Don Jaime Benítez Rexach guardaba papeles. Cientos y miles de papeles, cartas, contratos… todos en su oficina ubicada en la Biblioteca de la Universidad de Puerto Rico. Con esmero los custodiaba, porque reconocía en cada uno de ellos -sin importar tamaño- el valor que representaban. En algunos de ellos se podían distinguir cartas personales y otras que recibió siendo Rector y luego Presidente de la Universidad. Entre ellas, aquellas que cursaba con los presidentes de los Estados Unidos y de Hispanoamérica de su época, Luis Muñoz Marín, Teodoro Moscoso, Gabriela Mistral, María Zambrano, Francisco Ayala, Fernando de los Ríos, José Ortega y Gasset, Pedro Salinas, Robert Hutchins y el matrimonio de Zenobia Campubri y Juan Ramón Jiménez, entre otros. También estaban los papeles de periódico que plasmaban las letras que algún rotativo de la Isla imprimía, y en las que -quien fuera llamado “grande hispánico”, por Julián Marías- daba su juicio sobre algún asunto que le concerniera al pueblo o a su Universidad. Ese recinto académico que ideó, buscando que fuera “la mejor Universidad posible”, como asegura Emilio Ruíz, investigador histórico que tiene a su cargo catalogar e indagar cada uno de los documentos que la familia del ex Rector y ex Presidente del primer centro docente del País donara al Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR-RP). El trabajo de Ruíz fue el germen de un futuro Archivo de Jaime Benítez, el cual resguardará cada uno de estos escritos para futuras generaciones, y cuyo valor se estima en millones de dólares. “Nos encontramos con un archivo que tiene dos facetas: un archivo personal privado-familiar y un archivo público. La faceta privada y personal tiene un tratamiento distinto al de otros archivos que son públicos generales o archivos privados más generales, porque la función de Don Jaime a lo largo de toda su vida tiene la vertiente pública, porque tuvo cargos públicos, y, por lo tanto, produjo documentos y recibió documentos que no eran estrictamente personales. Entonces, lo que estamos haciendo, es tratarlo bajo esos dos ángulos”, explica Ruíz. La encomienda del Archivo inició en el 2007, cuando la Universidad de Puerto Rico firmó un acuerdo de colaboración con el Departamento de Archivo Histórico del Banco Bilbao Vizcaya de Argentaria (BBVA), para que esta institución financiera se encargara de digitalizar alrededor de 30 mil documentos de Benítez, que Ruiz seleccionara para ese fin. Estos últimos escritos están relacionados con los exiliados españoles, a quienes Benítez incorporó como profesores del Recinto. Entre estos exiliados figuraban: Juan Ramón Jiménez, Federico de Onís, Antonio Rodríguez Huéscar, Eugenio Granell, Segundo Serrano Poncela, José Gaos, María Zambrano, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Américo Castro, Joaquín Rodrigo y María Rodrigo; quienes con su visión de mundo ayudaron a modernizar la educación universitaria en Puerto Rico.
Desde entonces, Ruíz se dio a la tarea de trabajar contra todos los reveses y trámites para lograr escudriñar en los más de 100 mil documentos que son parte del archivo personal de quien fuera, también, Comisionado Residente en Washington, durante el 1973 al 1977. En seis meses Ruiz logró leer e investigar sobre los miles de papeles que abarrotan el área temporal designada para el Archivo, con sede en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Esta tarea dio paso al envío paulatino de los documentos a España, en donde los Estudios Durero –encargados del Archivo del Banco- se encargaron de digitalizar el original, con un equipo especializado para este tipo de escritos, que ya se encuentran maltrechos por el tiempo y por las condiciones en las cuales han sido custodiados. La versión digital del Archivo, se espera, perdure en el tiempo, así como las microfichas, método utilizado comúnmente para resguardar documentos importantes. De esta manera, el documento original no sufre las consecuencias que una manipulación directa o un mal archivo puede ocasionarle a su conservación. “En principio, la única manera de poder saber lo que dice un documento es volver a sacarlo del lugar donde lo hemos organizado, y, para eso, tenemos que manipularlo y el archivo sufre. El documento sufre, a pesar de las mejores medidas que puedas tomar. El caso es que se tomó la decisión de microfilmar archivos para poder ser usados y, ahora, al decir que estamos en una etapa distinta, que es la etapa de la informática, los archivos pueden ser digitalizados, o sea, un proceso de escaneo y digitalización, para que ese archivo sea un catálogo informático y que se pueda consultar sin necesidad de manipular el papel con el deterioro que eso conlleva”, explica Ruíz. El investigador añade que la expectativa es latente ante este nuevo proceso, en la medida en que se conoce que las microfichas duran más de cien años, pero que, al menos, se sabe que las copias digitales pueden durar más de treinta años. Se espera que en verano de este año la sede permanente del Archivo sea situada en la antigua oficina del ex Rector y ex Presidente de la Universidad, ubicada en la Biblioteca José M. Lázaro, siendo la Universidad la custodia del Archivo. No obstante, el BBVA guardará una copia del material digitalizado, así como la Fundación Luis Muñoz Marín, institución custodia -por deseos de la familia del ex Rector- de los documentos que provenían del domicilio de Benítez y que, posteriormente, cedieron al Recinto de Río Piedras.
