No me gusta ir a los doctores. No es por la larga espera sino por las cosas que se escuchan. La sala de la oficina se convierte en un reflejo de nuestra sociedad, un cajón donde todos los problemas de la Isla se hacen más evidentes. La gente se queja, no necesariamente de sus condiciones sino de sus vidas. La gente habla sin inhibiciones, como si no existiera nadie a su lado que les escuchara. Ayer, mientras esperaba que me atendieran, escuché a un padre decirle a su hija de un año, con un tono burlón, que le daban ganas de “partirte la cara con un puño” porque la bebé no bailaba una canción de reggaetón que la mamá le cantaba.
Mi mirada rápido se fijó en la del hombre. Él, con una cara de pocos amigos, le comentó en voz baja a su pareja, una mujer de casi mi edad, que se callaran la boca porque “llamarán a servicios sociales”. En efecto, me dieron ganas de hacerlo. Los domingos cuido a niños de tres a cuatro años y no hay nada más hermoso que la inocencia genuina de estos seres. Por tanto, me indigna escuchar que un padre dizque “relajando” le diga semejante cosa a su hija solo porque no bailaba una canción de reggaetón, cuyos mensajes (tema aparte) por lo general tienden a ser abusivos y despectivos hacia la mujer.
“Boba, eres una boba", le decía nuevamente el papá a la bebé, haciéndole “cucas monas”. Claro, ahora ella no entiende qué es ser boba, tampoco entiende la amenaza que representa su padre. ¿Qué pasará luego que la bebé crezca, se convierta en adolescente y continúe su padre afirmando que es una “boba”, cuando entienda que el mundo a su alrededor puede ser violento y agresivo?
Sentada allí mientras esperaba que me llamaran, me preguntaba cómo sería la vida de esa niña una vez crezca. ¿Será feliz? ¿Cambiarán sus padres y serán más conscientes de sus palabras? ¿Será parte de un ciclo vicioso y abusivo? Me recordó entonces a una pareja que vi en el Tren Urbano esa misma tarde. Ambos cargaban con cicatrices por todos sus cuerpos y quizás otras cicatrices y heridas más profundas, de esas invisibles al ojo humano. Ambos estaban en un trance. Decían algunas cosas entre sí que solo ellos entendían. Estaban en su mundo, conducidos allí por algún tipo de droga que los alejaba de la realidad. En aquel momento también me pregunté que habrá sido de la vida de ellos.
Según un reportaje publicado en El Nuevo Día, titulado Grave problema de maltrato infantil en Puerto Rico, para septiembre de 2013 había casi 10 mil casos activos de maltrato de menores. Vivimos en una realidad que abusa y maltrata a los indefensos, viejos y niños, por razones tan ilógicas como no bailar una canción hasta situaciones más graves. En una sociedad cada vez más sumergida en la violencia, no hay una escapatoria para personas maltratadas o abusadas en su infancia sino es a través de lo ilícito. Me pregunté entonces qué llevó a la pareja del tren a usar drogas, a vivir desentendidos de la vida aunque sea por algunas horas solamente, a buscar placer a través de lo que le hace mal.
Después de que atendieran a la pareja, ambos salieron y se acercaron a la secretaria para pagar. La mujer dijo algunos chistes, pero luego le agarró la mano al hombre y le dijo seriamente “cuídala bien” haciendo referencia a la niña. La pareja sonrió y se fue. Él nunca dijo que le metería un puño, nada había sucedido. Entonces desaparecieron ambos con la niña en un carro hacia un hogar que día a día construyen.