Muchas soluciones a los problemas ambientales, de escasez de recursos, de energía alternativa y de sustentabilidad en general, existen desde hace varias décadas. En el caso de Puerto Rico, existen también desde hace años uno que otro incentivo relacionado a lo Green (como el crédito contributivo sobre los calentadores solares, por nombrar uno). Igualmente han existido más de una campaña mediática relacionada, sobre todo, a la disposición de desperdicios sólidos: Oye el canto del coquí, Pítale a la basura o Yo limpio a Puerto Rico. Tan variadas y omnipresentes han sido estas formas de llevar el simple mensaje de que los desechos tienen un lugar más allá del momento en que el cerebro ejecuta la orden para que la mano suelte un objeto de consumo a su propia suerte, que la pregunta forzada, es: ¿por qué seguimos siendo tan puercos? Aunque existan algunos lugares dignos de mirar donde estos problemas lucen mejor resueltos, la misma pregunta aplica a otras tierras. Entre toma y toma hacia el final de la juramentación del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se veía la cochambre que iba quedando sobre la grama del National Mall cuando millón y tanto de personas se retiraban. Quizá hacía demasiado frío para aguantar la basura hasta poder echarla en su lugar. Tras cien toneladas de desechos, la pregunta sería la misma que la nuestra. La naturaleza de su contestación es verdaderamente compleja y en más de un sentido, tan transnacional como los problemas que la provocan. Estas breves líneas son una especulación a manera de teaser sobre las complejidades aún desatendidas que rodean y evitan, como los tentáculos de un gran pulpo problemático, que lo Green emerja de ser un sustantivo novedoso para suplementos periodísticos o un simple buzzword de mercadeo rapaz sobre la culpa del consumidor sensible. A tales efectos, miremos algunos problemas desatendidos—escollos seguros antes de alcanzar las soluciones—concentrándonos en la extensión territorial llamada Puerto Rico. Pensemos: quizá un problema de lo Green es falta de educación. ¿Cómo medir semejante falta? ¿Cuántas giras a parques del Fideicomiso de Conservación o programas televisivos infantiles llevando el mensaje serán suficientes? ¡Desde Captain Planet andamos con la cantaleta! ¿Será que la conciencia del cuerpo y su entorno debe ser parte intrínseca de la “educación física” en las escuelas? Quizá. Pero, aunque contáramos con programas similares, pienso que la pregunta, ¿por qué seguimos siendo tan puercos? seguiría existiendo por una razón que estimo es el componente mas ignorado del problema en su actualidad. Pero tomemos momentáneamente otro camino buscando la respuesta. ¿Será que las campañas y programas de concientización no son suficientemente llamativos, que los suplementos del periódico son aburridos o que los portavoces del mensaje no agradan? No importa cuan sexy se vistan los mensajes de la sustentabilidad, o si Brad Pitt y Angelina Jolie, Daddy Yankee o La Burbu donan su tiempo y cara para hablar de estos problemas, la pregunta continúa: ¿por qué seguimos siendo tan puercos? ¿No son suficientemente cool, hip y sexys las formas que ha tomado el mensaje como para cautivar al gran público? Probablemente sí. Aunque lo Green se vuelva tan llamativo y sexy como pueda, el gran porcentaje de la población en el corazón del problema—eternos consumidores en sobrepeso y amantes de la gasolina en general—descarta el mensaje con el mismo cinismo indiferente con que ignoramos una Prom Queen (por más sexy que sea). Entonces, ¿por qué seguimos siendo tan puercos? Una contestación a mi juicio tendría que ser: porque a una aplastante mayoría no le importa nada. Quizá el estado no ha hecho suficiente—y como dicen algunos—el reciclaje debería ser compulsorio, entre otras cosas. Pero, ¿no son innumerables los patios, quebradas y precipicios donde la basura se echa al olvido? ¿Tendrá que haber un policía en cada casa para velar que todos separen y laven apropiadamente su basura? Si existiera un sistema automatizado de control para enforzar semejante absurdez, ¿evitaría que ese Homo consumens utilizara su propia casa para tirar lo que consume? Cuando ni la salud del propio ser es de importancia para alguien, ¿cómo hacer que le importe la basura, o tan siquiera la vida de sus hijos y de los demás? Indudablemente, existe una abrumadora mayoría de personas a las que, evidentemente, no les importa nada, ni siquiera el futuro de su bienestar. Se privilegia la gratificación instantánea—una suerte de hedonismo cirenaico y fatalista, quizá llegado vía el mediterráneo hispano y por todo lo latino que nos conecta con esas tierras. Distinto al hedonismo epicureista (componente intrínseco de la jurisprudencia anglosajona vía el Utilitarismo de Bentham, Mill y otros) donde el placer futuro no puede ser comprometido por la gratificación momentánea y