Todos los que llegan temprano al Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR) saben que en la entrada principal les espera una inyección de alegría para comenzar su jornada. En ese lugar, la sencillez de la frase “buenos días amigo, buen día amiga”, pronunciada por el oficial de vigilancia Orlando Álvarez De Jesús, suena tan cálida, dulce y amorosa que se transforma en un acto caritativo hacia aquellos que van de prisa.
Un bigote bien arreglado marca la curva de sus labios al sonreír. Su mirada firme y constante demuestra seguridad y valentía. Sobre su cabeza lleva una gorra que en letras blancas y amplias dice Security. Por encima de sus orejas se escapan unas canas rebeldes que denotan sabiduría. Su expresión sincera y humilde parece ser su mejor atributo pues a pesar de que muchos ni siquiera saben su nombre, son sus amigos.
-“Yo trabajo con ustedes [la UPR] hace dos años y medio”, dijo con el pecho erguido y en un tono firme, pero alegre.
Álvarez De Jesús es el guardia de seguridad que alegra el día de aquellos que transitan diariamente por la entrada contigua al Museo del recinto riopedrense . En el corto tiempo que lleva trabajando en la Universidad se ha ganado el cariño y la amistad de los estudiantes, profesores y personal no docente. Su humildad y visión positiva de la vida lo han llevado a convertirse en un ícono de la IUPI.
Antes de llegar al Recinto, Álvarez de Jesús sirvió como chofer de camiones de asfalto por 39 años. Luego, se retiró y fue contratado por la compañía Bridge Security para prestar servicios en la Universidad de Puerto Rico.
“Me gusta, me gusta”, expresó Álvarez con una sonrisa en el rostro la alegría que siente de poder trabajar en el Recinto de Río Piedras.
Servir con amor ha sido su misión desde siempre. “Nací para eso, para dar amor tanto a los amigos, como a las amigas”, dijo el guardián de la IUPI. Mientras conversaba con Diálogo, Álvarez explicó que cuando trabajaba en el Municipio se detenía a hablar con las personas que pasaban a su alrededor. El darse la oportunidad de conectar con otros, escuchar sus historias, penas y alegrías llenaba su vida de alegría y satisfacción pues, de acuerdo con él, pocas veces alguien se presta para escuchar a los demás.
Entonces descubrió que regalar alegría y motivar a otras personas es su pasión y lo ha convertido en su estilo de vida. “Me encanta motivar a las personas porque yo soy alegre”, manifestó sonriendo. Por eso, se detiene a hablar con los estudiantes y el público que entra a la Universidad.
El pasado mes de febrero don Orlando recibió una serenata por parte de las muchachas de la Tuna de la UPR. “Nunca me habían dado una alegría tan grande como esa”, dijo emocionado ante el recuerdo que cruzó su memoria. Para él los estudiantes del Recinto de Río Piedras “son más que excelentes” y se siente orgullosos de ellos.
“Aunque nunca estudié en la Universidad de Puerto Rico me hubiese gustado hacerlo”, señaló con admiración y respeto. Según Álvarez De Jesús, desde que llegó al Recinto no deja de ver cosas buenas y bonitas que se alejan de lo que publican los periódicos del País. Entre esas cosas buenas, destacó la calidad de sus estudiantes y los esfuerzos que realizan por salir hacia delante.
Según el oficial de seguridad, su empatía y ganas de servir es una herencia de su familia.“ Mi papá me enseño a trabajar”, expresó orgulloso de ser fruto de una familia humilde y trabajadora.
Su vida ha sido un mar agitado, sin embargo, esto solo ha incrementado su sensibilidad y calidad humana. Cuando tan solo tenía 12 años de edad tuvo que dejar la escuela y comenzar a trabajar.
“Mi juventud fue dura como uno dice. Tuve que trabajar y llevar el pan de cada día cuando el viejo faltó”, expresó el hombre de 58 años quien vivió y se crió en el residencial público Manuel A. Pérez durante su niñez. Allí, junto a sus cinco hermanos y a su madre, quien era ama de casa, vio cómo las drogas y la violencia coronaban el escenario. A pesar de esto, tomó las riendas de su familia y luchó por salir hacia adelante.
Con humildad reconoció que “en el residencial hay cosas buenas y hay cosas malas, todo depende de ti”. Por eso, aconseja a los jóvenes que se aparten de las drogas y que busquen otras actividades como la lectura, los estudios y los deportes. Durante su juventud acostumbraba a jugar con buenas amistades en las canchas de la comunidad. Precisamente, fue el baloncesto y su responsabilidad para con su familia lo que lo mantuvo alejado de las drogas y el peligro.
Don Orlando es un hombre comprometido con su familia, con la Universidad y con el País. La lista de adjetivos positivos que lo describen es infinita. Él es alegre, sensible, empático, humilde, trabajador y, sobre todo, un hombre que sirve desde el amor. Con su lema “haz las cosas bien, echa pa’ lante, no te descarriles”, desea continuar inspirando a muchas personas.