Ron y agua bendita. Lo restregaron nada más nacer. Su tía Francisca Cimodosea Mejía quiso evitar percances como esa vuelta de cordón umbilical que apretaba el cuello del futuro escritor, Premio Nobel de Literatura y uno de los autores más grandes que nuestra lengua ha dado.
Escapar a la muerte sin dejar de mirarla de frente. Trabajando letras para celebrar la vida y hacerla más grande, más inabarcable de lo que es. Ese fue el oficio de Gabo, Gabriel de nombre, García Márquez para la fama. Gabo jocoso. Con su mirada aprendimos a ver la vida vigilando con el rabillo del ojo a la muerte. Esquivarla con una frase justa y perfecta.
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Cien años de soledad. "El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. (…) por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros". Crónica de una muerte anunciada.
Releer a Gabo es vivir. El realismo mágico no fue sólo un movimiento ni una generación. Fue nuestra pasión. Una religión. Un arrebato. Un orgullo. Una patada en el trasero para escribir mejor, para vivir más intensamente. Para hacer más periodismo.
Amanecimos con Borges y Sábato, nos graduamos con Alejo Carpentier (el grande) y casi nos ahogamos con Cortázar y el mejor Vargas Llosa. Gabo llegó tarde, pero nos metió a todos en Macondo para nunca más salir. Gabo nos azuzó al realismo de sorber la vida a tragos de ron y palabras, con la magia cotidiana y desvergonzada que dejó a los cronopios ocultos en la mesita camilla.
Nunca lo abandonamos. A fuerza de correr los gallinazos que picoteaban el otoño del patriarca los que no tenemos magia buscamos el periodismo. Gabo en El Espectador, el diario que sería famoso y sufriría al narco como su Colombia natal. Nos pasamos la vida persiguiendo a Gabo, aprendiendo palabras como puños, pegándole patadas a la realidad para reventarla por los costurones de la literatura. Para vivir.
Se nos fue Gabo, que siempre se llamó periodista y nos dejó consejos impagables: "Una cosa es una historia larga, y otra una historia alargada". "Cuando uno se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo".
No descanses, Gabo. Vuelve a Macondo. Te seguimos.
Este texto fue publicado originalmente en el blog Periodistas 21.