Una década como profesor, 24 ejerciendo como rector y cuatro años en la presidencia del primer centro docente de Puerto Rico, resumen a estrechas la historia de Jaime Benítez Rexach en la Universidad. El que fuera el rector más joven de la historia de la Institución -pues fue nombrado a ese cargo a sus 33 años, en septiembre de 1942- Benítez acogió el mando de una universidad sumida en el elitismo, y cuya periferia la bordeaba la extrema pobreza que atacaba la Isla. En un panorama poco alentador, en el que los profesores no eran bien pagados, trabajaban muchas horas y las huelgas eran constantes, el también licenciado tuvo que tomar las responsabilidades de un cargo que no buscaba. “Jaime Benítez no es Rector de la Universidad por casualidad, sino por azar. Porque Jaime Benítez no quiso ser nunca Rector, a Jaime Benítez le tocó ser Rector, que es muy distinto. Había personas capacitadas intelectualmente, pero no había gestores universitarios en Puerto Rico, porque los gestores universitarios eran norteamericanos”, explica Ruíz. Éste apunta a que ante la situación política del país, la Junta de Síndicos nombra a Benítez para ocupar el mando de la institución, tras diez años de fungir como educador en ella. Con el reto de levantar a la Universidad, Jaime Benítez inició su incumbencia solicitándole a la Junta de Síndicos que le redujera su sueldo a la mitad -de $15,000 anuales a $7,500- cosa que la Junta sólo transó al dejarle su salario en $8,000. Para Ruíz esta actitud de Benítez “fue una lección de responsabilidad”. Durante su rectoría, Benítez se propuso abrir la educación universitaria a las personas de escasos recursos que deseasen estudiar y que tuvieran talento. Para ello consiguió becas, a través de diversos recursos y contactos en el exterior. Entre ese largo listado de contactos que Benítez tenía a su disposición para asesoramiento y cualquier tipo de ayuda en relación a la Universidad, Ruiz menciona a los ministros y miembros del gabinete de la II República Española, tales como: Fernando de los Ríos, Luis Jiménez de Azua, Gabriel Franco, Mariano Ruíz Funes, Victoria Kent, directora de Prisiones; Francisco Ayala, letrado de las Cortes y redactor de la Constitución de la República del 1931; Segundo Serrano Poncela, delegado de orden público; y José Giral, presidente de gobierno de la II República Española y catedrático de Química. A sus logros de extender la educación universitaria a las personas pobres y no dejarlo como beneficio exclusivo de las élites, se le sumó el establecimiento de la residencia para los profesores, quienes vivían en condiciones de extrema pobreza en los barrios aledaños a la Institución, proyecto que Benítez encomendó a Henry Klumb. Asimismo, el ex Rector de la Universidad logró establecer una facultad universitaria altamente capacitada, la cual, según Ruíz, contaba con los mejores profesores exiliados españoles, hispanoamericanos y aquellos norteamericanos que poseían tendencias liberales. De esta manera, Don Jaime Benítez se llegó a convertir en el impulsor de la educación universitaria en Puerto Rico, para colocarla a la altura de los tiempos. “En la Universidad de Puerto Rico, el primer educador moderno -aunque a mí no me gusta la palabra moderno, diríamos actual- se llamaba Jaime Benítez. ¿Por qué? Porque Jaime Benítez tenía la formación para darse cuenta de todas esas cosas que, por lo general, aun siendo universitarios, los demás no se daban cuenta, y es porque él pensaba. Él se planteaba la vida como una exigencia. Él contó con lo que había, pero quiso superar lo que había. En vez de criticar, o simplemente maldecir, prender una luz, que es mucho más inteligente”, asegura el investigador. Para Ruíz, el legado de Benítez logró sobrepasar todo tipo de tropiezos y reclamos, entre ellos, los de las huelgas, a las que éste se llegó a enfrentar mientras estuvo al mando de la Universidad. Inclusive, asegura que el licenciado disfrutaba las manifestaciones, porque eran parte innata de la academia y no las temía. Su labor en la Universidad de Puerto Rico culminó en el 1971, cuando fue destituido a su cargo de Presidente por la Junta de Síndicos. Un año después de esto pasó a ser Comisionado Residente del País, y más tarde ejerció su magisterio en otras universidades, fundamentalmente, en la Interamericana y en la American University en Bayamón. En 1984, incluso con la administración en contra de sus ideales políticos, el Rector Miró lo contrató en la Universidad de Puerto Rico, en donde se le concedió un despacho en la Biblioteca Lázaro. Allí llevó todos los papeles que, hoy día, Ruíz escudriña buscando hilvanar hilos en la historia de este letrado. “¡Jaime Benítez construyó la mejor universidad posible! ¡Esto no lo puede rebatir nadie! La mejor universidad posible, era la de Jaime Benítez. No había manera, en ese momento, con las circunstancias de hacer universidad, una mejor que la que hizo Jaime Benítez”, concluye el español.
