El espacio sidéreo siempre ha sido lugar idóneo para que, tanto literatos como cineastas, exploren y alegoricen sobre la condición existencial de los seres humanos en el universo y el (melo)drama que ésto implica. Soledad, enajenación, indiferencia, miedo, libertad… En fin, todo ese popurrí de corte existencialista, que se vuelve pan nuestro de cada día en ciertos momentos de crisis, encuentra un nicho narrativo perfecto en lo infinito y, por ende, ominoso que parecen ser los escenarios galácticos. Moon, primer largometraje que dirige Duncan Jones es la más reciente adición al gran repertorio cinematográfico de esta índole. Sin embargo, el filme le debe demasiado a sus precursores como para sostenerse por sí mismo. El director, valga la aclaración, no propone una historia nueva ni mucho menos única en su clase—las alusiones directas van desde 2001, Solaris, Blade Runner and beyond…—, pero, a diferencia de otros cineastas—quizás Tarantino sea el más conocido—, Jones no entreteje su pastiche cinematográfico con suficiente éxito como para que el material resulte, si no original ni nuevo, por lo menos interesante. En esta cinta cinematográfica, el astronauta Sam Bell (Sam Rockwell) trabaja para una corporación que se dedica a suministrar el Helium-3, producto que, en algún futuro cercano, suple al planeta Tierra con más del 80% de su energía. El tedio, la añoranza y hasta las alucinaciones marcan las últimas dos semanas del contrato de tres años que tiene Bell en la base lunar donde opera. Durante toda la estancia su única compañía será Gerty 3000, una versión suavizada de Hal 9000 y cuyos únicos medios de comunicación son la voz aparentemente inocua de Kevin Spacey y una pantalla con “emoticons”. Bajo el cuidado de su inseparable compañero computarizado, el astronauta despierta en la enfermería de la base luego de un accidente. Acto seguido el personaje hará una serie de descubrimientos que comprometerá su humanidad tal y como la concibe. La gran falla con Moon es, precisamente, que luego del giro anunciado en la trama—diría quizás media hora o cuarenta minutos de transcurrida la cinta—ya la historia habrá agotado su potencial. El espectador encontrará, salvo con alguna que otra variante, una historia bastante predecible y por momentos demasiado lenta. Similar a sus precursores espaciales, esta cinta apuesta a la ambigüedad como recurso narrativo. Pero a diferencia de los casos más exitosos, en donde esta ambigüedad provee una riqueza interpretativa inagotable, la obra padece de una ambigüedad calculada, agotando de antemano la gama de posibles vectores narrativos o posibles nuevas rutas que pudiera tomar la historia, incluso después de haberse terminado.
Moon, al igual que muchas otras incursiones de ciencia de ficción en cine, como Artificial Intelligence: AI y hasta cierto punto Blade Runner, es un filme de muy buenas pretensiones filosóficas pero de pobre ejecución narrativa. Es decir—y aquí me podrán contradecir la superabundancia de buenas reseñas que ha recibido—, toda la fortaleza de esta obra reside más en un registro literario de contenido que en uno propiamente de análisis cinematográfico. En este sentido, el largometraje de Jones propone reflexiones interesantes sobre deshumanización, la mortalidad, etc., que muy bien pueden ser resumidas en una anécdota sin la necesidad de llegar a la redundante hora y cuarenta minutos que toma la película. Cabe destacar, sin embargo, que entre los aciertos del filme están el ritmo minucioso y pausado—lo cual no debe confundirse con la lentitud—que se toma Jones en contar la historia de su personaje y, por otro lado, su estética. El director utiliza a cabalidad todo el potencial de sus calibrados planos y de la puesta en escena para dramatizar así el horror y la desolación que habitan, interna y externamente, al personaje, sin llegar al sentimentalismo fácil. A pesar de que el arte del filme, y el imaginario espacial con el cual juega, peca en ocasiones de verse muy a la Kubrick y setentoso, resulta refrescante ver en pantalla una película cuya cuidada fotografía dista muchísimo de ese cine independiente saturado de cámaras en mano y tomas vertiginosas. La música de Clint Mansell también resulta un deleite, aunque también, por momentos, sufre de ser demasiado conspicua: de elevar la carga dramática por encima de lo que algunas escenas ya plantean visualmente, restándole de esa manera efecto al baldío paisaje lunar que ambienta a la historia. Sin ánimo de ser irónico, aún habiendo escrito lo aquí se lee, recomiendo que vean Moon, ya que seguramente es lo más interesante que puedan ofrecer nuestras pantallas grandes al momento. Claro, si no ha consumido su buena taza de café, no le sugiero la tanda de las 9:35 pm.