Hermes Chimombo es venerado en el empobrecido distrito de Naotcha, en Malawi. Armado con rudimentarias herramientas y pasión por aliviar el sufrimiento de la gente, ha aprovechado un manantial en una montaña para proveer de agua a 25.000 personas. Chimombo era el jefe del comité de desarrollo de la comunidad en 1998. El problema del agua se convirtió rápidamente en su mayor preocupación.
En 1999, se acercó en busca de apoyo al Malawi Social Action Fund (MASAF), un programa financiado por el Banco Mundial, cuyos responsables respondieron que considerarían su propuesta, pero sólo para su siguiente ronda de proyectos, siete años después. “Sentí la responsabilidad de salvar la situación”, dice Chibombo. “Yo había llevado a la gente a creer que podíamos tener agua. No quería seguir viéndolos sufrir por otros siete años”. Esa misma semana, usando dinero de su pequeño negocio de soldadura, compró una tubería vertical, un bidón con capacidad para 100 litros, cemento y conductores eléctricos de uso doméstico.
En un solo día de trabajo, colocó el bidón en la montaña y le hizo una abertura para captar el agua del manantial. Luego soldó 20 metros del tubería desde el extremo inferior del recipiente y extendió una cañería de 700 metros hasta un claro en el límite del distrito. Y el agua fluyó. “Fue una celebración ese día. Un milagro ocurrió. Nosotros no le creímos después del rechazo de MASAF, pero él siguió adelante con los muchachos de su negocio”, recuerda Naotcha Eluby Mkwanda, propietaria de viviendas de la zona.
Pero este punto de agua estaba todavía lejos para muchos habitantes del distrito. Chimombo extendió la línea de distribución principal otros 1,5 kilómetros a un segundo quiosco de dos grifos. Él estaba abasteciendo el agua de forma gratuita. Pero su negocio sufrió debido a que seguía derivando dinero para la ejecución del proyecto. En 2000 los vecinos decidieron empezar a pagar “como una forma de agradecerle”. Ahora compran agua por cuatro centavos de dólar cada 20 litros, un centavo más que en los quioscos de la Junta.
Cómo era antes…
En una noche cualquiera de 1998, grupos de mujeres se abren paso con cautela a lo largo de un sendero bajo la montaña Soche. Salen en medio de la oscuridad para evitar hacer filas durante el día. Llevan cántaros de agua sobre sus cabezas y tienen miedo de ser asaltadas por delincuentes o atacadas por hienas que merodean las fronteras del distrito rural de Chikwawa. “Esa era nuestra pesadilla”, cuenta Sphiwe Adams, residente en el distrito por más de 20 años.
La única fuente segura de agua para beber, cocinar y para uso doméstico en Naotcha era un manantial ubicado en lo alto de una cuesta de la montaña Soche, a 600 metros de donde el borde del distrito se encuentra con el bosque. Mkwanda recuerda lo que ocurría con quienes se mudaban a casas ubicadas cerca del límite. “El primer día de las mujeres en la montaña, uno podía ver la ira en sus rostros. No le hablaban a nadie y le gritaban a sus maridos por haberlas traído. Por eso muchas de esas viviendas permanecen vacías”.
Naotcha se encuentra a unos 20 kilómetros del embalse más cercano de la estatal Junta de Agua de Blantyre. El tanque fue construido en 1964 para servir a los planificados asentamientos circundantes de Kanjedza y Zingwangwa. Pero la población de la ciudad de Blantyre creció desde unos 113.000 habitantes en 1966 hasta 502.000 en 1998, y actualmente se estima en 670.000. La creciente migración urbana, que comenzó a principios de 1990, es culpada del rápido crecimiento de los tugurios. En 40 años la Junta no ha hecho ninguna gran inversión para expandir su red y asegurar un abastecimiento continuado de agua a la población, dijo su portavoz a IPS.
La apropiación social
El sistema de Chimombo se ha expandido a 20 quioscos alimentados por tres fuentes en la montaña. Éstos abastecen agua las 24 horas del día. Sus tres “embalses”, ahora reemplazados con cisternas de concreto, son limpiados por dentro una vez al mes, momento en que el agua también es tratada con cloro suministrado por el Ayuntamiento de Blantyre. Como se ha negado a adueñarse del proyecto, Chimombo ha entregado la gestión de 16 quioscos a otros.
Ellos mantienen la red y vigilan la venta de agua en sus zonas. El dinero es suyo. De los cuatro quioscos bajo su cargo, Chimombo recolecta cerca de 14 dólares diarios de cada uno. Una organización no gubernamental (ONG) local, la Sustainable Rural Growth and Development Initiative, ha vinculado al grupo al ayuntamiento para acceder a capacitación en administración. Además, apoya al equipo en la restauración del bosque que ha sido objeto de degradación y en la expansión de la red a localidades cercanas con baja densidad de población. El director ejecutivo de la ONG, Maynard Nyirenda, dice que la invención de Chimombo ilustra cómo Malawi puede explotar sus vastos recursos hídricos para eliminar los problemas de suministro.
Irónicamente, su innovación aún no alcanza su propia casa. Su esposa camina cerca de 20 minutos a uno de los quioscos de agua. Ocasionalmente, pueden acceder a agua desde el grifo de la Junta de Agua en su patio. Pero esos días son muy extraños, dice Chibombo. “Estoy satisfecho porque esto que empezó como algo pequeño ha beneficiado a miles de personas. Hay aún residentes que obtienen agua de arroyos sucios, pero creo que esto cambiará a medida de que el proyecto crezca”.
Para Sphiwe Adams, los vecinos nunca podrán agradecer lo suficiente a Chimombo. “Sólo Dios sabe cómo agradecerle”, dice mientras levanta su cántaro de uno de los quioscos.
*El texto original fue publicado en periodismohumano.com/cooperacion/el-soldador-que-ha-llevado-el-agua-a-un-pueblo-de-malawi.html