Tendrán que pasar cien años más, antes de que la ciudad de San Juan de Puerto Rico vuelva a conmemorar otro siglo de existencia. Pues, siendo la capital de la Isla, la segunda ciudad más antigua de América fundada precisamente hace 500 años en el poblado de Caparra –en 1508- son muy pocas las personas en el País que han cobrado conciencia de este centenario de historia y tradición urbana. Se trata de una efeméride que además de ser ignorada, parece no tener relevancia tanto en las esferas oficiales como en el espacio público ciudadano. Apenas la Academia de la Historia de Puerto Rico y el Instituto de Cultura, de la Mano del Museo de Las Américas han gestado iniciativas de conmemoración. Pero más allá de la apertura de una exposición permanente en dicho museo y una serie de publicaciones históricas por parte de la Academia de Historia, la fecha permanece como eso, una fecha más sin atribuírsele la significación y las reflexiones que deberían desprenderse de un centenario. Todo esto de espaldas a la tradición Latinoamericana en la que se acostumbra hacer llamados de atención desde el espacio oficial para conmemorar este tipo de acontecimientos históricos. De hecho, en 1908 en Puerto Rico se realizaron actos oficiales de dicho evento. “Desgraciadamente no ha habido ninguna acción en las esferas oficiales. No es por falta de interés porque me consta que varias personas incluyendo a Don Ricardo Alegría y la Academia (de Historia de Puerto Rico) se dirigieron con tiempo a las autoridades llamándoles la atención y pidiéndoles con tiempo que el gobierno participara en alguna conmemoración de esta fecha y el resultado fue negativo. No hubo nada en esa dirección”, declaró el historiador oficial de Puerto Rico, Luis Gon¬zález Vales, en entrevista con Diálogo. “Es tan sencillo como que aquellos que no conocen su historia la repiten y una fecha como ésta, es una puerta para el revisionismo histórico. Es un momento de repensar todo lo que se ha escrito sobre la fundación de San Juan y revisarlo. Los hallazgos pueden ser reveladores”, señaló González Vales. Con el coincidió, Francisco Moscoso, quien fue el investigador principal para la exposición Conquista y colonización: nacimiento y evolución de la nación puertorriqueña, nueva integrante de la colección permanente del Museo de las Américas. El profesor del Departamento de Historia del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, opinó que este tipo de acontecimientos deben servir como estímulo para la llegada de nuevos investigadores, sobre todo ante la notable cantidad de documentos de investigación primaria disponibles para el estudio que se ha recopilado. San Juan y el mito Es innegable que estamos ante una ciudad plagada de motivos históricos para conmemorar.Comenzando por el origen de la fundación del San Juan antiguo, a donde pasó a establecerse la capital entre 1519-1521, luego de corrobo¬rarse que en Caparra –donde fue fundada en 1508- no era el lugar idóneo para su asentamiento en la llamada Isla de San Juan Bautista. Así pues, el entonces gobernador de las Indias Rodrigo de Figueroa, decidió la mudanza de la ciudad a la isleta que por entonces tenía el nombre de Puerto Rico y para ello se ordenó la construcción de dos puentes. Sólo Ponce de León permaneció en Caparra y contrario a lo que se piensa, nunca pasó a vivir en la Casa Blanca. Allí solo vivieron algunos de sus descendientes. Esta distancia en la historia, sin duda, llama la atención hacia la arquitectura de la ciudad. No sólo por lo antiguo, sino por su significación en un contexto histórico. En ambos aspectos San Juan se posiciona de tú a tú con ciudades como Cádiz, Cartagena de Indias y La Habana. Todas ellas fueron baluartes del imperio colonial español, evidencia de esto son sus emblemáticas garitas. Es inevitable recrear escenas imaginarias en los escenarios que provee la ciudad o transportarse a los famosos ataques de los corsarios ingleses Sir Francis Drake (1595), y George Clifford (1598), y el holandés Balduino Enrico, que provocaron la construcción de murallas y cuarteles, como el de San Felipe del Morro o el de San