Este 2016 se conmemora el cuadragésimo sexto Día del Planeta Tierra. Esta actividad –que comenzó como iniciativa de Gaylord Nelson, senador por Wisconsin al Congreso estadounidense en el 1970– ha evolucionado en el contenido de la temática y su alcance geográfico.
Nelson, junto a otros legisladores, promovió en abril de dicho año una manifestación para levantar conciencia de los problemas de la contaminación ambiental que afectaban al país y promover medidas para un ambiente más saludable y sustentable. A esa actividad pionera que movió a 20 millones de estadounidenses a expresarse públicamente, se le atribuye en parte que el Congreso aprobara ese año la Ley de Aire Limpio, la Ley de Agua Limpia y la Ley de Protección de Especies Amenazadas y en Peligro de Extinción. Esa gestión de 1970 estimuló nuevas expresiones populares para conmemorar el día y reclamar acciones políticas, legales y sociales para cuidar el ambiente y la naturaleza a escala global.
Este año se espera, como actividad sobresaliente y en el contexto del calentamiento del Planeta y el cambio climático global, que cerca de 160 líderes del mundo confirmen el Acuerdo del Clima suscrito en París (Paris Climate Summit) para protegernos de las consecuencias sin precedentes relacionadas a la distorsión del funcionamiento de los ciclos vitales del Planeta y de la amenaza a la biodiversidad, a los ecosistemas y a la civilización humana.
Entre los asuntos que preocupan a la humanidad, tres se destacan de forma prominente: la seguridad del agua potable, la seguridad de la energía renovable y la seguridad alimentaria de la población humana. En relación a esta última, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) reconoce que cerca de 850 millones de personas en todo el mundo siguen careciendo de alimentos suficientes para llevar una vida sana y activa; es decir, que padecen desnutrición y hambre (FAO, Mapa del Hambre, 2015).
La agricultura, como disciplina que provee la ciencia y el arte para la producción de alimentos, constituye el sector primario de los sistemas económicos de todas las naciones. Desde mediados del siglo 20 la gestión agrícola tomó auge de la aplicación de agentes químicos sintéticos para controlar plagas y enfermedades en las plantas y animales que utilizamos para nuestra alimentación. Estos agentes, que acostumbro denominar “supresores de vida” (herbicidas, fungicidas, plaguicidas, y otros “…idas”) no solo controlan las plagas pero también contaminan los suelos y las fuentes de agua. También sabemos que algunos de los componentes de estos agentes sintéticos se incorporan a los productos que usamos como alimentos. Además de los agentes “supresores de vida”, el aumento significativo en la producción de alimentos responde al uso de fertilizantes sintéticos (fosfatos, nitratos y otros), muchos de los cuales derivan del petróleo y tienen un efecto detrimental en los ecosistemas acuáticos y terrestres.
La gran producción agrícola de las recientes décadas, especialmente en los países llamados desarrollados, se mercadean en un sistema económico globalizado, de manera que los alimentos deben ser transportados a grandes distancias hasta los mercados de consumo. Estos productos se mueven a través de transportación terrestre, aérea y marítima por miles de millas. Dado el hecho de que los alimentos producidos se hacen perecederos en pocos días, se requiere la aplicación de múltiples sustancias químicas a los productos cosechados –sustancias que pueden ser tóxicas a la salud humana– así como de un complejo mecanismo de refrigeración, para que puedan llegar íntegros desde donde se producen hasta donde se consumen. Este proceso contribuye al calentamiento global pues la refrigeración se hace con electricidad que, en su mayoría, utiliza combustibles fósiles que generan gases con efecto de invernadero.
Esa agricultura, llamada “moderna”, también es dependiente del uso de maquinaria movida por combustibles fósiles que, además de costosas, generan un gran impacto ambiental a nivel local y global. La combinación de estos factores de producción se consolida en el concepto prevalente de la agricultura industrial, que aunque producen al mercado grandes cantidades de alimentos a nivel global, también se le asigna una alta responsabilidad en la degradación del Planeta.
La humanidad ha ido desarrollando una nueva conciencia para lograr la seguridad alimentaria mediante una agricultura con gestión sustentable. Esa nueva agricultura, a la que se denomina ecoagricultura (o agroecología), está orientada a lograr la producción de alimentos mediante prácticas de manejo que no requieran sustancias químicas sintéticas para su producción y que la actividad agrícola se realice lo más cercano a las comunidades que los consume.
El suelo: el recurso más valioso
Hay una tendencia creciente para el consumo de la producción agrícola llamada orgánica. Esta se considera más saludable y más sustentable pues no requiere de todos los procedimientos de producción que son agresivos a la estabilidad del Planeta. En esta nueva agricultura, amigable con la naturaleza, es fundamental el cuidado y el manejo de los suelos fértiles. El suelo, ese sustrato donde se lleva a cabo todo el proceso de fotosíntesis, de crecimiento y desarrollo de las plantas cuyos productos consumimos y con cuyos productos alimentamos a los animales que nos producen proteínas, es nuestro recurso natural más valioso. Junto al agua, los suelos nos garantizan la posibilidad de vida en un planeta tan degradado ambientalmente y tan convulso política y económicamente.
Los suelos deben protegerse de la contaminación y de los procesos erosivos que inducen las corrientes de agua; deben ser nutridos de forma natural con composta y con otros materiales residuales de los procesos de vida de otros organismos. Si cuidamos el suelo, tenemos garantía de contar con los alimentos sanos y saludables para sostener la vida humana. En un país como el nuestro, donde al presente importamos más del 80% de los alimentos que consumimos, traídos de mercados tan distante como China, y donde lo que se produce es mediante la estrategia de agricultura industrial, es crucial que pongamos a producir nuestra tierra fértil en una estrategia que favorezca y prime la agricultura ecológica, la agricultura orgánica.
La producción de alimentos en nuestras tierras fértiles es un asunto de seguridad nacional y, además, plantea una oportunidad de resolver parte de la crisis estructural de nuestro sistema económico creando nuevas oportunidades de negocios y empleos para la población desempleada o para los que abandonan el país por la carencia de oportunidades. Y esa nueva agricultura ecológica y ambiental cimentada en suelos fértiles y saludables, contribuirá a que tengamos una mejor salud pública y a reducir los impactos ambientales y las agresiones que estamos haciendo a la estabilidad del planeta Tierra. Protegiendo nuestros suelos, protegiendo nuestra Tierra, protegemos nuestro futuro como pueblo.
El autor es planificador profesional.
Aquí nuestra serie especial de Diálogo Verde 2016: “No te comas el mundo”
- La agroecología, una manera de salvarnos
- “Destrezas de vida” en la educación agrícola
- Jóvenes, universitarios y agroecologistas
- El valor de la comida que se sirve a conciencia
- Egresados de la UPR apuestan a la agricultura
- Comprometidas con la agricultura las mujeres boricuas
- Luz Celenia Caraballo, incansable caficultora
- Tostones, sopas y sandías boricuas llegan a Estados Unidos
- Subsidios e incentivos para comenzar en la agricultura
- La investigación agrícola: aprender haciendo
- Nuestra tierra: nuestro futuro