A las siete en punto me dejaron en el edificio Santa Magdalena Sofía Barat. Me encontré con un patio interno lleno de árboles y vegetación, ya vestidos de noche. Aún quedaban estudiantes rondando los predios, pero en mi área asignada apenas habían diez, y cuidado si menos, esperando lo mismo que yo. Era de esperarse, estar media hora antes en cualquier evento en Puerto Rico es morirse de pena, pero mejor temprano que tarde.
Frente a las puertas de la Galería de Arte de la Universidad del Sagrado Corazón (USC), se acomodaron dos columnas de varias filas de asientos, y apenas dos estaban ocupadas. Posterior a estas, se habían establecido unas mesas con vinos y picadera: frutas con un aire estético, mini alcapurrias, salsa de humus con galletas, entre otras pequeñas delicias. A la derecha de las puertas había dos personas tras una mesa con carteles y libros esperando por posibles compradores; a la izquierda estaba un podio blanco con la insignia de la universidad.
La noche era tranquila, su respiración brindaba un ligero frío al que no estuviera abrigado, una brisa agradable aun recordando la pasada temporada invernal. Sin darme cuenta, invitados y curiosos llegaban a cuentagotas, unos sentándose a ver sus teléfonos, otros estrechando manos o dando besos a algún conocido que pudieran encontrar.
Era curioso ver cómo cada vez que levantaba la vista aparecían diez personas más, y de un momento a otro estaba rodeada de conversaciones ajenas a mí, caras desconocidas, varias de ellas eran de artistas invitados a la apertura de la nueva exposición. A uno de ellos lo reconocí: el artista Carmelo Sobrino, quien hace varios años ofreció un taller en el Museo de Arte de Puerto Rico (MAPR) en Santurce y tuve el placer de ser parte del mismo.
Ya cerca a las siete y media, me llamó la atención un grupo de mujeres que llegó rodeando a una señora vestida de azul celeste y una banda violeta en el cuello. Me dio la impresión que debía ser alguien de importancia, pues muchos de los presentes iban a saludarla y charlaban con ella, pero dejé la duda colgando y esperé a que comenzara la ceremonia.
Poco después, una mujer de cabello corto y rojo que contrastaba con el azul añil de su ropa se paró tras el podio y llamó a todos a sus asientos. La profesora de arte, Adlín Ríos Rigau, dio la bienvenida al público presente a la celebración del vigésimo aniversario de la galería que ella misma fundó en el 1995, con la aprobación del entonces presidente José Alberto Morales.
“Esta galería tendría, tiene y tendrá la misión de investigar, documentar y exhibir el mejor arte puertorriqueño para el disfrute de toda la comunidad universitaria y de nuestros visitantes”, dijo en su discurso de bienvenida Ríos Rigau, sobre ese espacio artístico diseñado por el arquitecto Luis Gutiérrez.
Asimismo, enfatizó en su misión con el arte puertorriqueño y en el agradecimiento por el apoyo que tanto los profesores, estudiantes y el público general han brindado a la galería desde el comienzo, y muy en especial a la artista residente Myrna Báez, a quien se le dedicó la exposición.
He aquí la revelación: tenía a solo tres sillas de distancia a una de las mejores artistas plásticas puertorriqueñas, ¡qué suerte! Báez recibió la primera oleada de aplausos con una sonrisa y las manos unidas sobre su cabeza en agradecimiento. Luego, obtuvo una segunda ovación del público a petición de Ríos Rigau, aunque Báez le “pidió que no le rindieran mucho homenaje”. Aun así la recibió poniéndose de pie con los demás, aunque pedía humildemente que no se levantaran a aplaudirle más.
Ya de vuelta en sus asientos, Ríos Rigau agradeció nuevamente a Báez, así como al arquitecto Otto Reyes Casanova y a la profesora Irene Esteves Amador por el diseño de la sala y el ensayo de la exhibición respectivamente. Finalizó su discurso haciéndole entrega a la homenajeada de un cartel confeccionado por el artista Nelson Sambolín en honor a Báez.
El presidente de la USC, Gilberto J. Marxuach, expresó sentir una gran admiración por todos aquellos que poseen esa visión artística. Comentó que estar frente a una creación artística era “casi como estar en presencia de lo divino”. Declaró que el arte no solo es un medio de expresión, sino una forma de entender la realidad, en particular la realidad del puertorriqueño. Terminó nuevamente agradeciendo la presencia del público y se dio la apertura oficial a la galería.
Finalmente, las puertas de la galería se abrieron para dejarnos ver un cautivador cuadro en acrílico sobre tela de Báez titulado Árbol rojo, que Ríos Gigau afirmó que fue escogido por ser “el más reciente autorretrato de la artista,” que la muestra “con la motora que utilizaba en sus años de estudiante en Madrid” y que representaba las técnicas artísticas que caracterizan su trabajo.
El pequeño espacio fue abarrotado por una estampida de entusiastas del arte, que tenía en sus entrañas 20 obras de varios artistas, entre ellos Connie Ann Martín, Iván Girona, Rafael Trelles y Nitza Luna. La exposición contó con diversos materiales para la creación de obras, como acrílico, latas de refresco, cartón, metales y otros materiales más inusuales, como un bloque de cemento con acrílico esgrifiado de Rigoberto Quintana y lo que parecía ser casquillos de balas dentro de dos potes de cristal titulado Sin Título (marácas) de José Moráles.
Las obras fluctuaban entre lo reconocible y lo abstracto, entre lo simple y lo elaborado, pero siempre cautivando al público de diversas maneras. “¡Qué maravilla!”, le escuché decir a una señora entre risas con una acompañante al ver O.K de Antonio Martorell, que contenía pedazos de latas de refresco pintados sobre madera de forma muy colorida y llamativa.
Merodeé entre las personas que discutían las obras y charlaban alegremente y pude ver a un muchacho que se acercó a Báez y le preguntó con una gran sonrisa solícita: “Myrna, ¿te puedo abrazar?”. La artista le concedió la petición gustosa. Al parecer la apertura había sido todo un éxito, con los espectadores satisfechos con la caricia de arte que acababan de recibir a través de 20 de los mejores artistas puertorriqueños.
La exhibición estará abierta al público libre de costo desde el 5 de febrero hasta el sábado 11 de abril, en el edificio Barat Sur de la Universidad del Sagrado Corazón.