Néstor Colman recuerda, a los 69 años, haber sufrido nueve crecidas del río que lo expulsaron de Bañado Sur, el pobre barrio de la capital de Paraguay donde nació y siempre vivió. “Un récord”, se vanagloria irónicamente.
Es uno de los más veteranos en los llamados “refugios”, conjuntos de casuchas improvisadas, de madera delgada y frágil, erguidas en plazas, calles, canchas deportivas y cualquier espacio posible en Asunción, para acoger desde noviembre a los desplazados por inundaciones en barrios aledaños al río.
Con la guitarra pendiente del hombro y sus chistes, Colman parece soportar sin amargura el drama que afecta a los más de 100,000 habitantes de los bañados, los barriales donde vive una quinta parte de la población de la capital paraguaya, la mayoría pobre, en los humedales a los márgenes del río Paraguay.
“Toco y canto como voluntario en las iglesias católicas de seis o siete comunidades”, dijo a IPS, con su guitarra en manos. Para tener algún ingreso, amplió su casa provisional con un kiosco. “Vendo de todo, menos bebida alcohólica, si no viene la gente, se toma una botella, se queda y no hay como sacarla”, detalló.
Con una hija y dos nietos, “todos del Bañado”, hace cinco años lucha por una pensión, después que se cayó del techo y se dañó la columna vertebral.
En el Bañado Sur, una extensa área de tierras bajas entre la ciudad y el río, en el pasado lejano vivían unas pocas familias, “pero hace unos 30 años llegaron muchos, a vivir del vertedero”, recordó Colman.
Se trata de un gran basural a cielo abierto, implantado allí para recibir los desechos urbanos, donde miles de “gancheros (recolectores)” tienen permiso para recoger objetos de valor o reciclables, aclaró Cleto Pérez, uno de los fundadores del Movimiento 1811, formado por jóvenes del Bañado Sur que usa como nombre el año de la independencia.
Buena parte de la población local se divide en gancheros o recicladores. Los últimos recogen desechos en las calles, destacó Pérez, otro de los damnificados entrevistados por IPS, mientras los primeros tienen que pagar el equivalente a unos 580 dólares por un título que les permite hurgar en el vertedero.
“Los vecinos nos tratan mal”, se quejó el reciclador Edgar Acuña, sobre los dueños de las viviendas de clase media en el barrio donde se instalaron refugios para los desplazados de las inundaciones. “Les digo que para ellos es mejor que yo trabaje a que me ponga a robarlos”, ironizó.
Una queja es que él acumula cartones, vidrios, plásticos y metales en la acera, al carecer del espacio que tenía en su casa del Bañado para almacenarlos, antes de venderlos en su “moto-carga”, una motocicleta con un carro adosado para transportar los materiales.
“Hacemos reuniones semanales en los refugios para discutir y fijar reglas, como no poner música muy fuerte de noche”, informó Pérez. Precisó que el ruido y las borracheras son las quejas más frecuentes de los vecinos del barrio, donde se instalaron dos refugios, uno en la plaza con 77 familias y otro en una zona descampada con 56.
“Vine al Bañado por poco tiempo por mi madre, ella luego murió y me quedé”, contó Maria Nimia Falcón, una tejedora artesanal que vive en el Bañado Sur hace 12 años, proveniente de Lambaré, una ciudad cercana al sur de Asunción. Su producción casera de tapices, manteles y otras piezas sostiene a cuatro hijos.
“Mi miedo es que venga más agua”, confesó, recordando las dos inundaciones en que “perdió todo”. Su reclamo es por más ayuda del gobierno, prevista legalmente, y “una casa digna, mejor si es en el Bañado, porque en otro lado no tendremos trabajo, sería imposible vivir”.
Su temor se justifica por el fenómeno El Niño/Oscilación del Sur (ENOS), al que se atribuye las lluvias que hicieron crecer demasiado al río, especialmente en diciembre.
La meteorología prevé nuevas crecidas “hasta fines de julio o comienzo de agosto”, según David Avendaño, administrador de operaciones de la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN).
