Una amplia sala con 634 butacas, tarima central, cortinas rojas que cubrían la gran pantalla, y una recepción donde se vendía pop corn y dulces, era parte del interior del Teatro Puerto Rico, durante su época de esplendor. La estructura de 1930, aún permanece en la calle Celis Aguilera en el casco urbano de Fajardo, como testigo de su relevancia como centro de actividad cultural de un pueblo.
El edificio alberga la historia de la Familia Molinaris, para cuyos integrantes el negocio en la industria cinematográfica trascendió hasta convertirse en eje de su vida cotidiana.
Durante la década de los 40, Don Carlos Molinaris Ruiz junto a Don Santiago Ramos formalizaron una sociedad, a través de la cual el primero administraría el Teatro Puerto Rico, mientras que Santiago Ramos se haría cargo del Teatro Paraíso, localizado frente a la plaza del pueblo.
“Don Carlos, también dueño de las Tiendas Molinaris en las inmediaciones de la plaza, no faltaba una noche al teatro. Atendió la instalación con pasión hasta la década de los 70, cuando se disuelve el acuerdo. En ese momento adquiere el Teatro Puerto Rico”, recordó Yolanda Gelpí viuda de Molinaris, yerna de Don Carlos.
Explicó que su suegro reconstruyó la instalación en 1975, debido a un incendio que le ocasionó daños a la estructura, mientras era administrada por un arrendador. En ese momento el teatro pasó a ser propiedad de Rafael (esposo de Yolanda), quien contaba con amplia experiencia en las operaciones de la instalación, pues colaboraba con su padre desde que tenía 18 años.
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Yolanda Gelpí, viuda de Molinaris, repasa la historia del emblemático espacio cultural fajardeño mientras revisa las imágenes del legendario teatro. Al lado una foto de su esposo Rafael Molinaris. (suministrada por Gisela Molinaris)
“Desde que me casé con Rapi, como cariñosamente llamaba a Rafael (quien falleció en el 2008) el teatro, a parte de representar el sustento familiar, se convirtió en parte de uno. Tan pronto mis hijos sabían sumar y restar se integraban a las operaciones del mismo. Tres de ellos incluso ayudaron a montar las películas y a exhibirlas”, indicó Gelpí.
Ella, al igual que sus hijos, se incorporó a las operaciones del teatro tan pronto la menor de sus hijas, Gisela, ingresó a la universidad en la década del 80. Apoyaba a su esposo con la venta de los boletos y refrigerios.
Relató que allí se exhibían todo tipo de películas, cómicas, drama y que muchas eran mejicanas. También, se presentaban cintas en inglés con subtítulos en español y entre las más populares figuraban las de vaqueros, por lo cual se presentaban en matiné.
Sobre la actividad de reapertura, luego de que el Teatro fuera reconstruido, recuerda que la película que se exhibió fue El Magnate Griego, protagonizada por Anthony Quinn.
Por su parte, su hija menor, Gisela, destacó que el teatro contaba con un gran escenario, idóneo para ser utilizado en otras actividades como obras de teatro y graduaciones.
Por otro lado, Santiago Arenas, natural de Fajardo, recordó con cariño su ceremonia de graduación de la Escuela Intermedia que se llevó a cabo precisamente allí en 1965. Arenas era un asiduo visitante. “Desde que tenía 19 años iba al Teatro Puerto Rico. Pagaba $1.00 por la taquilla”, destacó al asegurar que le agradaría mucho que la estructura se conservara.
Gisela, a pesar de haber sido muy joven en esa época, reconoció que ese espacio fue muy importante para toda la familia y mantiene vivos los recuerdos. “En ocasiones la película se atascaba en el proyector y de repente la pantalla se quedaba en blanco. Era un corre y corre, mi papá o unos de mis hermanos subía al segundo piso donde estaba ubicado el proyector. Se cortaba una parte de la cinta, que eran como los negativos y se pegaba a la otra parte de la cinta, para ponerla nuevamente en el proyector y poder continuar exhibiendo la película”, relató con nostalgia.
Además de los retos que enfrentaban a nivel tecnológico, la labor de conseguir cintas cinematográficas era una titánica. “Había que viajar a San Juan donde estaban las distintas casas distribuidoras, como la Paramount Pictures y Universal Pictures, para conseguir las cintas”, resaltó por su parte Gelpí.
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Rafael junto a su padre, Don Carlos Molinaris (suministrada por Gisela Molinaris)
La octogenaria indicó que “en los primeros años del Teatro en los años 40, se presentaba una película diferente todos los días. Un chófer se encargaba de entregar y recoger las películas diariamente”. Más tarde, se comenzó a exhibir una cinta por semana y era Rafael quien se daba a la tarea de seleccionar, recoger y entregarlas”.
Explica que el por ciento de ganancia era mayor para la casa distribuidora. Era un 65 para la casa y un 35 para el exhibidor, aproximadamente. La proporción variaba dependiendo de la película.
