Poltergeist, la original del 1982, resultó ser una experiencia cinematográfica ejemplarmente asquerosa para el género del horror. Sin embargo, la dirección fílmica nauseabunda de Tobe Hooper ante los entes fantasmagóricos llevó el filme a convertirse en un clásico.
Encima de eso, las muertes súbitas que cobraron las vidas de varios actores de la franquicia le otorgó a la película un suspenso adicional que facilitó los trucos del mundo publicitario.
Unos treinta años después, en el 2015, la nueva e innecesaria versión dirigida por Gil Kenan es un esfuerzo mediocre, tanto para los anales del cine en general como para honrar el clásico de Hooper.
La película cuenta la historia de los Bowen, una familia suburbana en aprietos económicos que llevan a cabo una mudanza con tal de que Amy –la madre interpretada por Rosemarie DeWitt– escriba su próximo libro. Si el cliché no es bastante hasta este momento, los Bowen escogen una casa construida precisamente sobre un antiguo cementerio.
Con ningún parecido a The Shining, pero influenciada por ella, la localización de la casa influye en la manifiestación de eventos paranormales violentos que despojan a la familia de la pequeña Madison. Así, comienza la misión para rescatar a la hija de un inframundo que colinda con el real.
Antes de que nos adentremos en el filme, es imprescindible mencionar que el Poltergeist que nos llega a las salas de cine este verano es una copia exacta a la original, con algunas excepciones en personajes.
Además, en la versión que nos llega esta semana al cine, el cliché merodea por el guión de forma abrumadora; de ahí que sea interesante contrastarla con la versión de Hooper.
La versión original de Poltergeist (1982) encontró su estreno en un año que ya había visto brotes de genialidad dentro de su género como The Exorcist. Asimismo, se situó en una década que entregó un sinnúmero de clichés del horror excelentes como A Nightmare on Elm Street y Halloween. Poltergeist fue aceptada en ese entonces por ser parte de una nueva ola cuyas características han perdido toda su vigencia en el presente.
Si bien es un duplicado del clásico, la “nueva” versión nunca llega a la altura de la versión original en libreto y mucho menos en dirección.
Poltergeist, junto a todos estos filmes de horror ya mencionados, tuvo ese toque de suerte de haber estrenado antes de la llegada de efectos especiales. Los trucos más artesanales, el maquillaje más grotesco y el simple hecho de añadir una mucosidad verde para emular un ectoplasma hacían del filme de Hooper uno maravillosamente repugnante.
La “nueva” versión omite completamente esa visión inmunda al poner en su lugar un Poltergeist lustroso y limpio en los suburbios contemporáneos. Lo peor: cuando en la original el padre de la familia se derrite en su reflejo como parte de los juegos malévolos de los fantasmas de la casa, en esta edición se sustituye por una escena carente de horror, donde el patriarca de los Bowen, interpretado por Sam Rockwell, toma un liquor que se convierte en lodo.
En esa misma línea, los filmes del género fantasmagórico se benefician de todo lo que no se ve en ellas. Parte del terror que causan yace en la incertidumbre del conocimiento. Es así como de la misma manera que M. Night Shyamalan fallóal demostrarnos los extraterrestres en Signs, Kenan falla al escenificar el inframundo de la residencia, dejándonos absolutamente nada a la imaginación.
Entre toda la medianía, las actuaciones no logran salvar al largometraje. Rockwell y DeWitt son poco recordables. Quizás el que tiene más presencia actoral es Jared Harris, como el experto paranormal Carrigan Burke. No obstante, al recordar su participación en películas como Lincoln y The Curious Case of Benjamin Button, hacen que su colaboración sea incómoda.
En todos los aspectos, Poltergeist (2015) vive a la sombra de su predecesora, de la que no es difícil escapar. Por ejemplo, si se hubiese hiperbolizado los efectos de la original con una seriedad profesional al género, se hubiera salvado un libreto pobre y copiado de una versión vergonzosa para el horror.
Precisamente, lo que logra Hooper en los años ochenta es lo que se supone que aspire el género del horror además del susto habitual: una inquietud escalofriante que cala hasta la médula más profunda de los huesos. Eso es lo que se debe respetar y desafiar, no burlar.
Mientras que la original de Hooper nos hacía reír por la incomodidad y para llenar los silencios de miedo, el Poltergeist de Kenan causas risas estruendosas a causa de un filme mediocre y carente de horror.