El profesor Juan G. Gelpí, en una clase de teoría literaria, compartió que a su gusto: Pablo Neruda publicó demasiado, y mencionó para reforzar su posición que en un punto la poesía de Neruda se politizó. Ambas afirmaciones son verdad, pero a mí no me parecen suficientes. Desde mis dieciocho años he ido alimentándome de la poesía emperejilada de Neruda, conectando cabos de lo que escribió en sus cartas y lo que entonces publicó como un juego detectivesco.
Fue este debate en clase el que me movió a rebuscar en todo lo que he leído de Neruda para proveer, a los que así gusten, de un trasfondo histórico sobre el poeta que quizá desconocen. He evitado leer los estudios y la crítica hecha a su obra, siguiendo el consejo de Jorge Luis Borges de ir a los propios autores, aun a costa de no entender nada, como suele suceder a priori con el propio Borges. Contradictoriamente a esto, aquí estoy haciendo un comentario sobre la obra de Neruda. Pero en efecto, si uno evita los intermediarios: sale uno más fecundo y más beneficiado de la experiencia de embriagarse con esos grandes vacíos constelados como los que construyó el incuestionable niño de Temuco.
Hay demasiado que decir sobre Neruda, pero trataré de ofrecérselos como una breve taza de café…
Hoy los libros de Juan Ramón Jiménez ni se leen. Por eso ese poeta habrá odiado tanto a Neruda; seguramente alcanzó a ver venir los tiempos en los que sus poemas serían engullidos por el musgo. Usted puede ir a cualquier librería del mundo y el margen de que no encuentre algo de Neruda es casi nulo. En diversos idiomas, siguen apareciendo nuevas ediciones de Los versos del Capitán o los Cien Sonetos.
El Profesor Gelpí mencionó que Neruda renegó de su obra más favorecida por la crítica literaria: Residencia en la tierra. ¿Y qué? ¿Eso le quita algo a Neruda y se lo añade a Gorostiza? Es cierto. Neruda la consideró un producto de su “patetismo doloroso” (549, Confieso que he vivido) y preguntándose: “Puede la poesía servir a nuestros semejantes?”, emprendió, por otro cause, un proyecto político que se fraguará en Canto General.
Neruda terminará Residencia en la tierra estando en Batavia, por aquellos amarillos días en los que se le extravió la mangosta Kiria que él amaba tanto y que lo seguía a todas partes. Un lugar como Batavia y la pérdida de un animal tan querido, fueron sucesos que trastocaron al poeta cuando escribió los versos de Residencia en la tierra.
Siguiendo la línea del libro de las preguntas:
¿Y si aquella mangosta nunca se le hubiera perdido?
¿Y si Neruda nunca hubiese errado por esas pestíferas y calurosas regiones?
La respuesta es contundente: hay poemas que nunca hubieran nacido. Lo confesó en la Oda al poeta perseguido por barcos de esperma:
“Para qué sirven los versos si no es para esa noche
en que un puñal amargo nos averigua…”
Neruda no podía salir de su tristeza de entonces, y por esas latitudes vagarosas floreció el verso: “Sucede que me canso de ser hombre…” Tengo un amigo que lleva tatuado ese verso en su hombro. Al leer a Neruda uno se expone al fuego verde de la vida. Esta es la vigencia vociferante que sigue teniendo ese gran maestro austral: la capacidad sorprendente que tenía para crear con palabras (porque “todo está en la palabra”) unidades temblorosas que están más cerca del dolor que de la inteligencia. Esto le nació de mucho vivir consciente del fragor de la lluvia incuantificable. También, de mucho ganar experiencia por medio de las muchas novelas que leía, que a su parecer eran el bistec de la literatura.
Neruda escribiría muchas veces, en sus cartas, de sus ganas rabiosas de matarse, de su soledad fuera de toda geografía, de su tristeza amarilla, de sus preguntas sin ramas, de su miedo más grande que el mundo. Por el enero del 1922, un joven Neruda escribiría en Temuco: “Yo estoy extraordinariamente abatido. Con un humor de difunto, todo el día y ayer. He pensado rabiosamente en matarme. Valdrá la pena? No será también inútil? Ha hecho aquí un calor maldito, la tierra, el polvo, todo es molesto en este pueblo idiota” .
Si Neruda se hubiese suicidado entonces como ganas no le faltaban, faltaría mucho en la literatura hispanoamericana. Aunque, cierto es que los veinte poemas le bastaron como carta de presentación ante todos los editores y traductores que conoció en sus viajes. En sus veinte años empezados, entre Santiago y Temuco, escribió los versos suficientes para darles a las generaciones posteriores a su existencia la canción desesperada que necesitaban en esa hora en la que, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. De este aclamado libro, en la cumbre de su gloria, Neruda diría: “… por un proceso autocrítico, comprendí que debía cambiar, que debía reducir mi frondosidad retórica y estética. El primer producto de este cambio serían los Veinte… Y éste es el libro que, para felicidad mía, se roban de las bibliotecas. Lo roban sobre todo jóvenes que no siempre encuentran en sus bolsillos el dinero para comprarlo”.
Toda esa frondosidad la vemos en los poemas que verán la luz posterior a los Veinte, pero que se fraguaron en esa época de su juventud gris de largas semanas con el estómago vacío… El hondero entusiasta y Tentativa del hombre infinito… “gira el año de los calendarios y salen del mundo los días como hojas”.
También la música fue determinante en el genitivo de la poesía nerudiana. Bajo los efluvios de una sonata, Neruda confesó componer gran parte del triste poemario entre los cocoteros de Wellawatta:
“Los críticos que tanto han escarmenado mis trabajos no han visto hasta ahora esta secreta influencia que aquí va confesada. Porque allí en Wellawatta escribí yo gran parte de “Residencia en la tierra”. Aunque mi poesía no es “olorosa ni aérea” sino tristemente terrenal, me parece que esos temas, tan repetidamente enlutados, tienen que ver con la intimidad retórica de aquella música que convivió conmigo”.
Borges dijo que si uno decía Inglaterra, era Shakespeare. Que si uno decía España, era Cervantes. Que si uno decía Francia, no era posible seguir el mismo patrón, porque a su parecer aun Víctor Hugo se quedaba cojo.
Si uno dice Neruda, es América. No solamente Chile, sino toda la América a la que cantó ese pájaro furioso de la tempestad tranquila.