Emilio Ruíz llegó a Puerto Rico en el 1991, por vía marítima. Era piloto de la Nao Santa María, embarcación que abría camino a otras, provenientes de España, que llegarían a puerto isleño para participar de la Regata Colón de 1992. Pero antes de su llegada a la Isla, ya la conocía a través de las anécdotas de colegas y amigos que habían impartido clases en la Universidad. A su llegada, se empeñó a encontrar los expedientes de aquellos exiliados españoles que habían impartido clases en el Recinto de Río Piedras, por lo que ideó un plan para recuperarlos, porque entendía que “era la única manera de seguir las huellas de aquéllos que me habían precedido en el tiempo”. Así, sin más, se dirigió al Archivo Central de la Universidad de Puerto Rico (UPR) y solicitó los expedientes al dependiente, quien mostró curiosidad por lo que el soriano requería. “Le dije: ‘muéstreme el de Helodorio Carpintero’. La suerte para mí fue que al arriero del expediente hay una fotografía y una postal, y le digo: ‘¿me permite usted? Esta fotografía es una postal que le enviaban mis padres con una foto mía de chico’”, recuerda con agrado en su improvisada oficina en la Biblioteca de la Universidad de Puerto Rico, desde donde labora para catalogar los documentos que formarán parte del Archivo de Jaime Benítez. Su labor como investigador requiere el uso de archivos que le brinden una noción sobre datos históricos, sociales o culturales sobre el tema del cual indagan, ya que les sirven de fuentes para tejer los vacíos que pueda haber en una historia o en un acontecimiento. “Un archivo no es un almacén, es algo que tiene una organización, y que cumple unos requisitos universalmente aceptados, aunque no siempre se apliquen. El archivo nos sirve, principalmente, para tener la memoria guardada en algún sitio y que pueda ser consultada con facilidad para cualquier actividad, ya sea intelectual, investigadora, o, simplemente, cotejar datos que se necesitan para la vida cotidiana. Hasta ahora, lo que se hacía con los archivos era organizar los documentos, y la organización de los documentos pasaban a ser legajos que podían ser consultados y se hacían fichas para poder localizarlos, o sea, que el proceso era bastante similar a lo que era el proceso de una biblioteca con libros, pero resulta que el archivo no es precisamente eso”, enfatiza Ruíz. El investigador asegura que es preciso concienciar a la Universidad, a los profesionales de la educación, así como al gobierno en la Isla, de lo importante que representa un archivo para el País, de su correcto inventario y catalogación de los métodos apropiados para preservarlos. No sólo por los méritos que conlleva conservar los documentos públicos de un gobierno y sus funcionarios, en la medida que son parte de su historia, sino porque son eslabones necesarios para la labor de un investigador. En el caso de su labor con los documentos de Don Jaime Benítez, Ruíz se ha topado con documentos maltrechos por el tiempo, el clima y por el mal resguardo y clasificación de los mismos. Situaciones que han abonado a que muchos de los documentos del archivo de Benítez se encuentren gravemente deteriorados, razón que apremia la necesidad de digitalizar alrededor de 30 mil documentos de los 100 mil que compondrán el Archivo, cuyo valor en el mercado de la subasta es incalculable.