Es probable que el nombre de Néstor E. Rodríguez resulte poco familiar en los círculos económicos y financieros de República Dominicana, pero sí lo es en el pequeño mundo literario e intelectual, donde tiene una presencia indiscutible, a pesar de haber emigrado hace tiempo; de que se educó en Puerto Rico y Estados Unidos; y de que reside desde hace años en Canadá, donde enseña literatura en la Universidad de Toronto. Rodríguez, distinguido intelectual de la llamada “diáspora” dominicana, es poeta y ensayista, nacido en La Romana hace 38 años. En el año 2004 fue galardonado en Ciudad de México con el Premio al Pensamiento Caribeño por su obra “Escrituras de desencuentro en la República Dominicana”, publicada por la prestigiosa Editorial Siglo XXI, así como el Premio Concha Meléndez de Crítica Literaria en San Juan de Puerto Rico, por “La isla y su envés: representaciones de lo nacional en el ensayo dominicano”, bajo el sello editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña en el año 2003. Con estas credenciales, Rodríguez hace su entrada a la Colección del Banco Central de la República Dominicana con su libro “Crítica para tiempos de poco fervor” −con diseño de cubierta de Irina Miolán y diagramación de Modesto Cuesta−, un conjunto de artículos, ensayos y entrevistas que él ha dividido en tres secciones: “Posiciones”, “Crítica” y “Confluencias”. La lectura de estos trabajos ha dejado en quien esto escribe una grata impresión y una enseñanza sobre el quehacer de un crítico que practica lo que pregona, ya que para él: “Todo crítico que se respete debería aspirar a que su labor constituya una forma de pedagogía pública, una conversación franca, y enriquecedora para sí mismo y para sus lectores”. Y es que sus escritos, a lo largo de las páginas de su libro, hacen honor a su concepto de que “…un escrito de crítica literaria [es] un comentario incisivo y bien elaborado que resulta edificante para el lector”. Los ensayos de Rodríguez revelan no sólo su sólida formación académica, sino que demuestran el principio generador de su labor intelectual, forjada pacientemente en el estudio y la investigación. El autor maneja una prosa de gran precisión, cristalina, sin alardes retóricos ni enredos expresivos, o sea, sin “frases cohete” con las que pretende confundirnos cierta malhadada crítica local que Rodríguez es el primero en combatir con buenas razones. Las críticas se sustentan en un respetable aparato teórico-analítico, aunque el autor jamás deja ver los andamios. Emplea el idioma con una admirable economía de recursos, de espaldas a desbocamientos y pirotecnias verbales que resultan asfixiantes; pero sin asepsia alguna, sin pretensiones de falsa neutralidad ética, porque sabe muy bien que el crítico debe tomar partido y hacer frente a las consecuencias de su decir. Rodríguez asume una postura de gran valentía al enfrentar mitos consagrados, prejuicios raciales, sociales y culturales, falacias insostenibles, dogmas que han impedido el desarrollo de la literatura y del país. Cuando cuestiona el paternalismo de la crítica dominicana, su egoísmo, su pereza y su vanidad, se enfrenta a conocidas figuras de nuestro medio cultural, sin temor a las represalias que su acción podría desencadenar. Otro de los aspectos de indiscutible valor es el haberse ocupado de escribir sobre facetas poco exploradas de la obra del gran humanista Pedro Henríquez Ureña. Primero nos cuenta emocionado su hallazgo en la Robarts Library de la Universidad de Toronto, al encontrar un ejemplar de la edición príncipe de “Horas de estudio” −publicada en París en 1910−; el sacudimiento interior que experimentó al leer la dedicatoria de don Pedro a un distinguido hispanista, y las erratas del libro “meticulosamente corregidas por el maestro”. Después, en otro importante ensayo, nos habla de un Pedro Henríquez Ureña casi desconocido: el político, rastreado en el epistolario con su hermano Max; su desavenencia con Trujillo cuando desempeñó, por año y medio, el cargo de Superintendente General de Enseñanza en los inicios de la dictadura; y su intercambio de cartas con Juan Bosch y Pericles Franco, señeros integrantes del exilio antitrujillista. De particular valor me parece la mirada integradora de Rodríguez al ocuparse de la literatura antillana escrita en nuestro idioma, dedicándoles ensayos, artículos y entrevistas a escritores relevantes de República Dominicana, Cuba y Puerto Rico. Esta tarea la ha realizado con el propósito de ahondar en la obra de maestros como José Luis González, escritor nómada que dejó en su libro “El país de cuatro pisos” un contundente análisis de las múltiples culturas que integran la puertorriqueña; o de difundir la obra de valores surgidos en las últimas décadas, tales como el puertorriqueño Pedro Cabiya o la dominicana Rita Indiana Hernández. Si hoy los tiempos son de poco fervor, la crítica de Rodríguez es alentadora e intenta provocar reacciones positivas en sus lectores, para que se interesen no sólo en autores y libros importantes, sino en esclarecer problemas neurálgicos de nuestra realidad cultural, siempre con una actitud vertical que no hace concesiones, como lo hace al escribir de la herencia hispánica, la presencia de los haitianos en nuestro país, el espiritismo como expresión de incertidumbre colectiva, la cultura del hip hop en Cuba, la otra cara del turismo, la invisibilidad crítica de la literatura dominicana en Norteamérica, y sobre todo un ensayo esclarecedor, su magnífico paralelismo “Entre Cristo Rey y Washington Heights”. Celebremos el ingreso de Néstor E. Rodríguez como uno de los autores de la Colección del Banco Central de la República Dominicana. *El autor de este artículo es narrador, sociólogo, profesor y crítico dominicano.