
En la calle Georgetti en Río Piedras, al lado del cuartel de la Policía, hay una cafetería a la que suelo ir por las mañanas a comprar café, se llama el Mangú BBQ. Pido desde la acera, a través de la ventana que da a la calle en donde se ve la cafetera y la vidriera con bombillas y frituras. Como parado, de espalda al negocio, mirando la remodelada Plaza de la Convalecencia, con sus árboles, helechos y zamias, las fuentes de agua y los guardias de seguridad.
Desde que comenzó la remodelación de esa plaza noté algo extraño en ella. No sabía si eran las cámaras de vigilancia en la torre blanca y la cantidad de guardias de seguridad privada en lugar público, o ese espacio amplio y vacío, perfecto para derretirse bajo el sol del medio día, donde de vez en cuando se aglomeran personas para asistir a alguna actividad municipal.
Aunque la observe desde cualquiera de las calles que la encuadran -la Brumbaugh, la Georgetti, la Arzuaga o la Camelia Soto- no le encuentro su coherencia con lo que la rodea, al punto de que he llegado a convencerme de que la Plaza de la Convalecencia no es una plaza sino un holograma, la imagen de un concepto que se plantó allí, de la nada, en total desconexión con su entorno.
En la biblioteca virtual del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa se explica que la holografía es un sistema de fotografía tridimensional, sin el uso de lentes, que forma una imagen. Es decir, es una técnica óptica.
El holograma hace aparecer imágenes, así como aparecían los personajes de Star Wars para comunicar algún mensaje desde la distancia.
En este caso, la Plaza de la Convalecencia es una proyección del futuro que apunta hacia la utopía del barrio ordenado y agradable, la ciudad “re-habilitada”. Es la “primera fase del Programa”, dijo el alcalde de San Juan Jorge Santini en el año 2009, refiriéndose al proyecto de rehabilitación urbana denominado Río 2012. Mientras, en el 2008, Luis Vélez, director de rehabilitación de Río Piedras, dijo en ese momento que Río 2012 es en realidad la parte visual del plan de rehabilitación. “Lo que estamos haciendo con Río 2012 es actuar sobre ese plan. Porque el plan de rehabilitación no tiene objetivo si no se plasma un concepto visual que uno pueda decir, ok, lo vamos a implantar así, de esta manera."
De esta forma, la Plaza remodelada apareció como por arte de magia, sin que los y las habitantes del lugar hayan tenido participación amplia en su concepción o sin que se les haya tomado en cuenta. Simplemente se impone, como una imagen que puede ser proyectada desde cualquier lugar, sin que los que la miran sepan desde dónde ni para qué exactamente se está presentando.
Los más cercanos a la concepción de la Plaza han sido los asociados de las compañías que recibieron los fondos públicos (más de $15 millones) que se asignaron a esta “primera fase de Río 2012”. Una de ellas es PG Engineering Solutions, cuyo presidente es Carlos Pesquera, ex candidato a la gobernación por el Partido Nuevo Progresista; la compañía privada de seguridad que da vigilancia a la Plaza, Sheriff Security Service, presidida por Edwin Soto Ruiz y la compañía encargada de administrar los parquímetros, Urban Transit Solution, presidida por Kenneth Stewart.
Alrededor de la Plaza de la Convalecencia
A veces, en las tardes, me siento en la Plaza y miro hacia la calle Georgetti, justo hacia donde estaba parado por la mañana. Junto al Mangú BBQ hay un negocio de cambio de cheques, el Río Piedras Check Cashing. En la tarde, cuando los dos establecimientos están cerrados, la misma acera en la que me paro por la mañana a comer es ocupada por uno o dos y a veces tres deambulantes que encuentran allí un lugar para recostarse y tomar una siesta. Es una movida estratégica, allí el alero del Check Cashing los protege del sol y al lado, dentro del cuartel, hay una fuente de agua potable, aunque a veces algún policía cierra un portón que imposibilita el acceso a ella.
Desde la Plaza se puede apreciar también la calle Brumbaugh, que atraviesa la Georgetti y franquea al cuartel de la policía. La Brumbaugh (nombrada así por Martín Grove Brumbaugh, primer comisionado de instrucción pública de Puerto Rico) también pasa frente a la escuela superior Ramón Vila Mayo y conecta directamente con el campus de la Universidad de Puerto Rico a través de un puente.
