Cuando los fines se queden ya sin fin nacerá algún comienzo.
“Mi generación se desencantó porque creyó”, dijo en una entrevista que le realizara quien escribe, al escritor cubano Leonardo Padura. Hablaba de la falta de esperanza de los jóvenes de su país, y también de los del resto del mundo. Se aduciría entonces, que esta nueva generación, la de ahora, no cree en nada. Sin embargo, y como bien escribiera el maestro argentino Antonio Porchia: “el mal de no creer, es creer un poco”.
Y ese poco basta. Cuando todo ya parece estar hecho, inventado, es justamente cuando todo se reinventa. Para muestra, baste un botón. Diálogo capturó parte de lo que se da del otro lado de la huelga universitaria. Es decir, ese conglomerado de rostros anónimos que se levantan todos los días buscando maneras, formas de armar estrategias que respondan estrictamente a una ética del compromiso y el bien común.
En el camino y asumiendo los tiempos que corren han desarrollado una comunidad. Estudian, ríen, trabajan, siembran, ensayan como reporteros radiales, cocinan con lo que hay, recolectan dinero (centavo a centavo) para organizaciones sin fines de lucro, mientras el gobernador hace lo propio, pero para un partido político, en fin.
No han inventado nada, han hecho algo mucho más difícil que es reinventar el pasado para que nadie muerda “los lentos pies del futuro”.