo mismo. Ya llegando al Centro veo que cerraron por completo el área que lleva al segundo piso – recuerdo cuando daban películas allí, una de las mejores cosas del Centro.
Una vez bajo las escaleras, me encuentro con el señor que vende los dulces. Hasta él tiene que moverse cuando fragmentan los espacios del Recinto. No es lo mismo.
Ya en el Centro me doy cuenta que el cambio no ha sido tan extremo: todavía hay estudiantes que matan el tiempo aquí. El sonido de los dominós me tranquiliza, me lleva a aquellos días de prepa cuando ver a los muchachos jugar ayudaba a acortar ese tiempo entre clases. La esquina sigue siendo la esquina, menos mal.
Somos la generación de la (des)construcción. Se derrumban, fragmentan y destruyen los lugares que albergan memorias y apuntan a las vivencias indelebles de aquellos – que como yo, añoran el retorno del espacio. Me da pena ver que los estudiantes de ahora no viven la UPR que yo viví, es algo nuevo, es algo diferente, pero no sé si sea mejor.