donde la búsqueda del bien para el mayor número de personas es parte del placer del individuo, en el hedonismo cirenaico el placer corporal inmediato predomina sobre el placer futuro. Entonces la gratificación del individuo es lo verdaderamente importante sobre todo lo demás. ¿Cómo habremos llegado a parecernos a esa vieja escuela griega? Habrá sido vía una culpa católica que explota desenfrenada con el sistema de consumo recibido del norte, o será resultado casual de la condición de vida actual. Sin duda, un puertorriqueño típico tiene prioridades claras: llegar a casa en su SUV, tener suficiente patio como para no oír el televisor del vecino, encerrarse refrigerado por su mini-split frente a un plasma gigante y llenar el zafacón de latas de cerveza mientras ve la última pelea de boxeo en pay-per-view. ¿Será falta de leyes? Aunque éstas fueran propuestas por ciudadanos comprometidos, su aprobación recaería en los políticos elegidos por el mismo Homo consumens en el meollo del asunto. Si estas masas de no-importistas fueran silentes, si vivieran y dejaran vivir, sería otro cantar. Pero tienen derecho al voto y lo ejercen por quienes garanticen su estilo de “vida”. Como la voluntad política nunca va por encima de la reelección, quedamos evidentemente ante una dictadura de masas (en sobrepeso). ¿Se podrá hacer que el Homo consumens entienda que el placer que tiene hoy compromete su placer de mañana, el de todos, y a escala planetaria la supervivencia misma de la especie? Aunque le aplicáramos la técnica Ludovico de Clockwork Orange con An Inconvenient Truth con un mix de vídeos de Tito Kayak, ¿haría eso que le importe algo la vida futura? La invisibilidad de las consecuencias de no ser Green se ve suplantada por la pornografía de catástrofes hollywoodenses: la falta de propaganda adecuada es también un problema. Durante los meses previos a las últimas campañas presidenciales de los Estados Unidos, algunos políticos y analistas llegaron a plantear públicamente el problema del Homo consumens como tema de seguridad nacional: igualmente peligrosos son un fundamentalista islámico con un carro bomba, que un gordo golfista en su SUV (hijos amarrados a toca-DVDs). No es que el sobrepeso sea caprichosamente condenable, sino que muy seriamente, al igual que el fumar cigarrillo, la obesidad conlleva complicaciones médicas que implican gastos multimillonarios para el sistema de salud que todos pagamos—entonces, cuando el placer se convierte en el consuelo para nuestros males, la obesidad aflora como una patología de un cierto hedonismo cirenaico (o quizá, del peor nihilismo pasivo). Sin tan siquiera haber entrado en la negación de lo abyecto, los problemas de lo Green delineados en estas líneas son a mi entender esencialmente dos: uno político y uno entre lo psicológico y lo filosófico. Político, porque muchas medidas necesarias para garantizar la supervivencia de la especie en el planeta son costosas (por los grandes capitales necesarios en la implementación de tecnologías y remedios) y porque necesariamente implican prohibiciones (ciertas modalidades de consumo deberán cesar). El Homo consumens, como el libre mercado, no dejará de ser una amenaza a la especie sin la necesaria intervención del estado. Cuán populares resulten soluciones al problema político de lo Green, es otro tema, pero en ello nos jugamos más que la re-elección de un funcionario: el futuro de la especie vs. la gratificación instantánea del Homo consumens con voz y voto (que viviendo no dejará vivir). Por otra parte, los problemas de lo Green son psicológicos y filosóficos porque su naturaleza se esconde en el laberinto de pasillos subterráneos que conectan ambas disciplinas con el problema ante nosotros. Un nuevo jíbaro barrigón, dejó su cosecha podrida para tirarse en el sofá bajo el cielo acondicionado. Muévete. En ocasiones este parece existir como reflejo de una gran afirmación de la vida—una aceptación y auto-condena al consumo como redentor de la vida terrenal—y en otros casos, más lúgubres y sombreados, como reflejo de una negación de la vida—un consumo resignado y una aceptación del final de la vida y sus complicaciones (autocondena a la muerte). Cuál es cuál, y cuándo, parece ser un rompecabezas para la psicología y la filosofía (y todo lo que haya entre ambas disciplinas). Si estuviéramos ante lo primero, esa especie de hedonismo cirenaico, quizá sería cuestión de desvelar la ruleta rusa y acercar el Homo consumens al epicureismo. Si estuviéramos ante lo segundo, esa especie de nihilismo pasivo, nos enfrentaríamos a una pulsión de muerte capaz de acabar con todos. Lo apremiante de lo Green trata de aspectos estrictamente materiales: el consumo de recursos es consumo de recursos, sea por gozo o por nihilismo—pero para solucionar sus problemas, toca contestar la pregunta original: ¿por qué seguimos siendo tan puercos?