“Las comunidades alojadas en torno al bosque Mau, como la ogiek, los kipsigis y los maasai, reconocen la necesidad de salvar la zona, pero la protección del ambiente debe armonizarse con la salvación de la comunidad”, dijo Lucy Sadera, del grupo ogiek e integrante de la Organización Maendeleo ya Wanawake, el mayor grupo de mujeres para el desarrollo de este país africano.
El bosque se encuentra en la Provincia del Valle del Rift, hogar de los ogiek y de otras comunidades como los kipsigis y maasai.
La llegada de personas no indígenas al Mau comenzó cuando el entonces presidente Daniel arap Moi (1978-2002) fomentó la colonización del lugar por víctimas de una serie de disputas por tierra en los años 1990.
Paradójicamente, en 2009, el gobierno decidió desalojar a las comunidades autóctonas del bosque –el más grande en el país, con unas 400,000 hectáreas— acusándolas de degradar la zona. En los últimos dos años, estos pueblos han vivido en los alrededores, en tiendas de campaña y sin servicios básicos como saneamiento.
El Mau es la reserva más grande de carbono del país. Ayuda también a mitigar las inundaciones y a suplir la escasez de agua, además de reducir la erosión del suelo.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente señaló que la deforestación era la causa de las frecuentes sequías e inundaciones en África oriental.
El gobierno keniano recuperó unas 20,000 hectáreas de tierras a través de órdenes de desalojo, pero estas han afectado especialmente a la comunidad ogiek.
“No hemos conocido otro hogar. De la misma forma el pez pertenece a un hábitat y sólo puede sobrevivir bajo el agua, así somos los ogiek con el bosque”, explicó Eliud Bonosos, uno de los estimados 20,000 miembros de ese grupo étnico.
Funcionarios del gobierno y destacadas figuras políticas supuestamente serían “propietarios” de tierras en el bosque, y han sido acusados de perpetuar la deforestación.
Aunque el Mau es teóricamente propiedad pública, personalidades kenianas han recibido grandes extensiones de tierra como recompensa por su lealtad a anteriores gobiernos.
Sin embargo, no poseen los títulos de propiedad, por lo que no pueden venderla legalmente.
En 2010 fue divulgada una lista con los supuestos propietarios de tierras en el Mau, pero muchos de los mencionados la calificaron de “caza de brujas” y de represalia política por su rechazo a la nueva Constitución, promulgada ese año.
“Los ogiek estamos molestos porque seguimos siendo acosados por el gobierno aun cuando éste sabe que los verdaderos culpables de la gran destrucción del bosque son prominentes figuras políticas”, afirmó Bonosos.
“El Mau es nuestra tierra ancestral. ¿Por qué es que la destrucción comenzó sólo en la última década? Nosotros sabemos cómo coexistir con la naturaleza, y no somos responsables de esta ruina”, subrayó.
Dijo además que algunos “propietarios” de tierras en el Mau habían utilizado los recursos del bosque para ganancia personal. Algunos talaron árboles, y otros convirtieron grandes extensiones de tierras en zonas de cultivo.
El Mau “ha sido víctima de una completa destrucción tras años de invasión y la consecuente tala”, explicó Kantau Nkuruna, de la Asociación de Bosques Comunitarios.
La organización, una iniciativa de los ogiek y de otras comunidades que viven cerca del Mau, busca ayudar a los residentes a beneficiarse del bosque a la vez de protegerlo.
“En las últimas dos décadas, el Mau ha perdido alrededor de 25 por ciento de su cobertura forestal, lo que se traduce en unas 107,000 hectáreas, debido a la construcción ilegal de asentamientos, la tala y la combustión de carbón”, indicó Nkuruna.
“El Mau atrae precipitaciones y es también un gran reservorio de agua, y como comunidad hemos visto el impacto que ha tenido su destrucción en esta región”, dijo Nkuruna.
No obstante, destacó que, desde que comenzaron los esfuerzos de conservación el año pasado, la precipitación en la región ha mejorado.
El bosque Mau conserva el agua de lluvia excedente y forma las cuencas superiores de los principales ríos en la región occidental keniana, que a su vez nutren a los más grandes lagos de la zona, como el Naivasha en Kenia, el Victoria en Tanzania y Uganda, el Turkana en Kenia y Etiopía y el Natron en Tanzania y Kenia.
Por tanto, el impacto de la destrucción del bosque trasciende las fronteras.
El Servicio Forestal de Kenia acaba de enviar guardias para patrullar el bosque y protegerlo de una mayor deforestación.
Algunos políticos señalan que los desalojos de las comunidades autóctonas es en realidad un castigo del gobierno a la población del Valle del Rift por su postura política.
En las elecciones generales de 2007, la mayoría de los habitantes de la zona votaron por el opositor Movimiento Democrático Naranja. El Valle del Rift tiene un importante peso político debido a que se trata del mayor distrito electoral, con capacidad de determinar el resultado en unos comicios.
Por lo que, el gobierno ahora intenta encontrar un lugar para los desplazados. El ministro de Tierras, James Orengo, admitió que “se cometieron errores en el proceso de desalojo del Mau”, pero aseguró que “pueden corregirse”.
En el pasado, el gobierno ha citado la falta de fondos como la razón por la cual no puede comprar tierras para las comunidades desalojadas.
Sin embargo, la situación podría cambiar, ya que el gobierno acaba de destinar unos 120 millones de dólares para la reubicación de los ogiek, así como de los desplazados por la violencia postelectoral de 2007 y 2008.
La rehabilitación del bosque Mau y la supervivencia de las comunidades indígenas requerirán de un equilibrio entre preservar el ambiente y proteger a sus habitantes. Hasta ahora no se ha logrado.
Fuente Periodismo Humano