. EE.UU. y Brasil son las dos mayores economías de las Américas. EE.UU. tiene, además, el mayor PBI mundial y Brasil, el noveno. El comercio bilateral suma US$ 50 mil millones al año. Nadie puede afirmar que conducir los destinos de estas naciones es tarea fácil. Se requiere de mucha voluntad y decisionismo político. Tanto Lula en el Brasil, como Obama en los Estados Unidos, serían los encargados adecuados por su liderazgo, carisma y pragmatismo. Encarnan la nueva forma de hacer política. Una política necesitada de aires nuevos, de recargada confianza. En los duros tiempos que transita el mundo, en donde el capitalismo tardío y la crisis humanitaria acechan las naciones, el don de la inteligencia y la prudencia, que representan los buenos estadistas, es vital. Nadie duda de la capacidad comunicativa de Lula, o del discurso emotivo, casi mesiánico del presidente norteamericano. Es que, más allá de las distancias, se asemejan, y mucho. Para dirigir los destinos de los Estados Unidos, el principal país del Nuevo Orden mundial, o del Brasil, la principal economía de América Latina, se requiere poseer gran cintura comunicativa, poseer excelentes cualidades en materia de relaciones públicas. La capacidad de entendimiento del escenario geopolítico, de convencimiento hacia los demás países del proyecto nacional, y por sobre todo, el acatamiento de la atención de los diferentes sectores sociales a nivel doméstico, son piezas claves del entramado que hace a la eficiencia política. Lula en Brasil como Obama en el norte, son claros ejecutantes de esta visión de nueva política. Una política eficaz que energiza las cualidades de los pueblos, pero que toma decisiones a nivel público con seriedad y prudencia, sin contaminantes, sin idealismo o cinismo. El pragmatismo hace al “Brasil moderno” acercarse a su destino manifiesto. Ese destino conducido por un líder también elegido por el destino. Lula, un obrero metalúrgico nacido en familia de bajos recursos, llega a la envestidura máxima de las democracias, para hacerse cargo de un proyecto político a largo plazo, que reinvente las conjeturas de Branco y Vargas, que corrija los errores del pasado, que otorgue un nuevo rumbo. Obama, recupera el valor de los estudiantes y los marginados, del hombre trabajador y honrado y de los sectores medios y bajos. Un hombre de color conquista la presidencia de los Estados Unidos. Todos recuerdan el sueño de Martin Luther King quien añoraba que todos sean más iguales. Tal vez el golpe emotivo de esta reivindicación histórica, tras una década de neo-fascismo bushista, hizo más fuerte el impacto.
Igualmente, no hay que descuidar que así como se encarnan los “cambios”, o los ideales de reconstrucción de los valores íntimos de los pueblos, nutriéndolos del lenguaje del nacionalismo, la política real, es la que marca el paso. La recuperación económica en el Brasil y en los Estados Unidos, no se deberá solamente al empuje que producen los discursos y el seguimiento de los pueblos para con sus líderes. La alianza de poder entre las élites económicas, financieras y productivas de ambas naciones con el sector político da el apoyo necesario para que estos planes se cumplan. Obama como Lula, son grandes ejecutores de los intereses del poder, de ahí también sus grandes cualidades de convencimiento y carisma, que hacen más fácil para las masas el acatamiento de medidas impopulares. Algunos analistas critican que en Estados Unidos no ha cambiado nada en materia política, económica y bélica. El punto es que dada la realidad es poco el tiempo transcurrido desde el 20 de enero de este año en que asumió Obama. El posicionamiento de integrantes liberales de Wall Street en los puestos del funcionariado, o la reducción de tropas en Irak para fortalecer la ocupación en Afganistán, son reproches al mandatario demócrata. Lo cierto es que como enunciábamos anteriormente, el cumplimiento de los intereses en materia económica y militar en los Estados Unidos es muy demandante, y no es suficiente la personalidad del mandatario, quien debe balancearse entre lo mejor para su pueblo y lo mejor para su cabeza. En el caso de Lula es similar. Las políticas de la economía brasilera como país emergente hace que el gobierno de Da Silva del 2003 a esta parte, haya recuperado la confianza en la gente, pero la distribución de la riqueza continúa siendo muy desigual, y ciertas medidas neoliberales de otros tiempos, se encubren con rasgos de populismo y ambigüedad para continuar siendo aplicadas. A pesar de esto, Brasil es el país con mayor capacidad productiva de la región, y el de mayor trascendencia internacional. En materia energética, es un ejemplo en la elaboración de biocombustibles, y posee excelentes cualidades de diplomacia como puente entre el norte y el sur del continente. Es el país sudamericano con mayor llegada económica a América Central y junto a Rusia, India y China, conforman un bloque económico- político transnacional (el denominado BRIC) que es el futuro de la política de bloques. Estados Unidos se encuentra en una etapa de reinvención. Su capacidad nacionalista y las bases del esfuerzo, consagradas en el trabajo duro y la inversión productiva, harán de ese país lo que antiguamente era, seguramente en el corto plazo, mucho antes de lo que la mayoría imagina. Lo cierto, es que tanto el proyecto del Brasil como el de los Estados Unidos, encarnado en sus líderes, están demostrando a América Latina y al mundo, que en cierta medida la nueva forma de hacer política está derrotando a las costumbres agobiantes y confrontativas del pasado. Esas que produjeron la situación actual, ejemplificando que es necesario valerse de ingredientes de mayor capacidad de entendimiento y pluralismo, construyendo nuevos horizontes, cargados con mayor practicidad y apertura ideológica. Puede acceder al artículo original en: www.alrededoresweb.com.ar.