Me encontraba sentada en el sofá de mi casa con el televisor encendido y el celular en la mano. Momentos de ocio, disfrutando de un partido de baloncesto y navegando por las redes sociales y comentando las incidencias del partido. ¿Qué partido? Miami contra Boston, como toda puertorriqueña. Y es que, a juzgar por las reacciones en las redes, todos estábamos pendientes a ese juego entre titanes del baloncesto internacional. No es para menos, era un juego decisivo. El ganador se enfrentaría a Oklahoma City y comenzaría otro capítulo en la historia.
De ahí surgieron mil y un debates sobre quién ganaría y por qué, ya que en las redes sociales, todos somos mejores comentaristas que Marv Albert y Jeff Van Gundy. Es común vernos analizar las jugadas dirigidas por Doc Rivers para su equipo de veteranos, podemos criticar las decisiones que toma Lebron James en la cancha, incluso podemos saber cuántas faltas personales tiene cada jugador y desear que lo boten del juego. Podemos, incluso, hacerlo todo menos cambiar el canal y ver el juego final del Baloncesto Superior Nacional (BSN) y dedicarle el mismo tiempo que le dedicamos a la NBA. Aun más, podemos tomarnos un día libre de la NBA pero no podemos celebrar el primer campeonato de los Indios de Mayagüez. ¿Por qué?
He llegado a pensar que las finales de conferencia de la NBA son más importantes que la final del BSN. El interés por los juegos de aquí se ha limitado a ser uno regional. Los más animados a disfrutar de los partidos entre Arecibo y Mayagüez fueron simplemente los habitantes de esos pueblos. Reconozco que no todo Puerto Rico cabía en el Palacio de Recreación y Deportes de Mayagüez, pero esperaba otra reacción del puertorriqueño en general. Ahora bien, el interés por lo internacional no conoce límites. Constantemente he visto personas referirse al Miami Heat, por ejemplo, como “su equipo” y los defienden ante todos con tanto furor, como si estuvieran hablando de política. Lebron James es nuestro MVP y no Alexander Franklin. ¿Quién es ese?
Pero esto no se limita al baloncesto. Por ejemplo, en el caso del fútbol, para muchos, España es su equipo y no los Islanders. Inclusive, son muchos los que se compran la camiseta de “La Roja” y la llevan puesta cada vez que van a ver uno de sus juegos (en sus salas, claro está, porque ellos nunca han venido a jugar a Puerto Rico). A veces me pregunto por qué “La Roja” o Miami no crean en Puerto Rico una cancha oficial que sirva como alterna a las principales. Es justo y necesario, nosotros los adoptamos como equipos oficiales. Sería buen negocio para ambos lados, mientras, les deseamos lo mejor en las finales y en la Eurocopa. ¿No podríamos animar a nuestros Islanders de la misma manera? Digo, actualmente "La tropa Naranja" se encuentra primera en la liga. Sin embargo, y como buenos comentaristas, decimos que no están jugando a un gran nivel en el fútbol. Los Islanders han jugado gratis toda su temporada actual, pero no es suficiente para nosotros. Somos exigentes y demandamos un buen fútbol, de calidad. Que venga España a jugar por $1,500 y lo queremos ya.
¿De dónde surgió esta tendencia? Existe una diferencia entre ser fanático y ser ignorante. No fomento el rechazo por los deportes, que ha sido mi mayor enfoque aquí, ni por nada extranjero. Sí cuestiono la ignorancia y el rechazo, tal vez no intencional, de lo local. ¿Será ya un hecho de que Puerto Rico NO lo hace mejor? o ¿Será que lo extranjero es mejor? Para saberlo, quizás sería prudente preguntarle a todos los estudiantes que migran al exterior para hacer sus bachilleratos y no ven en las universidades locales una opción viable para sus estudios subgraduados. A pesar que, luego pudieran realizar intercambios en instituciones extranjeras.
Esos estudiantes pagan alrededor de $50,000 por sus estudios sub-graduados para recibir una educación menor o igual a la que podrían recibir aquí. La consejera estudiantil recomendaría estudiar en Puerto Rico en los primeros años, pero la opción del extranjero siempre existe, aunque sea efectiva para estudios graduados.
Imagínelo de esta forma: es menos trabajoso comprar un frappuccino en Starbucks que madrugar con los gallos para estar horas y horas en una finca cosechando nuestro propio café. Cuenta la leyenda que en algún momento nuestro café fue uno muy prestigioso en el mundo. Eso es una leyenda.
Como están los Starbucks llenos, dudo mucho volvamos a cosechar nuestro propio café. Ni hablar de los locales que hacen de tu taza matutina como todo un arte. Hemos adoptado estas conductas a la perfección. Tanto así que no distinguimos entre lo de aquí y “lo de allá”. Por eso Starbucks puede ganarse un premio como mejor café en Puerto Rico (y eso no es una leyenda), siendo una compañía proveniente de Seattle.
Sin ataduras políticas, como normalmente asocian las indagaciones planteadas como las que hago, es necesario reflexionar. ¿A dónde llegamos con esto? ¿Ya le perdimos el gusto a las piraguas y por eso preferimos los “frozen yogurts”?