Cristóbal. Muchos de esos apuntes históricos han alimentado por siglos la historia oral de la ciudad que está plagada de leyendas, relatos de muertos y cuentos en los que la realidad coquetea con la fantasía. Por otro lado, muchas de las edificaciones del Viejo San Juan, fueron construidas en el siglo XVI y son lugares históricos nacionales y mundiales. La UNESCO declaró Patrimonio Histórico-Cultural de la Humanidad el Palacio de Santa Catalina conocido como La Fortaleza, el Castillo San Felipe del Morro, el Castillo San Cristóbal, así como las murallas entre ellos. Del mismo modo, la estructura de la ciudad es heredera de la tradición urbanística española que destaca el uso de la cuadriculada, es decir la disposición en forma de damero de las manzanas o bloques urbanos. Son muchos los europeos que pasean por la ciudad hoy día y se sorprenden de las sintonías, al igual que muchos puertorriqueños se pasean por Madrid fascinados de saber que allá también hay una Mallorquina con olores dulces. Actualmente y según datos oficiales del municipio de San Juan, la zona histórica tiene una extensión territorial de .40 millas cuadradas, es decir 260.67 cuerdas; divididas en seis sub-barrios: Catedral, Ballajá, Marina, Mercado, San Cristóbal y San Francisco. Siete bloques de calles estrechas, algunas de ellas adoquinadas, con casas de arquitectura colonial –entre otros estilos pues la arquitectura de San Juan sí pasó por la modernidad- conforman la estructura urbana. Sin olvidar, por su puesto, a la famosa comunidad de La Perla, la barriada más antigua de Puerto Rico, ya que su origen se remonta a 1670, aunque comienza a adquirir forma de barrio en 1733. Hoy, esta ciudad quintocentenaria, conserva su importancia comercial, turística, patrimonial, portuaria y sobre todo su centralidad como sede político-administrativa del País conteniendo en su espacio las tres ramas constitucionales del gobierno del Estado Libre Asociado y la casa alcaldía de la Capital. La Iglesia Católica –que conmemora esta fecha como el inicio del proceso evangelizador en la Isla- también ubica en San Juan la sede de la Arquidiócesis y varias catedrales, capillas, monasterios y colegios católicos. Estamos sin duda, ante una ciudad que vive en el arte en las obras de cientos de artistas plásticos; que vive en las letras como ese recorrido que hace por ella Edgardo Rodríguez Juliá en su libro San Juan Ciudad Soñada. Una ciudad que vive en el elogio musical eterno de la canción Mi Viejo San Juan de Noel Estrada; que explota de vida en las carnavalescas Fiestas de la Calle San Sebastián, que acoge en su campo santo de Santa María de la Magdalena de Pazzis en La Perla a personalidades como el prócer Pedro Albizu Campos o el poeta español Pedro Salinas. Una ciudad inmortalizada en el lente de miles de fotógrafos, una ciudad que ha sido andada por los pies de cientos de figuras prominentes de la danza, que ha hecho eco para voces de la canción privilegiadas. Una ciudad, la única del Caribe, donde una mujer hizo nevar. Una ciudad mito, una ciudad real. Las tareas pendientes Son innumerables las reflexiones que pueden desprenderse de la constitución de San Juan como espacio urbano. ¿Cómo ha cambiado el País? ¿Qué ha representado el último siglo bajo la dominación estadounidense? ¿En 500 años ha logrado San Juan verdaderamente afianzarse como una metrópoli? ¿Qué significa el que esta fecha pase desapercibida? Pero más allá de esto también quedan las tareas pendientes que deja esta fecha. En primer lugar la necesidad de difundir la cantidad de trabajos académicos de revisión histórica que han destruido mitos como la muerte de Agueybaná en el levantamiento indígena de 1511 o la historia de Salcedo que se quedan archivos accesibles a unos pocos. En segundo lugar, la imperiosa necesidad de que se integren los nuevos hallazgos históricos a los currículos de enseñanza; así como la importancia de que se trabaje una historia de San Juan que incorpore las nuevas fuentes disponibles. Hay mucho en el tintero. ¿Habrá plumas disponibles?
Originalmente publicado en la edición impresa de Diciembre-Enero 2008