Sin el cerebro humano desarrollado no existiría la cultura. Entendemos por cultura todo el proceso de creación de conocimientos que nos ha llevado a nosotros, el homo sapiens, a ser lo que somos: arte, filosofía, política, ciencias aplicadas, matemáticas, literatura, teología, gastronomía, música y un larguísimo etcétera. Durante mucho tiempo se ha elogiado la plasticidad, la ductilidad del sistema nervioso central para asimilar, elaborar, procesar y expresar toda esta nueva información de una manera asequible y siempre ascendente. Pero la ciencia, específicamente la neurobiología, creada también por el cerebro humano, ha cumplido su papel de abogada del diablo. Veamos. El hombre ha ideado y construido toda una serie de herramientas, algunas sumamente complejas, para estudiar el cerebro humano vivo y actuante: sistemas de imágenes funcionales de resonancia magnética nuclear, mediciones finas de la actividad electroencefalográfica cortical, microelectrodos intracavitarios colocados por debajo de la estructura ósea del cráneo, imágenes termodinámicas de la circulación sanguínea cerebral, y como no, observaciones del comportamiento personal frente a situaciones cambiantes relacionadas con el aprendizaje. Todos estos estudios, desarrollados en la segunda mitad del siglo XX y en la primera década del actual, han permitido comprender, por primera vez, cómo el hombre se relaciona con su medio ambiente y cómo reacciona ante el proceso de incorporación de información. Y la experiencia acumulada puede resultar sorprendente. El francés Stanislas Dehaene, profesor de psicología cognitiva del Colegio de Francia, y el norteamericano Marc Changizi, catedrático de neurociencias del Instituto Politécnico Rensselaer son dos investigadores han marcado el camino y descollado en el análisis de la respuesta de la corteza cerebral ante el aprendizaje y afianzamiento de la cultura, específicamente en dos campos fundamentales: las matemáticas y la lectura. Durante tres décadas ambos han estudiado exhaustivamente la respuesta neuronal al aprendizaje, tanto en niños como adolescentes y adultos, y sus conclusiones son coincidentes. El cerebro humano posee una gran plasticidad, lo que se traduce en una enorme capacidad de incorporación de nuevos conocimientos, o sea, de aprendizaje, pero… la cultura, el cuerpo de conocimientos e información que ha de ser aprendido por el cerebro, también tiene que ser plástica y adaptable, o será ignorada y rechazada. El cerebro humano eventualmente será capaz de incorporar cualquier tipo y volumen de información, pero necesita tiempo y evolución para lograrlo. No es posible incorporar un volumen demasiado grande de información o un tipo de información demasiado alejada de los patrones típicos de aprendizaje sin que ocurra un efecto de no asimilación, de negación y rechazo. Claro que no todos los cerebros son iguales y las condiciones medioambientales, nutricionales, sociales y de otra índole tampoco. Pero hay límites. Cuando decimos: DaVinci, Galileo, Newton, Kafka o Einstein eran demasiado avanzados para sus contemporáneos y el tiempo en que les tocó vivir, tenemos razón. Sus ideas, producidas por cerebros increíblemente plásticos, -denominados clásicamente como geniales-, no estaban al alcance de la plasticidad neuronal media. Las ideas se incorporaron a la sociedad y fueron comprendidas, pero requirieron tiempo, justo el tiempo necesario para que la plasticidad neuronal de los mortales comunes y corrientes les dieran cabida. No es cierto que el cerebro humano esté subutilizado (por lo menos en los seres humanos normales) sino simplemente que requiere tiempo para adaptar sus conexiones neuronales, y crear otras nuevas, que puedan procesar lo novedoso. Es verdad que la teoría de la relatividad de Einstein solo era comprendida por cuatro o cinco personas en 1920, y también es cierto que cualquier estudiante más o menos avanzado de física puede explicarla hoy. No es que el estudiante contemporáneo sea más inteligente sino que la plasticidad neuronal y el tiempo han hecho su labor. Las derivaciones de estos novedoso enfoques son extensas e imprevistas. En un mundo donde la información nos llega como una avalancha incontenible y los soportes de la misma cambian casi constantemente, bien vale la pena detenerse un momento en estos estudios. ¿Estará preparado nuestro cerebro para lo que él mismo genera, o para lo que generan los artilugios que él ha creado y desarrollado? Sólo el tiempo dirá. El Dr. Felix J. Fojo es ex profesor de la Cátedra de Cirugía de la Universidad de La Habana.