La lógica de la causalidad impregna importantes zonas de los debates políticos y culturales contemporáneos. Me refiero aquí a los discursos que intentan determinar o fijar las causas de acontecimientos que se consideran significativos. Pienso, particularmente, en la proliferación de discursos que adoptan una concepción de causalidad lineal para explicar acontecimientos límites, como el genocidio y otras modos de violencia extrema, que ponen en entredicho nuestra capacidad de comprensión. Indudablemente, estos acontecimientos constituyen uno de los retos cruciales para el pensamiento ético-político de nuestro tiempo. Pero este reto no puede asumirse desde coordenadas discursivas, como la noción de causalidad lineal, que obstaculizan abordar la complejidad de estos procesos de violencia extrema. La causas no existen. Es decir, no existen previo al acontecimiento. “Descubrir” las causas de un evento es sólo una forma retrospectiva de darle coherencia y sentido a lo que irrumpe siempre inesperadamente, que es el acontecimiento, siempre contingente, no predeterminado. En el intento de delimitar las causas lo que se busca es determinar lo indeterminado ya que la contingencia no sólo niega la predeterminación, sino también la determinación. Es esta operación lo que cuestiono. No estoy proponiendo que se renuncie (o incluso que sea posible hacerlo) a construir relatos basados en narraciones basadas en vínculos causales. Lo que señalo es que la complejidad de acontecimientos catastróficos, como el Holocausto y otras matanzas, nos plantean el desafío de cómo construir narraciones que rebasen la cadena lógico causal lineal a favor de alguna forma de relato que tome en serio la simultaneidad de los acontecimientos y la contingencia. Además, hay que preguntarse si la búsqueda de causas realmente nos ayuda a comprender un acontecimiento que irrumpe sin permiso de éstas. La respuesta parecería ser no pues la lógica de la causalidad lineal suele derivar en la construcción de discursos teleológicos. Las causas no están, ni se “descubren”. Son ficciones útiles que construimos para darle sentido a los acontecimientos. Toda causa es un efecto de otra causa previa y, por eso, lo que hay son siempre efectos a partir de los cuales buscamos las causas. Pero la búsqueda de las causas en la lógica de la causalidad lineal suele simplificar el mundo en el afán de darle coherencia a los acontecimientos. No es casualidad que a la hora de explicar los genocidios y otras procesos de violencia extrema abunden los análisis monocausales o análisis que a lo sumo exploran dos o tres factores causales que explican el acontecimiento siempre inesperado. Cuestionar la secuencia lineal entre causa y efecto significa, a mi modo de ver, abrir el análisis y la comprensión a posibilidades invisibilizadas. Pero supone también reconocer los límites del lenguaje y del conocimiento. ¿Cómo discernir o separar una causa (fundamental o determinante) de otra causa? ¿Dónde se traza la línea que indica que esto es la causa y lo otro ya no es causa? Asumir la contingencia, por otro lado, enriquece el pensamiento pues ésta sugiere que una misma “causa” puede tener múltiples desenlaces o producir múltiples “efectos”, o que un “efecto” puede tener múltiples “causas”. La propuesta de estudiar estas múltiples posibilidades indeterminadas e invisbilizadas puede enriquecer el entendimiento de los procesos de violencia extrema que han marcado el mundo a lo largo del siglo XX y hasta el presente. Pero, para ello, habría que abandonar la lógica de la causalidad lineal, que implica una operación reduccionista y simplificadora de los acontecimientos que se quieren comprender. *El autor es Profesor de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. *http://archivosdelmandril.blogspot.com