Un niño camina los pasillos de un supermercado. Sortea las legumbres a escondidas de su abuela. Mira las góndolas. No para de mirar. El niño tomará un puñado de habichuelas. Cargará con ellas en los bolsillos. Y llegarán las recriminaciones por el robo recién cometido. “¿Tú sabes qué es eso?”, preguntará la abuela después. “No”, contestará con la cabeza el niño. “Semillas”, explicará la abuela, “son semillas”. Más tarde ambos les harán un lugar a las semillas en un tiesto diminuto. Y de ellas nacerá una planta. Al final, la abuela y el nieto compartirán una sopa con aquello que germinó. Samuel Morales –camisa verde olivo– narra ese pequeño recuerdo mientras camina por la finca que hoy trabaja en el pueblo de Aguas Buenas.
Samuel es agrónomo y agricultor. Y desde hace dos años, aproximadamente, cultiva una cuerda de terreno en la finca Don Cotto, herencia de su familia. Quien lo viera caminar por entre su cosecha descubriría formas y olores mezclados de forma inusitada. Rizomas, frutos, tubérculos, en fin: la tierra hecha una fiesta. Samuel, incluso, tuvo que armar su propia casa en un vagón para estar cerca de su siembra. Tal es su veneración a ese reducido y rico trozo multiforme que celebra y cuida con recelo. Desde su casa alargada, cada mañana, observa ese breve milagro de ver asomarse un pétalo, una hoja, cualquier raíz.
Gandules, zanahorias, pacholí, mostaza, flores, moringa, flores, recao, panas, yautía, batatas, cúrcuma, tomates, jengibre, aguacates, más flores, pimientos dulces, kale, rábanos, crotalarias, guineos, calabazas, arúgala, de nuevo flores, cebollines, amaranto, berenjenas, yuca, plátanos, nabo. Flores, flores. Y tabaco. Sobre todo tabaco.
Lo anterior es apenas una lista a vuelo de pájaro acerca del cultivo de este hombre que, desde hace poco, emprendió un nuevo proyecto: Bocanada. Bocanada, como el disco del músico argentino Gustavo Cerati. O como ese gesto de soltar una pequeña nube de humo al exhalar. Bocanada es, en el fondo, un intento por retomar la cosecha del tabaco para cigarrillos con cuidado milimétrico y artesanal. De hecho, todos los otros frutos de su cuerda, en parte, existen para renovar la tierra y ayudar a devolverle los minerales que necesita.
Su interés por el tabaco empezó como fumador, después como agricultor. El tabaco, reconoce Samuel, se ha dejado a un lado en el País por una sencilla razón: escasez de mano de obra y altos costos de producción. “Esto es capitalismo 101. La mayoría del tabaco que consumimos viene de República Dominicana”, aclara. Atrás quedó –casi en su totalidad– la labor de despalillar esta hoja, de cosecharla y enhebrarla en cordeles que semejan harapos al viento. Él lo hace. Incluso ha creado su propia mezcla, que consiste en sembrar seis variedades de tabaco de diverso origen hasta encontrar el balance adecuado.
Tabaco de Tailandia, Puerto Rico, Cuba, entre otros, le sirven para otorgarle el sabor que busca con esmero. Para ello, son muchas las características que atiende. “El sabor, la cualidad de la hoja, la crispación, el aroma, los colores”, enumera con los dedos de la mano. Y añade que las semillas las consigue gracias a agricultores locales que, “por más de cien años”, las han guardado para el beneficio de otros. Bocanada tiene una valía especial, ya que será distribuido tanto en picadura para liar como en cigarrillos.
Samuel estudiaba en la Universidad de Puerto Rico en Bayamón una profesión muy diferente a la que eligió después. “No era feliz”, admite. Hoy día, sin embargo, es muy distinto, puesto que parece ser este su lugar en el mundo. Más tarde explica el origen de la finca que trabaja. “Esto acá era una cantera”, dice, y apunta con el dedo índice hacia una montaña. Luego de graduarse en Agronomía en el Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico, vivió seis años en San Francisco, Estados Unidos, donde trabajó, entre otras cosas, dando talleres de agricultura a confinados. Hasta que decidió regresar al mismo espacio donde correteaba de niño en fines de semana.
Agroecología vs. Agronegocio
La tarde –tarde de febrero– es particularmente fresca. Pronto el sol se pondrá encima de la siembra. “La hora mágica”, le llama Samuel. Por ese modo demorado en que el sol se apaga cada vez que atardece. Su perra Coco juguetea y corre con la insistencia propia de los cachorros.
A la pregunta de por qué eligió esta forma de vida y cultivo, Samuel es claro. “Esto es ecológico porque busco el balance con el medio ambiente, desde los pajaritos hasta los murciélagos”. Se trata, en definitiva, de incorporar todo el ecosistema, deja entrever.
“A veces trabajo, inclusive, por cosas invisibles. Yo no veo tanto los murciélagos, pero me ayudan, sé que están ahí. Hago esto porque sé que es lo correcto”, agrega, en oposición a ese modo de sembrar –a su juicio torcido– de gigantes como Monsanto, por ejemplo, que define como agronegocio. “Se me puede hacer más fácil poner herbicidas o poner abono y ya, pero lo menos que puedo hacer es ir poco a poco y darle cariño a la tierra”, explica. Y recuerda que los mecanismos de operar de Monsanto calan hondo en el ecosistema. “Afectan las abejas, el suelo, el paladar humano y mis cultivos. Todo en nombre del dinero”.
Bocanada se conseguirá pronto en lugares del área metropolitana y ferias que Samuel aún no quiso revelar. ¿Y el precio? “Eso lo estoy pensando. Jamás lo vendería a una cifra que yo mismo no pudiese pagar”. Ahora Samuel da un par de caladas a un cigarro recién armado y ofrece. “Es suave el sabor”, comprueba. De su boca sale un humo transparente que se pierde en el espacio donde conserva las hojas perfectamente tendidas. Más tarde el sol se esconderá. Antes llegará Coco con una rama entre los dientes exigiendo jugar. Esa, y no otra, será la hora mágica.