“Vendo mi dignidad. Él me dijo que no me iba a hacer falta”
– Nicole Tatiana Maldonado (microcuento)
“Ella siempre me explotaba, cuando era más pequeña. Me acuerdo que estaba en primer grado y nos encerraba en un cuarto a mí y a mi hermana en esas camas de mosquitero que eran como de tubos… y nos amarraba ahí y a ella le daban 100 pesos y los hombres tenían relaciones con nosotras”, dijo Liza, quien comenzó a ser abusada entre sus cinco y seis años.
Liza fue víctima de explotación sexual. Es puertorriqueña. Y como ella, hay muchos y muchas en Puerto Rico que cumplen una condena que no merecen. Así lo asegura la Fundación Ricky Martin, a quien Liza le confió su relato.
“Cuando era pequeña, me acuerdo que estaba en primer grado, mi mamá nos encerraba en un cuarto a mí y a mi hermana en esas camas de mosquitero que eran como de tubo… y nos amarraba, ahí a ella le daban cien pesos y con nosotras los hombres tenían relaciones”, contó Liza, como lo ha contado muchas veces, y lo reseñó Diálogo en su edición de diciembre 2010 – enero 2011.
Liza también fue abusada sexualmente por su abuelo, su tío, sus primos y hasta su hermanastro. El silencio reinó en aquel momento. Todos la habían amenazado.
Pero todavía el silencio reina. No solo en la familia de Liza sino en todos los puertorriqueños. Y así, los seguimos condenando a un mundo que calla a conveniencia.
La semana pasada muchos puertorriqueños se escandalizaron por unas expresiones que hizo la presentadora de televisión Ana María Polo en su programa Caso Cerrado, cuando aseguró que era una modalidad en la isla que las madres vendieran a sus hijos para enfrentar la crisis económica que vivimos.
Exageró. Dramatizó un poco. Por rating, ya saben. Y lo logró (ese, en cambio, es otro tema). También logró, sin proponérselo, que se manifestara la ignorancia y la hipocresía de muchos puertorriqueños que parecen vivir en Lalalandia.
La trata humana, erró Polo, no es una nueva modalidad. Ever Padilla, director ejecutivo de la Comisión de Derechos Civiles (CDC) de Puerto Rico, comenzó a tratar estos casos desde los 90. En antaño, el delito se reportaba como maltrato infantil o violencia doméstica, explicó Padilla en un panel en la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en febrero del año pasado.
La fiscal federal Cristina Caraballo sumó otros datos importantes aquella tarde en la UPR: los casos de trata humana en el país han aumentado en un 250%, y en 2015 se arrestaron más de 80 personas por este crimen.
¿Se acuerdan del caso de Tania Figueroa Pagán y Kenneth Martínez Báez, acusados por prostituir a su hija de 11 años –sí, su hija de 11 años– frente a sus hermanos menores?
¿No recuerdan la escalofriante historia de Betsian Carrasquillo Peñaloza, arrestada en 2013 porque llevaba a su hija de 14 años para que tuviera relaciones sexuales con turistas?
¿Y de Gerardo Navarro Rodríguez, el siquiatra pediátrico que violó y explotó sexualmente a dos menores mientras les brindaba servicios en su clínica?
Es más, en 1986, luego del fuego en el Hotel Dupont, cuando comenzaron la limpieza del área se encontraron con fotos pornográficas de hombres teniendo relaciones sexuales con menores de edad.
Estos casos –y muchos más– están registrados en las investigaciones que lideró César Rey con la Fundación Ricky Martin, quienes realizaron los estudios en colaboración con la UPR.
En Puerto Rico la tarifa es más económica que en otros países. Suelen pagarles a los proxenetas entre $200 y $400 para tener relaciones sexuales con menores de 14 años, develó en octubre de 2015 Ángel Meléndez, director de la Oficina de Investigaciones de Seguridad Nacional del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas para Puerto Rico e Islas Vírgenes.
Las investigaciones, asimismo, han evidenciado que la trata humana no solo ocurre entre puertorriqueños, sino que también servimos de destino y lugar de transbordo. Puerto Rico ha sido el escenario para trata con personas de República Dominicana, Filipinas y China, entre otros países.
Ahora, no pequemos de pensar que la trata solo se da en los campos de Puerto Rico, o en los sectores marginados. Caeríamos en la estigmatización y en los prejuicios. La trata ocurre también en las esferas de alto nivel social. Preguntémosle al alto funcionario federal que contrajo matrimonio con una niña filipina y se la trajo a la isla para someterla a esclavitud sexual.
Indígnese por eso y no por la licenciada Polo. “Es que eso daña la reputación de Puerto Rico”, leí como excusa en Facebook.
Se daña la reputación cuando en lo que va de años han asesinado a 57 personas –casi dos por día–. Se daña la reputación cuando aceptamos todo lo que nos impone el foro federal y nuestra legislatura, pero no protestamos. Se daña la reputación cuando el 52% de los jóvenes puertorriqueños entre 16 y 24 años viven en pobreza.
Entonces, ¿cuál es la reputación que no queremos que se menoscabe?
Hay que comenzar a desmitificar el imaginario de sociedad en el que pensamos vivir. Un imaginario de primer mundo. La trata humana no es un problema social solo de India, Uganda, Pakistán, Ghana, Malasia o en los famosos burdeles de Tailandia (lean el libro Half the Sky de los periodistas Nicholas Kristof y Sheryl Wudunn, ganadores del premio Pulitzer, que aborda el tema).
La trata humana no está alejada de nuestro diario vivir. No son casos aislados. La trata humana ocurre en Puerto Rico.
No podemos ser hipócritas o hacernos de la vista larga porque nos convertimos en cómplices del delito. Si queremos que esto no ocurra en nuestro país hay que denunciarlo, darle rostro y tomar acción.
Abajo, un video del archivo de Diálogo sobre el conocimiento de algunos puertorriqueños sobre la trata humana.