And when I awoke, I was alone, this bird had flown
So I lit a fire, isn't it good, Norwegian wood.
– John Lennon, 1965
Es la canción de los Beatles que me desató más la imaginación allá en los años de tráfico tupido de mi juventud universitaria. Sensualidades sin drama, expresadas en mínimo: “I once had a girl, or should I say, she once had me…” ¡Qué contraste con los códigos sentimentales tan barrocos de la cultura que vivía a diario! En realidad, la letra de la canción de Lennon tiene poco que ver con Noruega y más con una infidelidad suya pero por alguna razón me fijó desde entonces una imagen de aquel lugar de soles de medianoche. Mi imaginario escandinavo – pues algo parecido me pasó con Suecia y las películas de Ingmar Bergman – resaltaba la sencillez, la soledad, la falta de sol, las blancuras extremas de la piel y del paisaje. Olor de la madera noruega; sabor de las fresas silvestres. Lejos, tan lejos de mis sentidos de tierra caliente.
Empecé a tararear la canción tan pronto supe de la masacre en el campamento veraniego acaecido hace pocas semanas. Fue, a la vez, una especie de adiós fiero y tierno. Con armas sacadas del arsenal fundamentalista norteamericano – fertilizantes y automáticas- los recuerdos de Norwegian Wood volaron en miles de pedazos, como el efecto de las balas expansivas del asesino.
Las armas que empuñó no fueron sólo las que se agenció so pretexto de un gusto por la cacería (en eso no mintió) sino también las armas discursivas y simbólicas provistas por dealers globales que trafican con viejos y nuevos modelos de odio. Una Internacional fundamentalista cuya cultura y locura es el miedo; su fantasía biopolítica: el castillo de la pureza de los cuerpos sometidos. En el extenso manifiesto (casi todo plagiado) donde legitima su cruzada, el nuevo caballero templario arremete contra el multiculturalismo y la mezcla non sancta de razas que amenazan a su prístina Noruega.
Cualquier parecido con la paranoia del Tea Party no es coincidencia. La duda sobre el origen del cuerpo del presidente Obama (también de su alma pues lo acusan de ser un cripto-musulmán), ha puesto nuevamente sobre el tapete el tema de la sexualidad que subyace a todo fundamentalismo. Un “miscegenado” Barack Obama es la amenaza más terrible a la especie fundadora, a la True Blood (la serie favorita de televisión del asesino).
Vuelvo a tararear Norwegian Wood y de repente me envuelven las notas de la cítara de George Harrison que irrumpen en la balada. Todavía los Beatles no habían viajado a la India pero George había comprado una vieja y barata cítara después de haber oído a unos músicos en un restaurant de comida hindú. En la Noruega de mi juventud, se hibridaban y contagiaban, guitarra y cítara, la India y Liverpool. Como un presagio, como una salvación.
Recompuse los añicos de mi memoria nórdica. Ninguna bala fundamentalista me hará olvidar el olor de la madera de Noruega.
La autora es profesora en la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico.
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