Más por pagar una deuda que por anhelo me apersoné a una lectura celebrada en la parte más boricua de Chicago Humboldt Park. Hay algo que me aterra de las reuniones de la diáspora en el frío; quizás es el olor de los sazones atormentando o la eterna salsa de los setenta revolviendo los recuerdos mejores y sirviendo de pie para conversaciones del tipo, “Te acuerdas Papo de aquellas esquinas…” Llegué al sitio con el cuerpo deprimido y el humor empuñado.
En honor a la costumbre la poesía comenzó tarde y empeoró con los preámbulos de cada convocado ante el micrófono. Me parece terrible que un poeta tenga que explicarse, justificando ante la mínima audiencia (conformada en su mayoría de vates atrapados por el ansia a la espera del turno) mediante una serie de elaboraciones que terminan abrumando la pieza.
Hacia el final apareció una chamaca con un texto que, aunque prescindible, invitaba a una conversación interesante ya que, estando candente el asunto Libia, la jeva apuntó la necesidad de poner en perspectiva la palabra dictadura, si se tomaba en cuenta que, en el mismo Chicago, la familia Daley tenía un montón de años sin soltar la brida de la ciudad.
La fiebre de democracia que ronda los países con mayor producción petrolera me enfrenta a una realidad que hasta el momento sólo conocía gracias a las tradiciones orales y una cuestionable literatura.
Afirmar que pasado y presente se acoplan en una línea cósmica no es exagerado: por estos días se cumplen cincuenta años de la muerte de Rafael Leonidas Trujillo Molina, el dictador que por más de treinta años mantuvo a batuta, robo y macana a la República Dominicana. Esta celebración es reseñada como “El regreso a la democracia”. El subrayado no es casual, si se toma en cuenta que antes de El Chivo la República no era un modelo de avanzada y luego del tiranicidio le tocó el turno a un Joaquín Balaguer que bregó con mano mucho más sangrienta y decidida. La violencia cambió en métodos, nunca en intensidad.
Para colmar la casualidad, acepté el papel de reportero/torturador/torturado en un montaje de La pasión según Antígona Pérez de Luis Rafael Sánchez. Durante los primeros ensayos recibí la noticia de que la obra se estaría representando casi simultáneamente en Puerto Rico, lo cual será siempre una alegría. Mientras releía con entusiasmo el libreto, prefería arrebatarme con el delirio literario antes de ceder al peso de las coincidencias entre el “Generalísimo Creón Molina” y Mister Trujillo, quienes comparten rango y apellido en el plano metafórico. Pero si algo demuestra la pieza y el curso de los acontecimientos mundiales es la contundencia de la metáfora. Si bien la obra enamora desde la rebeldía de una joven mujer que reta las imposturas de “el ordenado de Creón Molina”, la ocasión da pie para que Sánchez muestre las incongruencias, el delirio de la desinformación y la actitud medalaganaria que caracteriza tantos gobiernos de esta “América amarga”.
En La pasión se destacan las mejores cualidades de Luis Rafael Sánchez (escritor caribeño por excelencia y por lo tanto, triplemente atormentado), quien desde el inicio de su trayectoria literaria nos ha regalado con pluma y lengua tan elegantes como reveladoras; novelas, relatos, ensayos y obras teatrales que proponen una revolución desde el lenguaje.
Este Sánchez boricua, asediado por la pugna del Estado Libre Asociado y todo lo que el término arrastra, hilvana una serie de trazos históricos y geográficos al renovar a la Antígona de las mejores tradiciones orales mediante el amor y el terror encontrados en aquel presente que por las coincidencias ya mencionadas, se convierte en ominosa actualidad. Antígona Pérez forma parte de una destacable tradición de reescrituras clásicas en el Caribe, como Escalera para Electra, de la dominicana Aída Cartagena Portalatín y Omeros, del Premio Nobel Derek Walcott.
La puesta en escena se efectuó en el teatro de la Compañía Aguijón (una pequeña joya en Chicago) por más de seis semanas, como parte de una temporada que explora representaciones clásicas y contemporáneas. Los comentarios alrededor de la puesta en escena, que fueron gratos, en su mayoría se dedicaron a resaltar la pertinencia del texto.
Como actor, me llena el haber dado voz a la concepción de un querido maestro; como escritor sucumbo al asedio del vigor histórico de esta propuesta, ahora que para esbozar las palabras Patria o Democracia habría que ponerse una navaja en la lengua.
El autor es escritor emmanuelandujar@gmail.com