Al transcurrir varios años y debido a la llegada de grandes cadenas de cine a Fajardo, el negocio se afectó. El Teatro cerró sus puertas en octubre de 2005. “Operaba con déficit, sustentado con los ahorros de la familia. Algunas veces acudía una sola persona y mi esposo exhibía la película, así era su compromiso con ese espacio y con la gente”, enfatizó la viuda.
El Teatro Puerto Rico fue para los Molinaris más que negocio, “una vida, su familia, una época floreciente, un espacio que deleitó a muchos y que indudablemente tiene su sitial en la historia de Fajardo y de la cinematografía de la isla”, puntualizó Gelpí.
El proyeccionista: figura prominente
El proyeccionista, es la persona que profesionalmente maneja un proyector de cine, de iluminación o un aparato análogo, según lo define el Diccionario de la Real Academia Española.
El oficio de proyeccionista estuvo reglamentado en la isla desde principios del siglo XX. De hecho, la Ley 13 del 3 de julio de 1923, según enmendada: Ley Para crear la Junta Examinadora de Operadores de Máquinas Cinematográficas en Puerto Rico, instituyó un organismo evaluador para la otorgación de licencias para ejercer el oficio.
También estableció regulación sobre las condiciones de construcción de las casetas de operación de los edificios que se dedicaban a la exhibición de películas. Dispuso además, que se evaluaran a los aspirantes con un examen escrito y otro práctico, en los cuales deberían mostrar sus conocimientos sobre mecánica y electricidad y un cumplimiento riguroso de las normas de seguridad establecidas.
Eduardo Rosado, cineasta y profesor del CAAT, Colegio de Cinematografía, Artes y Televisión, considera que en Puerto Rico no se le ha dado el reconocimiento adecuado a la figura del proyeccionista. “Al fin y al cabo, son lo que hacen que la magia ocurra ante el público, un colaborador anónimo de los cineastas que existe desde la invención del cinematógrafo”, enfatizó.
La conocida investigadora de este tema en la isla, Rose M. Bernier, coincidió con Rosado en que el proyeccionista es la figura clave en la exhibición de películas y que como tal tiene que adaptarse a los cambios tecnológicos como parte de su oficio y para mantenerse competitivo.
“Al principio de las exhibiciones de las películas, el dueño de la sala generalmente era el proyeccionista, pero también este a partir de su oficio, podía desarrollarse en la industria. Este fue el caso de Eduardo Martí. Comienza como proyeccionista de cine en carpa y termina al frente de una de las principales cadenas de la década del 30: los Cines Martí”, comentó Bernier.
De esas antiguas salas de cine
De acuerdo con Bernier, la historia de una sala de cine tiene diferentes etapas. La investigadora atribuye a diversas razones, principalmente a las relacionadas con los cambios tecnológicos en la industria cinematográfica y a la capacidad de la sala a adaptarse al cambio, la desaparición de las antiguas salas en la Isla.
“Además, se debió a los cambios demográficos de nuestro país. En solo varias décadas nos transformamos de ser una población mayormente rural, a una urbana, a la vez vemos una pérdida de población en los pueblos. La gente se va, se mudan a las urbanizaciones y los cines se mudan al centro comercial, eso mata la sala del pueblo”, afirmó.
Sobre las antiguas salas explicó que existían diversos tipos de sala. Por ejemplo, la sala de un barrio era diferente a una ubicada en el Viejo San Juan. En esa zona histórica se encontraban diferentes cines, lo que a su vez, permitía una oferta variada.
“La sala más antigua, todavía en funciones en Puerto Rico es el Cine METRO, “la joya de la corona”, ubicada en Santurce, que data de finales de la década del 1930. Ha tenido intervenciones y remodelaciones. La sala fue dividida, sin embargo, casi 80 años de exhibiciones de cine la hacen especial e impresionante”, aseguró la investigadora.
Bernier recordó la sala que visitaba con mayor frecuencia durante su niñez, el Cine Rivoli, en Ponce. Recordó con detalles el final de la película de Blanca Nieves: ella corriendo, los árboles agarrándola, la bruja, la cascada, e indicó que todas esas imágenes están claras en su mente hoy.
En su etapa de adolescencia acudía al UA CINEMA 150, sala que describe como maravillosa. “El sistema “sensorround” hacía que nos sintiéramos que estábamos dentro de la película. Era un cine elegante. Recuerdo a mi mamá vestida de traje largo para ir a ver la premier de El Padrino”, anotó Bernier.
La investigadora trabaja desde hace más de una década en rescatar la historia de esas salas, llevando como norte que los hechos que reconstruye reflejan la historia individual de cada uno de nosotros. Es una obra que ha tenido que dividir en varios tomos y que espera poder compartirla durante este año.
“Es importante estudiar para entender el desarrollo de nuestra cultura cinematográfica. Poder compararnos con otros lugares en el mundo y apreciar lo que significaron esos cines para nuestros antecesores”, puntualizó.