Oficio curioso el de la literatura: mientras menos se hace, mejor hay que hacerlo. — Jules Renard — Si uno lee un párrafo, no muy breve, del libro “La letra E” del guatemalteco Monterroso, uno puede sentirse aludido, o más que aludido se experimenta un decaimiento de brazos que se asemeja bastante al desasosiego. El párrafo dice más o menos así: “La ciudad nos separa, las distancias, los malos medios de transporte; sin embargo, todos lo vamos aceptando. Los teatros se sienten cada vez más remotos; los cines más extraños; no existen cafés y probablemente ya no se hagan ni fiestas, porque las amistades han ido también desmoronándose y hay algo triste, muy triste, en esto; y cada quien está cada vez más solo imaginando agravios ajenos”. El parecido con nuestro País no se queda ahí, el texto fue escrito en el año 83 y como bien sabemos, Monterroso vivió gran parte de su vida en México y es muy probable que también ahí lo haya escrito. ¿Ésta es entonces la realidad no sólo de nuestro País o, peor aún, la de otras ciudades latinoamericanas desde hace más de veinte años? El asunto es mucho más complejo. Pero todo apunta en que así parece ser. ¿Qué hacer para flanquear en algún grado esta realidad, para tender puentes que mitiguen un poco la soledad cotidiana en la que estamos inmersos? En la ciudad, como espacio de recorrido habitual convergen seres diferentes y, en efecto, son quienes corroboran o dan sentido a eso antiguo que Aristóteles asociaba con la justificación de la ciudad. Del mismo modo hay algo que une a todo este gran tejido humano; lugares comunes, calles, olores compartidos, retrasos, horarios, bancos, plazas, vagones. Aprovechando lo anterior en algunas capitales de nuestro continente se ha tomado partido de esto creando certámenes de microcuentos que en alguna medida recojan la ciudad, pero siempre con la óptica particular de quien escribe. Así, existe en La Habana el concurso “El dinosaurio”, nombrado así en honor al escritor mencionado en un principio. Quizá el caso especial resulta ser el concurso: “Santiago en 100 palabras”, el cual lleva convocando participaciones desde hace casi una década. Con los años las participaciones han ido en aumento, y ahora son miles y miles los cuentos recibidos. Hay una regla y es que los cuentos no deben exceder las 100 palabras y deben hablar sobre la ciudad chilena. El concurso publica las mejores 100 participaciones en un pequeño libro de bolsillo y en el Día Internacional del Libro regalan 10,000 copias. Los primeros 10 cuentos ganadores reciben premios y son publicados en afiches inmensos en el metro de Santiago. Esta iniciativa ha tenido tan grande acogida que se ha extendido a otras ciudades, como Valparaíso en 100 palabras. Este esfuerzo iniciado por la Revista Plagio, en conjunto con Minera Escondida, ha atraído la mirada de otros auspiciadores instalándose ya como una tradición. Y es que le confiere la oportunidad de aunar la ciudad a pedestres comunes, respetando las diferencias, que son quizá lo que une al hombre de la ciudad. A quien escribe se le otorga voz, o al menos la posibilidad de 100 palabras.