Las opciones políticas que enfrentamos en noviembre se pueden resumir de la siguiente manera: un Gobernador buscando la reelección mientras encara acusaciones federales que al momento en que redacto estas líneas ya totalizan 24 cargos por delitos en el manejo de sus campañas; un candidato principal de oposición que a pesar de tener todos los vientos a su favor, aún no logra consolidar su liderazgo dentro de las huestes estadoístas y que produce cada vez más dudas sobre la templanza de su carácter para dirigir no solamente su partido, sino para ofrecer soluciones a la compleja realidad nacional; un partido independentista que cada vez aglutina menos seguidores de la liberación patria, pues se percibe como integrado complacientemente al disfrute de las ventajas disponibles para nuestros partidos, y un nuevo partido que cada vez lo es menos y que tras un reluciente mensaje propagandístico, parece carecer de suficiente fuerza institucional necesaria para impactar significativamente el panorama político. A estas alturas, cada partido ha afinado su oferta programática que se supone sirva de base para la publicidad partidista, así como de guía para orientar la acción gubernamental del que resulte victorioso. El Partido Popular Democrático (PPD) dio al frente con la aprobación de su programa, demostrando que no hay nada mejor que el acorralamiento político para producir propuestas de necesaria reforma. El programa Popular habla de una cubierta esencial de salud para más de 400 mil puertorriqueños fuera de los planes médicos y la Reforma, la eliminación del “income tax” para los que ganan hasta $30 mil anuales, un plan de medicación para drogadictos, un modelo 8-4-4 para la escuela pública, la terminación de todos los privilegios a los legisladores con una vuelta al Legislador-Ciudadano y la creación de un Fondo para la Autosuficiencia para ir encaminando al país en la ruta de la soberanía. Mientras, el Partido Nuevo Progresista (PNP) presenta un programa que demuestra que nada como la seguridad del triunfo para producir propuestas de carácter conservador-inmovilista que no lastimen mucho los intereses de los grupos con los que luego se gobierna. El programa novoprogresista habla de un reembolso contributivo para los que ganan hasta $20 mil anuales, educación bilingüe privilegiando el inglés, cero corrupción, un plan médico para todos los ciudadanos, una línea telefónica para los pacientes mentales, auditorías en todas las agencias y un plebiscito criollo sobre status, seguido de la implantación del Plan Tennessee. Resulta lastimoso cómo el debate en el último trimestre electoral se concentra en asuntos colaterales que privan de evaluar a conciencia los programas de los partidos con opciones de triunfo. No está demás, por ejemplo, que se discutan asuntos sobre el carácter de los candidatos. Como cuestión de hecho, el carácter en esta elección resulta fundamental ante los retos económicos y políticos que se ciernen sobre el Puerto Rico de la próxima década. Gobernar a Puerto Rico es cada vez más complejo y requerirá mucha fuerza de carácter de quien finalmente salga electo. Pero ante la falta de opciones y al evidente agotamiento de las estrategias implantadas durante el siglo 20, bien merecería un poco más de atención el contenido de las propuestas programáticas, pues encierran rutas profundamente distintas para el destino del País. De entrada, el Proyecto de País del PPD y el Programa de Cambio y Recuperación Económica del PNP adelantan una visión sustancialmente distinta del papel del gobierno y el uso de sus capacidades para procurar el adelanto general de la sociedad. El PPD sigue creyendo y defendiendo una visión más activa del estado en la distribución e inversión de los recursos, mientras el PNP, más cercano a la visión Republicana norteamericana, defiende una mayor delegación de las capacidades estatales a un sector privado, que presentan como la panacea de la tan cacareada ineficiencia gubernamental. Para complicar el ya confuso panorama, estas también serán unas elecciones recordadas por la inescrupulosa intervención de las autoridades federales representadas en Puerto Rico. En marzo de este año, la fiscalía federal en San Juan lograba que un segundo gran jurado incluyera al Gobernador en la lista de los imputados sobre alegados hechos en torno a su campaña para comisionado residente en Washington en 2000. Como si los puertorriqueños todavía creyéramos en coincidencias, materializaron los arrestos y la “entrega” del Gobernador dos semanas después de las primarias del PNP, justo cuando la atención pública se centraba en la precaria reunificación de esa colectividad. Como si esto no bastara, a finales de agosto, la Fiscalía Federal volvió a radicar nuevas acusaciones contra el Gobernador, esta vez por hechos imputados durante su incumbencia como Primer Ejecutivo. Como siempre, los federales aducen imparcialidad, pero cabría preguntarse, qué tecnicismo confidencial impedía aplazar las nuevas acusaciones hasta después de las elecciones. Nótese que la acción federal ocurre justo cuando la campaña PNP comenzaba a dar muestras de debilidad asociadas a la ambivalencia de su nuevo líder y a la insistencia obcecada de algunos anexionistas en proclamar la candidatura caudillista del insoslayable Pedro Rosselló. Por último, debemos abordar la quiebra de credibilidad y prestigio que exhibe un poder legislativo, que hace décadas dejó de representar los mejores intereses del País, y que últimamente se ha constituido en retranca de las grandes transformaciones que exigen los tiempos. Los hemos visto no aprobar el presupuesto para forzar el cierre del gobierno, negarse a las emisiones de bonos para obra pública y colaborar en la imposición del IVU que hoy reconocen rojos y azules como causa para la prolongación de una recesión que se ha convertido en principal herramienta de politiquería. Todo esto mientras devengan cuantiosas dietas y mientras los problemas estructurales de una economía dependiente languidecen sin encontrar soluciones. No hay duda, el ejercicio electoral de noviembre representa un parteaguas para nuestra joven democracia. Valdría la pena tomarlo con la seriedad de los problemas que enfrentamos y dar la espalda a las necias insistencias de que lo sigamos mirando todo a través de las estrechas limitaciones de “mongos” y “pillos”. _____