Etudié mi bachillerato en periodismo en la Universidad del Sagrado Corazón entre los años 2006 y 2010, un periodo particularmente marcado por el pesimismo y dominado por un discurso apocalíptico en cuanto a la profesión de informar. Y no era para menos, pues en ese tiempo estalló la crisis financiera y los viejos medios estaban en proceso de repensarse ante la proliferación de nuevas herramientas digitales.
Con esto desaparecieron o se encogieron varios medios tradicionales importantes y los periodistas experimentados a través del mundo perdieron sus empleos. Por dar un ejemplo, un informe del sociólogo de origen uruguayo Bernardo Sorj dice que solo en 2008 fueron eliminados en los Estados Unidos 16,000 cargos de periodistas asociados a la producción de noticias. En el mismo periodo, el cuadro de periodistas de diarios disminuyó en 25 por ciento y en algunos grandes periódicos los cortes llegaron al 50 por ciento.
Aquí en Puerto Rico la cosa tampoco iba bien, un periódico de larga historia como The San Juan Star cerró sus puertas. Por otro lado, el documental Un Diario Amable reveló el ambiente de incertidumbre y temor que imperaba en El Nuevo Día, donde en febrero de 2007 fueron despedidas 40 personas. En ese contexto local y global, nadie hubiese imaginado que en el 2007 surgiría en Puerto Rico un medio dedicado a la investigación periodística como el Centro de Periodismo Investigativo (CPI), fundado por los periodistas Omaya Sosa Pascual y Oscar J. Serrano. Pues este género fue descartado como poco rentable por gerenciales de la prensa corporativa, quienes deciden a priori lo que le gusta o lo que le aburre al público.
Yo entré a laborar en el CPI hace apenas unos ocho meses, luego de haber trabajado un año en Diálogo y de hacer periodismo independiente en la web desde el 2007. Ahí he tenido la oportunidad de elaborar mis propias investigaciones y de colaborar junto a colegas con mucha más experiencia en el campo.
La primera investigación que realicé para el Centro trató sobre el fracaso de compañías que fueron contratadas con fondos federales para sacar a las escuelas públicas del plan de mejoramiento escolar. Esta investigación la había comenzado mientras trabajaba en Diálogo, por lo tanto, cuando entré al CPI ya tenía mi primer tema de investigación, que es el primer reto al que uno se enfrenta: ¿cómo identificar un tema de investigación en medio de la saturación informática?
Hacer una lectura crítica de las informaciones que circulan a diario me ha ayudado en ese proceso. En otras palabras, leer lo que está pero sobre todo lo que no está, interrogar al texto periodístico. También me ha ayudado leer la calle, ver la ciudad como un texto y los sucesos de la vida cotidiana como historias potenciales. Ese punto de vista me ayudó a realizar una crónica sobre la apertura de Wal-Mart en Santurce que reveló la preocupación de los pequeños comerciantes ante la multinacional, así como las ayudas que la corporación recibe del gobierno.
Una vez identificado el tema, el próximo reto es navegar sin ahogarse. Pues en la red se encuentra una cantidad caudalosa de datos que con la debida verificación pueden ayudar a montar un reportaje completo, pero que a la vez te pueden hacer perder el foco de la investigación.
Pero una vez recopilada la información, hay que atravesar la maraña burocrática para acceder a fuentes y datos gubernamentales y de empresas privadas que por lo general operan en contubernio bajo un manto de oscuridad.
Aquí se acciona entonces el apoyo mutuo entre colegas, pues además de dar espacio a periodistas jóvenes, el Centro de Investigación Periodística cuenta con periodistas experimentados, veteranos y veteranas de la información con los que se puede contar en cualquier momento aunque no interactuemos en persona constantemente. Pues en el CPI la principal sala de redacción es la habitación de cada cual o el café más cercano que tenga acceso a Internet. De esta manera, trabajamos en contacto pero de forma autónoma y con libertad de proponer temas en todo momento, lo cual, para un periodista joven, representa a la vez una gran responsabilidad y un reto mayor. Para poder manejarlo, la experiencia en Diálogo fue fundamental.
Por último, siempre está la preocupación sobre cómo contar la historia para que sea una buena, cómo romper la estructura tradicional de la pirámide invertida y mantener el balance entre lo narrativo y lo informativo. La única solución que he podido encontrar ha sido leer, no solo periódicos sino también literatura, pero puedo prever que la narrativa es uno de los aspectos que va mejorando con la práctica y con el tiempo.
Hace unas semanas El Nuevo Día publicó una serie investigativa sobre la transparencia gubernamental, lo cual apunta hacia un cambio editorial de la prensa comercial y tal vez a un reconocimiento de la rentabilidad de este género. No obstante, el CPI sigue estando solo en su labor como medio dedicado primordialmente a la investigación. El CPI es una entidad sin fines de lucro, sin ataduras comerciales, que sobrevive gracias a donaciones. Además, el CPI nació en la red, no cuenta con un antecedente impreso.
En este sentido, veo al CPI como un medio híbrido donde se usan las nuevas herramientas informáticas de la era digital para recuperar la tradición del muckraker o el periodismo investigativo de denuncia que existía en la prensa de décadas atrás. Además, al igual que Diálogo, el CPI funciona como un taller periodístico, una característica que los medios, según periodistas de renombre como Gabriel García Márquez y Ryszard Kapuściński, habían perdido con la proliferación de la gran empresa mediática tipo fábrica. Tal vez ese sea el mayor acierto del CPI ante los retos del periodismo posindustrial, usar los nuevos medios para recuperar las viejas responsabilidades del periodismo y sacarle el polvo a un género que se daba por muerto.
Este artículo fue escrito como parte de una propuesta editorial para el curso de Teoría del Periodismo del profesor Mario E. Roche, Catedrático de la Escuela de Comunicación.