El Oscar que se le otorgó a la película animada, Happy Feet, del director australiano, George Miller, quizás nos haya nublado la vista. A finales de los noventa, Babe, fue el comienzo de este efecto de clasificación G y PG en la carrera de Miller. Estas películas familiares, por excelentes que sean, prescinden de un hecho inescapable: Miller conoce cómo engendrar películas de acción grandilocuente.
Fue por poco que casi olvidamos el verdadero magnus opus del australiano: Mad Max y sus consecuentes secuelas. La franquicia comenzó para finales de los setenta lo que resultó en dos secuelas que fueron tan bien recibidas como la primera, tanto en crítica como en taquilla.
Unos treinta y cinco años después, Miller decidió añadirle Mad Max: Fury Road a una franquicia que pocos recordábamos, pero que ahora todos la mantendremos en memoria para las posibles instalaciones futuras. Increíblemente, esta tercera secuela se colocará como una de las películas mejor construidas y, evidentemente, más estimulantes del verano.
En un futuro lejano y distópico, el gran campo desértico australiano se ha convertido en The Wasteland, hogar de diferentes sectas “guerrilleras” que controlan el agua, la gasolina, la vegetación y la munición entre otras cosas. Max Rockatansky, interpretado por Tom Hardy, es secuestrado por los secuaces de Immortan Joe, actuado por Hugh Keays-Byrne, que a la vez se preparan para una recolecta casi bíblica de gasolina en Gas Town.
Charlize Theron entonces incorpora a Imperator Furiosa quien guía el gran camión hacia Gas Town, pero se redirige a otro norte con tal de buscarle la libertad a las cinco esposas prisioneras de Immortan Joe. Estas féminas son usadas para engendrar humanos que crecerán a ser parte de los War Boys, ganga de Immortan Joe, quienes se preparan para recuperar las esposas y recibir la garantía del paraíso de Valhalla.
De todo esto se desata una guerra vehicular en la cual Max participa para asegurar su libertad entre sus brotes de síndrome de estrés postraumático.
Si la trama de este “blockbuster” veraniego suena grotesca y estrafalaria de entrada, es porque lo es. A cambio de los mundos fantásticos de J.R.R. Tolkien y C.S. Lewis, el universo esquizofrénico de Mad Max baila la cuerda fina entre un filme con sustancia y el éxito taquillero cuyo único fin es entretener. El hecho de que Fury Road abarca tanto una complejidad narrativa inteligente y un lagrometraje para divertir es casi imperceptible.
Es cierto que las explosiones, los disparos y hasta los carros se presentan en un ritmo acelerado que no da tiempo para respirar. De entrada, Fury Road se coloca como una entrega de ciencia ficción para los integrantes de la cultura The Fast and the Furious. Sin embargo, lo que puede ser una película de acción insustancial se convierte en un largometraje bello, artístico, profundo y vigorizante.
Mientras que el diseño de producción presenta el universo arenoso y desesperante de The Wasteland de manera preciosa, mucho de lo que sorprende al público son los elementos narrativos que acompañan al mismo. Así como los mundos fantásticos reflejan el mundo que vive sus autores, este cuarto filme de Mad Max no decepciona en este aspecto con la adición de un futuro al que puede llegar el ser humano actual.
No es extraño el que veamos disputas por el control de la gasolina y el agua en el tiempo que vivimos. Esto solo demuestra que el desespero que toma lugar en Fury Road es más cercano de lo que pensamos. Al igual, la pobreza, las promesas religiosas falsas, el amor a las balas y la falta de vegetación logran que el largometraje de Miller sea una advertencia más que cualquier otra cosa.
Encima de cualquier otro tema que presenta la película, el fin feminista al que llega es el más agradable, refrescante y emocionante de todos. Fury Road tiene todas las de ser una película asquerosamente machista tal y como Sucker Punch de Zack Snyder. Los sonidos vehiculares, las detonaciones y el sentido “metal rock” que tiene todo aseguran llegarle al hombre estereotipo. Sin embargo, Miller se asegura de hacer de esta una historia para la mujer también y los logros a los que podemos llegar (en ese futuro distópico que nos espera) si la liberamos de ese prejuicio machista (Immortan Joe).
Son las mujeres, incluyendo las de edad más avanzada, las que resultan las más audaces y atrevidas dentro de The Wasteland. Todas se enfrentan ante el gran ejercito de los War Boys entre puños y disparos para poder llegar a un hogar verdadero para ellas.
Es la humanidad de estos temas lo que se entremezcla con la honestidad de una banda sonora también extrañamente adecuada para Fury Road. Mientras que puede plagar el filme de música reciclada, Junkie XL nos demuestra una creatividad elegante al unir temas infestados de rock pesado junto con momentos sinfónicos y una presencia de cellos pomposos que resaltan entre todo lo que ocurre en las dos horas de película.
Durante todo el filme impaciente, el elenco también logra quedarse al mismo nivel de energía que entrega el mundo de Miller. Hardy no ha decepcionado en su carrera y le hace justicia a un personaje ya encarnado por Mel Gibson en el pasado. Al igual, Theron demuestra que se defiende en el género más acelerado de la acción redimiéndose de su participación en películas como Aeon Flux.
Es probable que la desfachatez que arroja Fury Road ante su público sea demasiado intimidante de primera instancia. Es un mundo complicado cuya reanimación puede ser combustible para seguir adentrándonos en los rincones de esos valles desiertos. Una vez el octano que alimenta la primera media hora del filme cala los huesos de su audiencia, es muy difícil de soltar. Mientras que lo que Miller nos entrega es una historia completa, también nos deja con ganas de más Mad Max.
Fury Road logra ser un excelente ejemplo de películas veraniegas inteligentes, secuelas que se defienden por sí solas y una experiencia cinematográfica magnífica. Si bien los detalles del diseño de producción son minuciosos, el ritmo acelerado de Miller también lo es. Dejando poco espacio para la tranquilidad y el fallo, Mad Max: Fury Road termina como un futuro desalentador para la humanidad, pero uno prometedor para el cine de verano.