Usualmente se me hace muy fácil abrir las puertas de par en par e inundar el ambiente con felicidad y celebración. Sin embargo, el Hogar de Adolescentes CREA (Comunidad de Reeducación de Adictos) en Guaynabo me ha dejado esperando en los portones como le haría un ateo a los Testigos de Jehová.
Mis herramientas de trabajo han sido las mismas año tras año. A los niños los callo con regalos y a los adultos los alboroto con aguinaldos y comida. En cambio, en este Hogar, parte de los otros 82 que hay en Puerto Rico, mi música toca para el sueño de aspirar a más. La pista de baile parece una marquesina mal cuidada, a pesar de que funge como salón de actividades cada vez que algún alma misericordiosa visita a los residentes.
Dos edificios, divididos por un popurrí de piedras azules, arena y cemento en el piso, son deteriorados por el clima y el poco mantenimiento en esta propiedad fantasma. El primer edificiocuenta con tres niveles. La oficina administrativa ocupa la planta baja.
Al cabo de un rato, mi música suena en el interior, pero de nada sirve, ya que la tonalidad amarillenta que provoca la luz del techo, es capaz de deprimir hasta la época más feliz del año. Por eso no entro.
Para mí, de más interés son el segundo y tercer piso, donde albergan el televisor como el medio de entretenimiento principal y las camas de los 11 participantes del Hogar. Nueve de ellos duermen.
Bajo las escaleras para llegar hasta el otro edificio, que solo cuenta con una planta. No hay luces, más allá de una que otra manifestación de la luz solar alumbrando por las ventanas. Esa parte de la estructura sirve de comedor. Allí, dos de los jóvenes disfrutan bajo una luz tenue un suculento plato de comida mientras, en la cocina, se preparan pasteles para venderlos casa por casa.
De hecho, vender bizcochos y pasteles es parte de la terapia que reciben los participantes del Hogar, ya que, por ser jóvenes, permanecen en tratamiento por un periodo de 18 meses. Su estadía es monitoreada por el equipo de trabajo, que en algún momento de sus vidas también fueron adictos.
La superación es medida a través de la vestimenta. Una camisa blanca y un pantalón a cuadros representan mejoría paso a paso, y confianza. Mientras, una camisa blanca y un mahón gritan superación total.
El programa trabaja “limpiando la mente”, dice el director del Hogar, José Santana, por medio de la educación, terapia grupal y la capacitación. La drogadicción “es una enfermedad que hay que tratar de manera biopsicosocial y espiritual”, añade.
No obstante, no concuerdo con él, pues pienso que toda mente necesita el júbilo que brindo cada diciembre.
Máxime, si en el espacio las decoraciones son mínimas y no le hacen justicia a mi espíritu. El Hogar CREA carece de buenas vibras, típicas en esta época, porque no me han abierto el portón. Abran, que llegó la Navidad.