El orgullo puertorriqueño es más intimidante de lo que el boricua promedio piensa. El escenario lo agranda, lo resalta, sin embargo, puede resultar difícil manejarlo correctamente. Es aquí que entra Agüeybaná El Bravo de Ricardo Magriñá, la segunda producción que forma parte del Quincuagésimo Sexto Festival de Teatro Puertorriqueño.
La historia retrata a la gran figura epónima, interpretada por Rolo Reyes, dentro del Puerto Rico de 1511, año en que retumbóla noticia de la llegada de los españoles entre los habitantes de su yucayeque. La oposición de El Bravo a la subversión de su tío, Agüeybaná El Viejo, interpretado por Luis Javier López, ante los colonizadores se convierte en la base conflictiva de la obra que destierra al protagonista. Esta decisión condena a todo el poblado Taíno, lo que marcóla historia puertorriqueña por todos los siglos hasta el presente.
El simple hecho de montar una obra dedicada a este héroe taíno supone un gran respeto a la nación puertorriqueña y a su historia, lo que resulta ser uno de los aspectos más agradables de la producción. De alguna forma, el público boricua sentiráafecto por Agüeybaná El Bravo ante la valentía mostrada en los hechos sangrientos que ocurrieron con la llegada de Cristóbal Colón a la isla.
Al igual, el nombre de Magriñá como parte de un texto escogido para el Festival de Teatro Puertorriqueño invita a un futuro lleno de dramaturgos frescos con el fin de ampliar el repertorio de escritores ya existentes. Acompañada de nombres como Tere Marichal y Luis Rafael Sánchez, la presencia de Magriñádentro de la cartelera del festival es digna de admiración.
Es lamentable entonces cuando estas particularidades positivas que distinguen a Agüeybaná El Bravo se hunden y desaparecen dentro de un montaje teatralmente vago. Una producción que puede ser llamativa en diferentes maneras de realización se convierte en algo que ya hemos visto anteriormente. La obra debe terminar con una nueva mirada hacia los primeros héroes de nuestra historia a cambio de solo ver una representación educativa de los incidentes.
Es claro que Magriñá, López y el resto del elenco mantienen un cariño con la historicidad de este relato taíno, especialmente cuando el dramaturgo interpreta el papel de Makari y el intérprete de El Viejo también corre la dirección de la obra. El problema se encuentra en que el producto escénico no justifica el amor a las raíces patrióticas que irradia la pieza.
Gran parte de las fallas de la obra recaen en su elenco desde el papel más principal hasta el más terciario. Por un lado, los componentes de la tribu de los Agüeybaná, interpretados por Samari Hernández De Jesús, Luis Alberto, Nelson M. Roberto, Héctor Allende y María Del Carmen Muñíz entran al escenario con una energía extremadamente pobre en comparación con la pasional que quizás debieron tener los taínos en sus rituales. Estos personajes terciarios son los ejecutantes de líneas como “¡guasábara!”que solo causaron risas en el público cuando debieron haber emulado gritos de guerra.
Por otro lado, los papeles principales, como los dos Agüeybaná, también quedaron cortos y no parecieron emprender ningún trabajo de personaje interno. Las interpretaciones de Reyes y López claramente eran externas de tal manera que esos sentimientos superficiales de El Bravo eran trillados y no reflejaban sus conflictos verdaderos asícomo los de El Viejo no manifestaban la imagen sabia que pudieron tener los caciques taínos.
Técnicamente, la obra decepciona igualmente con una escenografía, también llevada a cabo por Magriñá, que le otorga un sentimiento de diseño incompleto. Algunos de sus elementos que se encontraban fuera del marco proscénico resultaron adecuados (piedras con petroglifos) como otros fueron innecesarios (un canvas pintado con la silueta de una mujer indígena).
El diseño escenográfico sítenía un juego con la iluminación: trabajo que también entablaron el dramaturgo y el director. En la mayoría de la obra, la luz natural que reflejaba el sol candente antillano resaltaba los verdes de la naturaleza en escena. Sin embargo, los colores chocantes que se iluminaban en el ciclorama le quitaban cualquier grado de realismo que puede lograr el montaje.
Efectivamente, Agüeybaná El Bravo es la prueba de que el trabajo polifacético de una persona dentro de las artes teatrales no es imposible y, a veces, es necesaria para disminuir costos. Todo es posible dentro del teatro, sí. Esto solo se convierte en contratiempo cuando los trabajos que se le entregan al público se presentan a medias a causa de llevarlos todos a cabo todo
Nunca será cuestión de perder el orgullo por completo dentro de este montaje. Esa honra de ser puertorriqueño seguramente se verá en todas las funciones, en los próximos textos de Magriñá y en todos los montajes que dirija López en el futuro. El punto resulta ser que Agüeybaná El Bravo se merece una mejor representación en escena. No se debería sentir como si entra y sale equivalente a otro actor, sino que le amerita una obra que juegue con diferentes géneros del teatro y que les abra el amor patriótico a todos en la audiencia en vez de causarles risas.
Agüeybaná El Bravo continuará en escena en el Teatro Francisco Arriví este viernes 17 de abril y sábado 18 a las 8 p.m. mientras que el domingo 19 se presentará a las 4 p.m.