El calentón de la tierra sofocaba. Caminábamos en una línea recta como unos buenos soldados que siguen las órdenes de un sol que los envía hacia las azuladas playas de la costa oeste. Era una marcha continua, llena de carros que amenazaban con un atropello seguro. En medio de nuestra travesía, del sol incesante, de las carreteras congestionadas y de niños pidiendo a gritos helados, escuchábamos los cánticos de aleluya que atravesaban las paredes de la iglesia al otro lado de la carretera. Son las 10 de la mañana del Viernes Santo. Los miembros del escuadrón: grupos diversos de universitarios. El destino: Combate, Cabo Rojo. La misión: sol, playa y arena. Los objetivos: una piel bronceada envidiada por quienes sufrieron la maldición de no poder disfrutar su Semana Santa como es de esperarse. La semana de meditación y paz cae en los oídos sordos de los miles que buscan tapar la capa de la piel que se ha vuelto translúcida luego de los largos meses de encarcelamiento universitario. Son muchos los alumnos que luchan por llegar vivos a la Semana Santa y esperan ansiosos los anhelados días de relajación estudiantil. Para nosotros los universitarios, esos días equivalen a un fin de semana largo lejos de la civilización. Nos preparamos para recibir con los brazos abiertos los placeres simples del sol, las fiestas y la negación de que contamos con sólo algunos días de disfrute hasta volver a la realidad de una vida llena de trabajos, proyectos y exámenes finales. La Semana Santa se ha convertido en una oda a la relajación y a las fiestas. Lo que alguna vez significó un símbolo de sacrificio y reflexión ha quedado renegado a un segundo plano para los estudiantes. Para otros, las actividades religiosas de la semana, como lo son el ir a misa y ver películas religiosas en los canales locales se han convertido en tradición puertorriqueña. De niños, nos obligaban a seguir las costumbres que dictan las generaciones mayores. A medida que atravesamos los años, nos vamos concientizando con el hecho de que existe una cultura mucho más amplia que la de simplemente estar encerrados una semana en completa meditación, esperanzados de que el Domingo de Pascua recogeríamos los dulces que con tanto empeño nos habíamos esforzado por ganar. La llegada a la universidad no hace más que crear una separación más profunda entre lo terrenal y lo divino, entre la misa y el jolgorio juvenil. Tampoco quisiera que se entendiera que es una juventud ajena por completo de las enseñanzas cristianas. Existen también grupos de jóvenes que se dirigen hacia los servicios religiosos y respetan las prácticas de una semana llena de sacrificios. Pero la alarmante cifra de turismo en las playas de la Isla demuestra que somos muchos los que encontramos en ellas la calma y la paz que se predica, con la diferencia de que es la arena nuestra área de meditación. Bajo el sol candente, vemos la iglesia llena a capacidad. Las alabanzas al señor suenan a lo lejos, pero son opacadas por la mezcla de los bocinazos y el estéreo resonante de los carros .La belleza de los murales no resalta entre el calor que arropa a los feligreses. No es raro encontrarse con miradas serias, condenando las risas dirigidas al bullicio y a la alegría del compartir. Nosotros miramos y recorremos sus caras antes de adentrarnos por el camino hacia el balneario. He ahí nuestro paraíso terrenal.