Por el día hay mucho movimiento en esa calle. Allí hay una iglesia bautista, una panadería, una iglesia católica, una farmacia, una óptica, un Taco Maker, una librería de libros viejos, un Subway, un señor que vende sombreros bajo una carpa en la acera y un Burger King. El paso de autos es constante.
Pero cuando el reloj marca las seis de la tarde, en la calle Brumbaugh sólo queda abierta la panadería de la esquina y el cuartel de la policía. Luego de los últimos campanazos de la iglesia del Pilar, el silencio y la oscuridad se apoderan de la zona. A veces se escuchan las plegarias árabes de un deambulante que duerme bajo un gazebo de lo que antes era una parada de guaguas públicas. También suenan los ladridos de una manada de perros que se ha quedado con el canto y, a ratos, el rugido fugaz del motor de las patrullas policiales cuando salen volando luego del sonido de una ráfaga de disparos.
En las noches, al extremo norte de la calle, entre la escuela y el puente, la calle Brumbaugh se transforma para muchas personas en el lugar idóneo para el encuentro sexual, mientras el puente se convierte en una especie de baño público. Al día siguiente, los varios condones pegados al piso del puente como chicles son la evidencia de que el sexo al aire libre que allí se practica se hace de forma segura. El puente hay que caminarlo mirando al piso y aguantando la respiración, para no pisar los condones o la mierda huamana que casi siempre queda pegada al lado de un calzoncillo roto.
Si decido salir en la noche evito esa calle. Hace unos meses mientras regresaba a casa, un muchacho de unos 17 o 18 años apareció de la nada, me preguntó dónde vivía y luego me explicó la razón de su pregunta. “Esto es un procedimiento”, me dijo. Con él andaba otro más alto pero probablemente de la misma edad. Este no dijo una sola palabra, simplemente observó todo lo que sucedía. El procedimiento era el siguiente: “vacíate los bolsillos y dame todo lo que tengas”.
En la calle Georgetti el negocio que más tarde cierra es la Heladería, abre los siete días de la semana hasta la media noche. Al frente de ese negocio, con la iglesia de Nuestra Señora del Pilar a sus espaldas, se sientan varias personas a degustar helados de ciruela, maíz o de ron con pasas. A la puerta de la heladería sirven de host varios deambulantes adictos, son los amables anfitriones que te saludan, echan bendiciones y te piden dinero a la entrada o a la salida.
Uno de ellos se hace llamar el Gato. De apenas unos 30 años, tiene la piel tostada por el sol y los ojos azul cristalino. Lleva el pelo largo amarrado como una cola de caballo y entre el pulgar y el índice exhibe un tatuaje del círculo con la A de anarquía. Una noche el Gato me contó que hizo varios años en la cárcel por robo. De ahí salió flaco, adicto y con el récord sucio. Su familia es del pueblo de Corozal, y como muchos otros deambulantes de esta zona, el Gato viene y va. Lo ves por varias semanas o meses y de repente desaparece. Pero siempre vuelve.
Hace poco me encontré a Muleta, un deambulante de esta área al que hace tiempo no veía. Le dicen Muleta porque su hermano le quemó la pierna y el pellejo de la batata le creció pegado al del muslo, por eso no puede bajar la pierna, inevitablemente la tiene doblada hacia arriba, como si fuese a dar un paso imposible. Él dormía en el edificio de al lado de la heladería, trepado en un alero donde ondea la bandera norteamericana. Esa estructura, durante el día, se llena de estudiantes, pues ahora es el Colegio San Ángel David, pero antes estuvo allí el correo de Río Piedras. Lo que no ha cambiado de ese lugar es que en las noches sigue siendo otro refugio de personas sin techo, igual que cuando era un edificio federal.
Me encontré a Muleta caminando por la calle Robles, iba de nuevo hacia la Georgetti, a pararse frente a los helados. Lucía aseado y fuerte. Acababa de salir de la cárcel y me contó que hizo un año por robo, pero yo juraba haberlo visto hace menos tiempo. Para mí ese año pasó volando, para él seguramente debió ser larguísimo.
Tanto el Gato como Muleta merodean cerca de la Plaza de la Convalecencia, entre la calle Georgetti y la Brumbaugh, y de vez en cuando se aventuran por la Arzuaga, que bordea la Plaza por el norte, y la Camelia Soto, que la bordea por el oeste, pero nunca entran a ella. Seguramente los guardias de seguridad no se lo permiten.
Sin embargo, la gente que pudiera entrar tampoco lo hace con mucha frecuencia. Casi siempre hay más guardias de seguridad que personas en la Plaza. Los residentes del centro siguen disfrutando la plaza vieja, entre la iglesia del Pilar y la modernísima estación de tren urbano de Río Piedras.
