México es conocido, entre otras cosas, por la industria cultural de novelas. Los emporios de medios, como Televisa, han arropado el continente con sus producciones. Estas producciones proyectan una cultura hegemónica y homogénea en cuanto a género y sexualidad se refiere, impulsado a la heterosexualidad o las relaciones exclusivamente entre hombre y mujer, como proyecto ideológico o natural. A pesar de existir un oficialismo por la heterosexualidad, éste se encuentra en crisis ante el aparente empoderamiento de lo femenino y lo homosexual en el capitalismo postindustrial.
Las novelas mexicanas siempre presentan pueblitos de haciendas o las grandes ciudades. En ellas se narran historias de mujeres pobres que se casan con hombres ricos. Fuera de esa normalidad que proyectan las novelas, existe lo que podríamos llamar “un tercer sexo mexicano”: los muxes.
Según la revista LOFT, estos son los hijos menores de las familias, los cuales son alertados por sus madres –en su búsqueda de tener compañía en la vejez- a adoptar ciertos rasgos y comportamientos atribuídos hasta entonces a las mujeres. Es decir, estas personas asumen rasgos y performances que en otras culturas han sido acogidos por las mujeres. Sin embargo, esta práctica no es innovadora, pues la idea del muxe existe desde la época pre-colombina.
La cultura muxe es muy común en Juchitán, una de las ciudades más distante de las grandes urbes, la globalización y la industrialización ubicada en el estado de Oaxaca. Ana M. Alvarado Juárez, asegura en su artículo Migración y pobreza en Oaxaca, que esta ciudad es un núcleo de poblaciones originarias o indígenas, cuyos niveles de alfabetización son bastante bajos y sus niveles de pobreza muy altos.
Al estar alejada de la globalización, Juchitán conserva ciertos valores culturales y sociales que no necesariamente son pluralistas o hegemónicos. Como muestra, se encuentra el asentamiento cultural de los muxes.
En la zona, el muxe es visto como un género alterno al tradicional binomio “macho y hembra”. En ese sentido, este tercer género no es visto como homosexual a pesar de tener prácticas que para nuestro contexto son similares al travestismo. Para Agueda Gómez Suarez, estudiosa de los asuntos de género, “en Juchitán, la relación homoerótica de los hombres que se relacionan sexualmente con muxes no determina que la identidad sexual de estos hombres pueda ser catalogada como homosexual, pues socialmente son calificados como heterosexuales”.
Mientras que, según la antropóloga mexicana, Marinella Miano Borruso, la cultura muxe viene a reforzar a las mujeres como fuerza dominante, pues son las mismas madres las que van encarrilando a los niños para adoptar estos comportamientos. También plantea que los muxes son usados por algunas madres para que sus hijos rechacen la heterosexualidad y así evitar el distanciamiento económico de las familias.
Ser muxe: ¿homosexualidad o reconstrucción de las masculinidades?
Al igual que en otras culturas, la virginidad de la mujer en Juchitán es algo sagrado. En ese caso, muchos hombres en esta zona inician su vida sexual con muxes.
No obstante a esas tendencias, este tercer género no necesariamente está construidos para casarse y/o tener parejas. Aun así, en Juchitán es aceptado que un hombre tenga una relación sexualmente afectiva con otro hombre.
Aun más, Miano Borruso, plantea, además, que la homosexualidad es algo bastante normalizado en la cultura citadina de Juchitán. Específicamente, si se convive mucho tiempo con un hombre, se les considera como matrimonio. De la misma manera, Miano Borruso entiende que las mujeres permiten la homosexualidad como vehículo para ratificar su fuerza política, económica y cultural en la sociedad.
En ese sentido, la definición de ser muxe está vinculada fuertemente al aspecto económico. Mencionamos que éstos son criados para ser fuentes de ingreso en los hogares al momento de las madres llegar la vejez o la enfermedad. Más allá, al imponérseles un rol de aportar a la economía del hogar, algunos muxes incluso entran a las prácticas de la prostitución
Por esta razón, la también antropóloga, Agueda Gómez Suárez, explica que “muchos individuos de clase alta ya no se consideran muxe sino gays, etiqueta con connotaciones de liberación sexual, politización de la identidad y apertura hacia relaciones con otras identidades masculinas”.
Y es que, los muxes reciben la carga que el patriarcado les impone a las niñas en la sociedad heterosexual. Esto no implica necesariamente que no se les permita realizar lo que se consideran “tareas de hombre”; a pesar de que tratan de ser sexualmente provocadores, se visten con trajes y asumen el maquillaje como suyo.
Muy bien explica el profesor de literatura de la Universidad de Harvard, Homi Bhabh, la importancia del trasfondo social e histórico para la identidad colectiva de un espacio, agarrándose de la historia, los mitos, los textos, la literatura y la ciencia. Asimismo, los procesos de desarrollo de identidad son parte de una emergencia donde negamos algunos comportamientos y asumimos otros para sostener un imaginario.
Y no es para menos, si partiendo del mismo Bhabha, el ser humano se ve en la urgencia de construir una máscara -en referencia a imagen e identificación- que no goza de libertad, en la medida que la construye subordinada a otro sujeto.
Los muxes como tercer género: ¿libertad de elegir o imposición?
La familia y los antecedentes históricos en común de Juchitán imponen a los muxes las máscaras y el performance de cómo deben actuar en la sociedad arraigadas en estructuras disciplinarias. Esto responde a lo que el teórico y filósofo francés, Michel Foucault, llamó la microfísica del poder, una adopción de signos e identificaciones por imposición de estructuras sociales que ejercen el control sobre otros.
Los muxes, a diferencia de los gay, no forman una resistencia ante los heterosexuales dentro de la cultura en Juchitán. Por el contrario, perpetúan un status quo cultural predominante desde la era pre-colombina.
En fin, fuera de normalizar lo que conocemos en la cultura occidental como homosexualidad, la cultura de Juchitán ha extendido las etiquetas culturales de la heterosexualidad y a redefinido para su contexto las prácticas de ser “macho”.
Tal vez no sea la misma narrativa de hombre galanes que salen en las novelas que producen y exportan al mundo las grandes cadenas mexicanas, pero dentro del contexto de Juchitán, el muxe tiene un prototipo ideal y se apega a esa narrativa colectiva.