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En los países en los que hay trenes y ferrocarriles, es popular un estúpido juego de adolescentes en el que, para demostrar una supuesta valentía o “machismo”, hacen la prueba de quién se mantiene más tiempo sobre los rieles, antes de que los pise la locomotora. De más está decir que la mayoría de los que “ganan” son los que no sobreviven o salen bastante lesionados, demostrando realmente que el juego no tiene nada de valentía involucrada y, por el contrario, tiene mucha insensatez. El jueves 15 de octubre, día del Paro Nacional, durante los eventos que siguieron a la actividad de la avenida Roosevelt, se pudo presenciar un comportamiento similar al de estos chamacos que se ponen delante del tren. Ya concluida la manifestación en la que se había logrado importantes objetivos como: mostrar cívicamente un descontento en la población, causando con esto el histórico cierre de Plaza Las Américas, en un día que no fuese festivo o por un fenómeno climático. De esta manera, algunos manifestantes sintieron la necesidad de continuar con las expresiones de protesta y mantuvieron el bloqueo del Expreso de las Américas. Fue entonces cuando aquellos que necesitaban demostrar que eran “más machos” que la policía comenzaron o Carlitos Colón o el Invader comenzaron a actuar. Con los rostros enmascarados, estos “revoltosos”, como el Superintendente de la Policía José Figueroa Sancha los catalogó, comenzaron a generar caos y desorden. Escribieron slogans en la vía con pintura en aerosol, quemaron dos gomas, les gritaban improperios a los miembros de la fuerza de choque de la Policía e incluso, uno que otro se atrevió a arrojar alguna botella, piedra u otro objeto contundente. De más está decir que la intención de querer parecer más fuertes o bravos que un regimiento de oficiales, armados con macanas, escudos y armadura, es tan ilógico como esperar al tren en los rieles.
Pero esto también responde a otros males y vicios presentes en nuestra sociedad. Cuando se les preguntó a algunos de estos individuos el por qué de sus acciones, con bastante rabia duramente contenida y nada enfocada, respondían que era hora de que “ellos” cesaran en sus acciones. Les fue bastante difícil precisar quiénes eran ellos o qué era lo que debían dejar de hacer o por qué debían dejar de hacerlo. Entonces se dan episodios como los antes descritos o los grafitis en las paredes del McDonald´s de la avenida Roosevelt y en las del restaurante El Zipperle. ¿A quién afecta estos daños a la propiedad? ¿Son afines con la actividad de protesta que se estaba llevando a cabo ese día? El Paro, la manifestación, era en contra de las decisiones gubernamentales, no en contra de los comerciantes y propietarios de restaurantes. Además, el que se verá perjudicado no serán los dueños o las cadenas de comida rápida, por el contrario, será un empleado, a quien se debería buscar para añadirlo a las filas de simpatizantes con los objetivos de la marcha, pero por el contrario, seguramente repudiará a las personas que rayaron las paredes del local donde trabaja, pues sin que se le aumente un centavo en su nómina, tendrá que pasar toda la mañana limpiando la huella que ha dejado la rebeldía injustificada. Pero volvamos al tenso momento de las negociaciones entre la Policía y los manifestantes que bloqueaban el Expreso. Cuando se comenzaban a dar avances en los trámites de mediación entre los uniformados y los líderes de los diversos grupos en protesta, algunos enmascarados (y algunos no enmascarados), comenzaban a negarse a ceder y a cumplir con su parte del trato. Ellos necesitaban lograr algo, sentían el impulso de hacer algo más en un día en el que para ellos no se había alcanzado nada. Poco les importó los argumentos de sus supuestos líderes, la presión por parte de la Policía y mucho menos la presencia de una figura histórica como la del ex preso político y militante nacionalista Rafael Cancel Miranda, quien expresaba que “una cosa es ser rebelde y otra, revolucionario”, y les rogaba a “su gente” que se marchara, diciendo que “las batallas debían hacerse para ganarlas” y que en ese día ya se había logrado una victoria, por lo que no tenían ya nada que buscar más ahí. Y es que precisamente el problema radica precisamente en esa noción de que si se marchaban no habrían conseguido nada. ¿Pero entonces qué tenía que pasar para haber alcanzado algún objetivo? Cuando Diálogo Digital les preguntó a algunos por qué no querían abandonar la vía pública, uno respondió: “Si nos vamos no habremos logrado nada y ellos habrán ganado”. Me cuestiono entonces: ¿se quedarían eternamente en el Expreso para que esto no pasara? ¿Qué tenía que pasar para que no se sintieran derrotados? Los psicólogos explican que cuando se tienen hijos con problemas de rebeldía injustificada, no conviene generar una competencia de poderes. Por el contrario, se debe apostar por una especie de juego de liderazgo. La persuasión debe actuar por encima de la prohibición. Para el rebelde, el que se le haga obedecer por la fuerza es la consolidación de sus metas y la expresión máxima de su oposición pues, no accedió a doblegarse por voluntad propia sino porque se le obligó por medio de la violencia. De haber ocurrido un acto de represión por parte de la fuerza policíaca, los rebeldes habrían salido victoriosos pues demostraron ser “fuertes de carácter” y no haber cedido hasta que fue imposible aguantar. Pero al no haberse suscitado este escenario, la decepción y el sentimiento de derrota surgió, aun cuando para el resto de los manifestantes, la actividad había resultado exitosa. Lamentablemente, la búsqueda de notoriedad les impedía ver que en aquella manifestación, ellos no eran los protagonistas. Los personajes principales en el paro eran los trabajadores y los estudiantes que cívicamente protestaban. Hay que elogiar a aquellos que mantuvieron el control, tanto de los uniformados como de los manifestantes. Hay que aplaudir que ningún bando cayó en provocaciones y que se mantuvo la no confrontación, como medio de solucionar la tensión entre ambos. Aplaudamos que al final, fueron la razón y el sentido común los que prevalecieron sobre la supuesta demostración insensata de coraje.