Deseosos de saber y orgullosos de lo que saben. Parece una contradicción, pero no lo es. Cumplen a cabalidad con la primera ley de la felicidad, formulada por alguien que no recuerdo: “Ama lo que haces y hazlo con amor”, y yo añado: “Aunque te quejes un poco del salario, que ya vendrá más en su momento”. Visité hace unos días las oficinas, la casa, la guarida, la cueva (las dos últimas me gustan) de la revista Diálogo Digital. Nunca había estado allí, y por tanto, cierto grado de prevención era normal. Me dieron mal la dirección y eso ya era un buen síntoma, pues los muy puntillosos en esos detalles intrascendentes ya se están poniendo viejos sin saberlo. Me estaban esperando, sí, pero como esperan los jóvenes: haciendo cuatro cosas al mismo tiempo. Llevando adelante una reunión para tratar un asunto importante, tan importante que tiene que ver con gente conocida, pero que ellos respetan por sus obras (los que la tienen) y no por su nombre, sentimiento que no debería modificarse nunca. También adelantaban trabajo y comían, arroz y habichuelas revueltos, con ese placer del que no le debe nada a nadie y mucho menos a las estiradas reglas de la mesa. Si todo el mundo pudiera comer así en el transcurso de la vida los médicos no harían tantas recetas como hacen, y ganarían un poco menos, claro. No todos son de aquí, pero eso no cambia para nada los patrones de medida; si eres bueno en lo tuyo y piensas con la cabeza, tienes un lugar idéntico en la cueva, perdón, en la oficina. Todos piensan. Todos se expresan con inteligencia. Unos más, otros menos, pero allí no hay lugar para los tontos. ¿Será por eso que hacen una de las mejores revistas de Puerto Rico? Tengo ganas de decir que es la mejor, pero yo soy viejo y tengo en los genes las reglas de urbanidad. ¿Qué pena? ¡Ah! Y sin muchos recursos materiales, aunque tienen un tesoro en recursos neuronales. Me escucharon con bastante atención, aunque con ese cierto apuro que da el adelantarse, por ya sabido, al discurso de los otros. Me hicieron preguntas, créame que muy inteligentes, y después me pusieron en aprietos ofreciéndome tareas, para ellos fáciles, que a mi pudieran parecerme complicadas, pero ese es uno de los secretos de los jóvenes. Se puede, ¡claro que se puede! Sobre todo si se dice con ese desapego que da contar con toda la salud del mundo y todo el tiempo del mundo. Recuerde que los jóvenes son inmortales. También les pedí que no me pusieran tantos títulos, forma solapada de quitarles algunas hojas al almanaque. Accedieron, pero sé, me lo dice el corazón, como la canción de Luis Miguel, que me siguen viendo como el viudo de Cleopatra o el ayudante de Ponce de León. Después un recorrido por la oficina, perdón, la cueva, digo no, la casa de Diálogo. Linda, orientada, desorden ordenado (que es el bueno), fresca. Buena vibra. Un café hecho por ellos. Claro que no el mejor del mundo (que para eso está Starbucks y cuesta caro), pero sí el más amistoso del mundo, y el más filosófico. ¡Soberbio lugar para filosofar ese pantry! Y entonces me dejaron entrever, con ese tacto que sólo los apasionados por su labor tienen, que había llegado la hora de volver a la brega, que es en definitiva lo que más les gusta. No me cree. Repase la revista y gócela. ¿Quiénes son estos muchachos? Son profesionales que aman lo que hacen, y que por tanto lo hacen bien, no, ¡muy, muy bien! pero convencidos de que pueden hacerlo mucho mejor (no sé si eso es posible, pero ellos parecen creerlo así). Además son periodistas, escritores, cineastas, fotógrafos, editores, poetas y vaya usted a saber cuántas cosas más. Y tienen pasión, cuya carencia es bien sabida que mata a los viejos y a muchos que se creen jóvenes porque no conocieron a Cleopatra o a Ponce de León. Hay poco espacio y ellos no son muy dados a sentimentalismos, pero… Yo suelo bañarme todos los días en mi casa, ¡ah! pero hacía mucho, mucho tiempo, que no me daba un baño así de inteligencia y juventud. ¡Qué se repita! El Dr. Felix J. Fojo es ex profesor de la Cátedra de Cirugía de la Universidad de La Habana.