Desde afuera, el lugar parece una vitrina. Tiene un cristal gigantesco que acapara la parte frontal del local. Mirar a través de él podría causarnos la ilusión de haberlo visto todo. Pero no es así, pues en la escuela de ballet clásico Mauro Youth Ballet Company existen detalles —como los que se han gestado en este espacio— que no se ven a simple vista.
Todo comenzó el 20 de septiembre con el paso del huracán María, cuando Marena Pérez Bobadilla, quien dirige junto a su marido la escuela, decidió pasar el fenómeno atmosférico en esta academia de baile ubicada en la Avenida Juan Ponce de León en Santurce. Pérez Bobadilla y su familia viven en área inundable.
“Lo perdimos todo. La casa se nos ahogó y lo perdimos todo”, repetía al recordar los efectos que ocasionó el huracán María en su hogar.
Junto a su familia la bailarina estuvo 16 días después del ciclón viviendo en la academia hasta que entendió que, tanto ella como los demás bailarines que conoce, extrañaban danzar.
“Dentro de toda la situación nos dimos cuenta que nos hacía falta bailar, que habían muchos bailarines que estaban en la calle y que no tenían dónde entrenar”, sostuvo la directora de Mauro Youth Ballet Company.
Fue así que decidieron convertir este local en un refugio artístico para bailarines y estudiantes de distintas escuelas y compañías de ballet.
“Decidimos abrir las puertas, aunque sea con planta [eléctrica]; aunque sea sin luz; aunque sea con velas; aunque tengamos que cargar las baterías de los celulares en los carros. Queríamos ofrecer clases gratuitas y abiertas para todo el público, sin importar su procedencia”, expresó la bailarina.
“Lo importante era que el ballet sobreviviera”
Pese a las condiciones en las que se encontraban, para Pérez Bobadilla lo primordial consistía —y consiste— en que el ballet subsista.
“Lo importante era que el ballet sobreviviera y que no nos quedáramos sin el arte”, sostuvo.
Fue así como la también coreógrafa, además de compartir su sede con artistas que no tienen dónde ensayar, se ha comunicado con amistades que han enviado donaciones para bailarines desde Nueva York, Carolina del Norte y Miami.
“Han llegado alrededor de 40 a 50 cajas con zapatillas, puntas, leotardos, medias, accesorios, gomitas de pelo, moños, bobby pins, desodorantes y todo lo necesario para un bailarín”, comentó Pérez Bobadilla al reconocer que aún siguen llegando donaciones.
La convocatoria, que se anunció en Facebook para que todos los bailarines que la vieran pasaran por la academia y tomaran lo necesario para continuar bailando, se regó de voz en voz.
Se mandaron mensajes a conversaciones de amigos y también se mandaron mensajes a conversaciones grupales de diferentes funciones. “Como todos somos una gran familia y hemos estudiado juntos en algún momento, se regó la voz”, añadió la gestora.
Asimismo, Candice Michelle Franklin, bailarina y coreógrafa profesional de Jazz en el Joffrey Ballet School de Nueva York, hizo una cuenta en gofundme para cubrir los gastos de los maestros que han ofrecido sus clases en los últimos meses.
“Las puertas de Mauro siempre estarán abiertas”
Lo más impresionante de toda esta iniciativa ha sido ver la transformación de bailarinas y bailarines que llegaron a la academia con el ánimo roto, pero que, al tener algunos días de ensayos, su energía regresó.
Este es el caso de Tatiana Rodríguez, bailarina principal de Ballet Teatro Nacional de Puerto Rico.
“No sabíamos lo que íbamos a hacer y no sabíamos qué era lo que venía, pero si de alguna forma nos íbamos a levantar, iba a ser ensayando, trabajando y entrenando, haciendo lo que mejor sabemos hacer”, expresó Rodríguez.
En principio a esta artista —como a muchos en el País— se le hizo difícil asimilar la situación en que se encuentra Puerto Rico tras el paso del huracán María.
Aunque Rodríguez sabía que las puertas de Mauro Youth Ballet Company estarían abiertas, estuvo algunos días sin ir a la academia, hasta que recibió un mensaje de Pérez Bobadilla y comenzó a asistir.
“Muchos llegamos [a la academia] como terapia colectiva psicológica. Era nuestro ritual de belleza: estar en la barra, respirar y ser bellos”, expresó la bailarina principal del Ballet Teatro Nacional de Puerto Rico.
Fue así como la directora de Mauro Youth Ballet Company quiso reflejar la unidad que desde hace días se venía cuajando entre estudiantes y bailarines profesionales de distintas compañías.
SOMOS, que subió a escena el pasado domingo 19 de noviembre en la Sala Sinfónica del Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré, surgió con el propósito de trazar rutas alternas a través de la danza para contrarrestar la crisis que enfrenta el País.
Cuenta Rodríguez que cuando aceptó esta invitación todo comenzó a cambiar, desde su enfoque hasta su forma de alimentarse.
“Para mí, decir sí, hizo que me comprometiera; y también me hizo entender que estaba de vuelta”, admitió la bailarina.
“Nosotros necesitábamos hacer esto y el público necesitaba recibirlo”, indicó Rodríguez.
Danzar desde la solidaridad
Pérez Bobadilla lleva 13 años como bailarina principal, es hija y también es mamá. Dirige Mauro Youth Ballet Company junto a Aureo F. Andino Bertieauxm y, desde el 2002, viaja a Estados Unidos para hacer guestings como bailarina invitada. No obstante, ninguna de las anteriores limita a esta bailarina cuando quiere ayudar a los demás en tiempos difíciles.
A solo días del huracán María, esta bailarina llevó arte a refugios y comunidades de bajos recursos. Dos veces a la semana, Pérez Bobadilla y su equipo de trabajo bailaron en cemento, breas y canchas.
“Fue bien impresionante porque al principio en uno de los refugios —cuando ya habíamos comenzado la función— la gente no se levantó de sus camas. No fue hasta que comenzaron a llegar los niños, que las personas se comenzaron a acercar”, expresó la bailarina.
Entre los lugares que la compañía ha visitado se encuentra el Coliseo Pedrín Zorrilla, el Viejo San Juan, el Instituto de Cultura Puertorriqueña, el sector “playita” en Santurce y el residencial Luis Llorens Torres.
Para la directora de Mauro Youth Ballet Company la alegría de esta gesta se sostiene en los rostros de las niñas y los niños que han pasado por esta experiencia, así como el ánimo que sostienen los estudiantes y bailarines profesionales que han vuelto a bailar.
“Ya no se habla de lo que pasó, sino de lo chévere que es estar bailando”, concluyó la gestora.