Por la acera de la calle Arzuaga, donde se paran las guagüitas públicas, los vecinos de esa calle y los de la Robles montan una mesa de dominó y allí juegan hasta entrada la noche. Por las tardes, un grupo de jóvenes corre patinetas mientras las personas que esperan la guagua amarilla que va de Río Piedras a Caguas se entretienen con sus trucos.
La remodelación de la Plaza de la Convalecencia comenzó en junio de 2008 como parte del proyecto dirigido a la transformación del Centro Urbano de Río Piedras que incluye, según una nota de prensa publicada en 2009, 17 bloques y se centraliza alrededor de la referida Plaza. En la misma nota se informó que “las mejoras a la Plaza comprenden el área de la plazoleta y el estacionamiento soterrado…que devolverá a los visitantes del casco de Río Piedras el uso de los cerca de 700 espacios de estacionamientos que estaban inutilizables debido a la condición precaria de la facilidad”. No obstante, hoy sabemos que los estacionamientos no se devolvieron sino que se privatizaron a través de la compañía Urban Transit Solutions, empresa encargada de instalar y administrar los odiados parquímetros.
A un costo final de 15.9 millones (según Caribbean Business), la remodelación de la Plaza implicó la remoción de algunas estructuras adquiridas en la calle Georgetti, específicamente de los edificios identificados con la numeración #110, #112 y #116 que, según el alcalde de San Juan, se encontraban contaminados, en avanzado estado de deterioro o abandonados. El primer paso de la remodelación de la Plaza fue la tala de cientos de árboles, acto que provocó la movilización de organizaciones comunitarias y residentes preocupados por el impacto ambiental y que a la vez reclamaron participación en el proceso de rehabilitación del centro urbano.
Desde la antigüedad el concepto de plaza pública a jugado un papel fundamental para los países que se jactan de democráticos. El ágora, como la llamaban los griegos, era el lugar de convergencia ciudadana en la polis. Allí se daba el encuentro físico, el intercambio de argumentos y el choque de ideas, la conversación, la discusión y hasta las peleas. Pudiera darse también el encuentro ilícito o amoroso, o en cambio la tranquila contemplación de los alrededores.
La plaza de hoy
Los guardias de seguridad con uniformes negros que habitan y circundan la Plaza de la Convalecencia son la evidencia de que este es otro tipo de plaza o de que en Río Piedras algo anda mal. En la Plaza hay una torre blanca con cámaras de vigilancia y un letrero que indica que no se puede correr patines ni bicicleta. Tampoco está permitido tomar fotos con “cámara profesional”. Al salir de la Plaza, no te sientes haber habitado una plaza real, y vuelves a darte cuenta de que era simplemente un holograma, o una ilusión óptica, un puro efecto visual.
Se entiende que todo proyecto toma tiempo y que debe comenzar por alguna parte, pero el problema es que en Puerto Rico –y seguramente en muchas otras partes- el efecto visual de las obras y el beneficio que aportan a la política tiende a nublar la realidad. Mientras en el centro urbano de Río Piedras se alzan “grandes obras”, en su alrededor lo real sigue en detrimento. Peor aun es que todo apunta a que no habrá integración, sino un reemplazo total donde el concepto Río 2012 se impondrá concuerde o no con la realidad y las necesidades del lugar. Así lo anuncian otras estructuras propuestas para la zona, como la construcción de una torre municipal (con estacionamiento para helicóptero incluido) que se pretende elevar en el área residencial de la antigua urbanización García Ubarri.
Desde el 2006 vivo en Río Piedras y hace dos que resido cerca del centro donde ubica la Plaza de la Convalecencia, la obra monumental del proyecto de “re-habilitación”, y por lo que he visto, hasta la fecha, Río 2012 no ha tenido ningún impacto de cambio real para los residentes de Río Piedras. Aquí seguimos caminando por calles oscuras, oliendo la peste de tuberías desbordadas, con miedo a ser asaltados y algunos viven bajo amenaza latente de desalojo. Mientras tanto, las organizaciones comunitarias de la zona, como el Comité de Vecinos de García Ubarri, siguen manteniendo reuniones y organizándose para no sufrir las consecuencias de proyectos incongruentes con sus intereses, y siguen reclamando, aun sin ser escuchados, participación activa en el necesario proceso de rehabilitación urbana del casco riopedrense.