El valor de la publicación Caribes, creencias y rituales (2009) del doctor Sebastián Robiou Lamarche es inmenso y podría medirse desde múltiples perspectivas. Esto es así por la multiplicidad de ángulos y disciplinas desde las que el autor trata su tema de investigación, y que deja numerosas pistas que otros historiadores podrían recoger para realizar estudios sobre las culturas y lenguas aborígenes caribeñas.
Aparte de su gran valor histórico, y a riesgo de que parezca que nos salimos del tema, hay que mencionar que el libro obliga al lector a hacerse la siguiente reflexión: ¿cuántas más cosas sabemos acerca de los caribes que de nuestros antepasados taínos? Y es que mientras más descubrimos sobre el mundo de los caribes, guiados por la investigación de Robiou Lamarche, más imaginamos cuánto perdimos de la cultura taína, aniquilada durante los primeros treinta años de la colonización, tanto en Puerto Rico como en las restantes Antillas Mayores.
Ante la exposición de Robiou Lamarche sobre la cultura caribe-insular, la memoria taína se nos presenta silenciada, a no ser por los retazos rescatados por Fray Ramón Pané y las crónicas del padre Las Casas. Aparte existen otras crónicas realizadas por interés personal o por instrucciones de la propia corona española. Pero ninguna como las del padre Reymond Breton, por ejemplo, quien vivió con los caribes de Guadalupe y Dominica durante 19 años. En Caribes, creencias y rituales, Robiou Lamarche resume y analiza numerosas fuentes primarias, escritas por cronistas franceses del siglo XVII, como Breton. En su mayoría, estos cronistas eran religiosos católicos que fueron a vivir a las Antillas Menores en un esfuerzo evangelizador. Este es otro de los principales aciertos de esta tesis, que se nutre de fuentes originales raramente traducidas y, por lo tanto, lejos del alcance de los historiadores de habla hispana.
Pero, ¿quiénes eran los caribe-insulares, dónde vivían y por qué no fueron aniquilados durante los primeros años de la colonización del Nuevo Mundo? El grupo cultural caribe-insular migró a las Antillas desde América del Sur, separándose así de los caribes-continentales. En el continente habitaban partes de Colombia, las Guyanas y otros territorios vecinos a los de los arahuacos, los predecesores de los taínos. Según explica Robiou Lamarche, entre los caribes y los arahuacos existía una enemistad ancestral que los llevaba a constantes enfrentamientos. Tan profunda era esta enemistad que en su migración a través del arco de las Antillas Menores, los caribe-insulares continuaron con los violentos ataques contra los descendientes de los arahuacos. Resulta así que las incursiones caribes contra los taínos de nuestra Boriquén tenían su origen en antiguos mitos y leyendas nacidos en su lugar de origen, y no en una reciente disputa por tierras o por el rapto de mujeres y jóvenes para convertirlos en esclavos. Robiou Lamarche ofrece abundante información que nos da a entender cuán relacionada estaba la antropofagia (canibalismo) ritual a esas viejas costumbres. Para un guerrero caribe, no había honor mayor que matar y comer a un guerrero taíno.
Así, más que sangre y carne, el guerrero caribe llegaba a poseer, mediante la ingestión de su parte física, el espíritu del guerrero enemigo. Esa, al final, era la verdadera y honrosa manera de dar muerte a un taíno. Según explica Robiou Lamarche, la sociedad caribe-insular, guiada por un calendario mito-astronómico, basaba su existencia en la guerra contra los taínos. Así los hombres se criaban como guerreros navegantes que pasaban parte del año fuera de sus islas, atacando las de los taínos. Cuando los españoles sometieron a los taínos, el espíritu hostil caribe se volcó en múltiples ataques contra los colonos de Puerto Rico. Durante unos cien años después del llamado Descubrimiento de América, la costa Este de nuestra Isla fue la más atacada. Pero uno de los ataques más sorprendentes sucedió en 1529, cuando 500 guerreros caribes entraron a la bahía de San Juan, quemando naves y matando colonos y soldados. Las violentas incursiones, la capacidad de navegación y las técnicas de guerra caribes, llevadas a cabo en ataques sorpresivos al amanecer, hicieron que los españoles permanecieran en las Antillas Mayores, donde también se aseguraron la producción de oro en los inicios de la colonia. Entonces, las pequeñas islas habitadas por los caníbales, según las creencias populares de la época, quedaron a la merced de las demás potencias europeas, que se las pelearon en sucesión.
Pero los caribes no presentaron contra los franceses, los ingleses o los holandeses la fiera oposición que llevaron contra los españoles. Al contrario, les dejaron vivir en sus islas, mientras continuaban en resistencia cultural y religiosa, pero relativamente pacífica. Tal vez la agresividad contra los españoles venía motivada por considerarles culpables de la aniquilación de sus enemigos, cuya captura y muerte constituía la expresión última de sus creencias mítico-religiosas. Esta supervivencia de los caribes fue la que permitió recopilar en obras de diversa índole muchas de las costumbres y las tradiciones que facilitaron a Robiou Lamarche descubrir el origen y motivación de la ceremonia de antropofagia ritual, así como el posible calendario astronómico que detalla en su tesis. Según este calendario astronómico, los caribes tendrían ciclos de cosecha, caza y pesca, guiados por la aparición de constelaciones como Pegaso, la Osa Mayor y las Pléyades. Además, dentro de este calendario estarían los ciclos para la celebración de las ceremonias antropofágicas y las incursiones a las islas taínas.
Mediante la documentación de los ataques caribes a Puerto Rico durante los primeros dos siglos de la colonización, Robiou Lamarche descubre que estos se realizaban, en su mayoría, en otoño. Así los guerreros regresarían a las Antillas Menores con prisioneros a quienes mantendrían en cautiverio durante el invierno y la primavera, hasta que llegaran los meses de junio y julio, cuando en el cielo se observa la constelación de Pegaso. Para los caribes, la forma de esta constelación era muy semejante a la de la barbacoa o ichoula, donde ahumaban el cuerpo del guerrero sacrificado. Ver esta inmensa barbacoa en el cielo era la señal del fin del cautivo. Aunque maltrecha y fraccionada, esta cultura sobrevivió al menos tres siglos al primer viaje de Colón. El lento final de los caribes tuvo un giro inesperado ante la incapacidad de los colonos ingleses para dominar a un grupo atrincherado en la isla de San Vicente. Es así como los últimos herederos de los guerreros caribes (ya bastante mezclados con esclavos africanos), se convirtieron quizás en el primer ejemplo de deportación y traslado masivo de una etnia, lo que sucedió en 1795. En ese año, los ingleses los enviaron en barco a la lejana costa caribeña de Honduras. Allí continuaron mezclándose con poblaciones de esclavos africanos y formaron la etnia garífuna.
El libro de Robiou Lamarche puede considerarse como un trabajo seminal del cual seguramente nacerán otras investigaciones sobre la conquista y colonización del Caribe y la etnohistoria de las sociedades antillanas precolombinas. Además, los hallazgos y conclusiones del autor comprueban que la antropofagia caribe, adjudicada a una leyenda española que justificó la captura y esclavización de esta etnia, fue ampliamente documentada por los cronistas franceses. Pero la investigación del Dr. Robiou Lamarche nos lleva más allá. Su libro nos desvela todo un universo mitológico y cultural distinto, que a su vez nos remite al taíno por muchas razones que al lector le fascinará descubrir por sí mismo.
Por María Mercedes Grau Brull Editora radicada en San Juan