Las más de 20,000 familias que viven en los humedales ribereños de Asunción se dividen entre Bañado Norte, Chacarita (en el centro) y Bañado Sur.
De ese total, 13,454 tuvieron que dejar sus casas y alojarse en 143 refugios y albergues, precisó a IPS el funcionario de la SEN, creada en 2005 como órgano para la gestión de desastres, adscrito la Presidencia de este país sudamericano de 6.8 millones de personas.
De ese total, 13,454 tuvieron que dejar sus casas y alojarse en 143 refugios y albergues, precisó a IPS el funcionario de la SEN, creada en 2005 como órgano para la gestión de desastres, adscrito la Presidencia de este país sudamericano de 6.8 millones de personas.
Una minoría escapó de las aguas o pudo regresar pronto a sus casas, por vivir en partes más elevadas, aunque vulnerables a crecidas más fuertes.
Dos décadas sin inundaciones graves alentaron a los migrantes llegados del campo a construir sus viviendas en las riberas más bajas y los bañadenses tradicionales a mejorar sus hogares, con reformas, ampliaciones y aparatos domésticos más caros. Por ello las pérdidas resultaron peores.
El nuevo ciclo de inundaciones empezó en mediados de 2014. Con el ENOS, fenómeno que calienta las aguas del océano Pacífico y afecta el clima en todo el mundo, la crecida del río Paraguay se intensificó desde noviembre y se prolongaría con altibajos por cuatro meses más, angustiando a los ribereños.
A Benita Falcón la vida en un refugio, en 2014, le fue tan sufrida, que esta vez decidió resistir en su barrio, en una casa en una parte alta, transformada en una isla. “Era una convivencia sin respeto, una semana sin agua potable ni baño ni electricidad, un mes sin asistencia del gobierno”, recordó.
“Salimos en un bote cuando es necesario, aguantamos tormentas, lluvias y víboras invadiendo la casa”, contó Falcón, de 48 años, seis hijos y seis nietos. Del Bañado Sur se mudó al Bañado Norte hace 27 años para juntarse al marido. Además de recicladora en las calles, cría cerdos, gallinas, vacas. “La cultura bañadense es rural”, sostuvo.
“No hay una política de Estado para los Bañados, no hay prevención de catástrofes, ya se sabía de El Niño y no se adoptaron medidas, no se organizaron refugios”, lamentó María García, “nacida y crecida” en el Bañado Norte. Con 44 años y dos hijos, es coordinadora local de Cobañados, una red de 10 organizaciones comunitarias.
Su casa está inaccesible porque la calle aún está inundada, a pocos metros de una laguna que fue la cancha comunitaria. Ella prefirió “refugiarse” en casa de familiares, en la vecina ciudad de Loma.
“Asistimos a los desalojados con materiales para la casa y alimentos para todos, colchones para los que necesitan, y todos disponen de agua y luz”, contrarrestó Avendaño. La solución definitiva sería el reasentamiento en otras partes, como el municipio de Itauguá, a 30 kilómetros al sureste de Asunción.
Mil viviendas se construirán al lado del Jardín Botánico, en el norte de Asunción, anunció. Eso se hace con ayuda de ONU-Hábitat y otras agencias de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), de la cooperación Europea y de Estados Unidos. “Pero muchos no quieren salir del bañado”, admitió.
Además de discrepancias sobre la asistencia oficial, Cobañados defiende como solución definitiva que la Avenida Costanera, que ya tiene 3.8 kilómetros y se prolongará por 22 más, se construya acercándose a la orilla, como un muro de defensa costera, protegiendo a los bañados.
Con compuertas y bombeo, como se hizo en Holanda y en otras ciudades paraguayas, como Pilar y Concepción, se preservaría los barrios inundables y saldría mucho más barato que rellenar los humedales, elevando el suelo y reconstruyendo todo, como piensa el gobierno.
Además de costosa, la propuesta oficial podría expulsar definitivamente a los bañadenses y destinar el área a pobladores más ricos y a empresas.
Pero “es poco sensato, alteraría el ecosistema de forma terrible”, criticó Elías Díaz Peña, coordinador de la organización ambiental Sobrevivencia.