Esta ponencia fue leída en la jornada "¿Queremos una nueva ley universitaria?", realizada en la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, el 14 de febrero de 2014.
“Para esta comunidad fragmentada,
el árbol que no rinde frutos
es candidato al hacha”.
Alegría Rampante
“Transmitir e incrementar el saber por medio de las ciencias y de las artes, poniéndolo al servicio de la comunidad a través de la acción de sus profesores, investigadores, estudiantes y egresados”. Así abre el listado de los objetivos de la Ley de la Universidad de Puerto Rico, que añade a su tarea el “cultivar el amor al conocimiento como vía de libertad a través de la búsqueda y discusión de la verdad, en actitud de respeto al diálogo creador”.
A su vez, en el apartado sobre los y las estudiantes, el pasaje señala que “como educandos y en cuanto colaboradores en la misión de cultura y servicio de la Universidad, los estudiantes son miembros de la comunidad académica. Gozarán, por tanto, del derecho a participar efectivamente en la vida de esa comunidad y tendrán todos los deberes de responsabilidad moral e intelectual a que ella por su naturaleza obliga”[i].
Tal parece que la Universidad de la que nos habla esta ley, no es la universidad que transitamos. Su carga masculinista se hace eco en los debates, en su rigidez de ser esa Universidad, en mayúscula y singular, que resiste en sus transformaciones, que se encierra ante las posibilidades y que descarga en contra, a fin de cuentas, los diversos proyectos universitarios.
Este breve comentario, articulado desde las experiencias estudiantiles, no toma la perspectiva de género como finalidad, sino como punto de partida para pensar las posibilidades de esas otras universidades.
La fallecida profesora Mara Negrón en su (no) prefacio Well, you can be one of them, and I’ll be all the rest, no comenta la rigurosidad de las reflexiones esbozadas por Jaques Derrida en nuestra facultad de Educación en el año 2000. Al contrario, Mara persigue aquello que nos deja, lo que nos lega las reflexiones y sus puntos de inflexión, de cómo nos posicionamos, pensamos y actuamos con los y las demás ante la universidad y sus posibilidades.
Mara, la profesora, asume el acto de profesar desde otro cuerpo: el cuerpo doliente de la profesora. Mara, la estudiante, invita al diálogo creador desde la creación misma como posibilidad de la universidad. Mara, la activista, lanza la crítica a esa rígida institución de la Universidad que se encierra en sí misma, que excluye, que hemos cercado y sostenemos. De ahí, el cómo sí, las otras posibles universidades que se encuentran en pugna ante esa Universidad de los dones y señores académicos.
Universidad urgente, exclama Lissette Rolón dentro de los espacios de discusión de la Ley de la Universidad. Aquí nosotros asumimos la consigna, y pretendiendo el Programa de Género como universidad, “vamos a atrevernos a imaginar esa universidad. Vamos a poner toda nuestra inteligencia, sensibilidad y capacidad para hacerla posible. Vamos a ser esa universidad”[ii].
En las provocaciones de su libro Vocaciones caribeñas, el profesor Fernando Picó reflexiona sobre La duda universitaria. Hay en sus palabras un diálogo con Mara Negrón específicamente allí, donde el pensar se hace radical, donde el pensar y la universidad aparecen como espacio ético-político ante el estar con las personas en el mundo.
Nos comenta Picó que “muchos salen de una universidad a la que nunca han entrado”[iii]. Lo cual nos lleva a poner en perspectiva una característica constitutiva del feminismo: la maleabilidad de acercarnos a los temas transversalmente, y a su vez, desde la interseccionalidad. ¿Quiénes discutimos hoy la Ley de la Universidad? ¿Qué voces se escuchan, qué cuerpos componen y cuáles se excluyen del limitado uso del concepto de comunidad? ¿Cuáles salen de la universidad y cuáles entran sin estar adentro?
Es desde aquí que asumimos el Programa de Género como ese resto de posibles universidades entre otras. No por el mero hecho de imaginarlo, sino que desde la precaria situación a la cual la administración no universitaria de la Universidad lo ha degradado, el Programa es una de esas otras universidades. Es con la precariedad asumida que opera, con la violencia burocrática que lo obstaculiza, donde se cimienta otro tipo de comunidad que deambula por la universidad, por sus alrededores, por sus cercanías y por sus afueras.
Encuentro algo del Programa en las palabras de Derrida: “aquí me refiero, pues, a una universidad que sería lo que siempre habría debido ser o pretendido representar, es decir, desde su principio, y en principio, soberanamente autónoma, incondicionalmente libre en su intervención, soberana en su palabra, en su escritura, una palabra que no serían solo archivos o producciones del saber, sino lejos de toda neutralidad utópica, obras performativas”.
Son esas obras performativas las que nos lanzan en un continuo cuestionar de estar con las y los demás en la universidad y en el mundo, obras desde la diferencia y para la diferencia. En este sentido, y es lo que nos resulta más preciado como estudiantes del Programa de Género, es que no hay una manera de estar en el Programa de Género sin cuestionarse la universidad y el proyecto universitario.
Paulo Freire nos recuerda que “no hay situación educativa que no apunte a objetivos más allá del aula, que no tengan que ver con concepciones, maneras de ver el mundo, anhelos, utopías”[iv]. Así, mas allá de los textos y de las aulas de clase, las dinámicas relacionales entre quienes leemos, discutimos y creamos desde el Programa se mueven desde ese continuo cuestionar, el desaprender y los disloques de desarmarnos nosotras y nosotros mismos ante los y las demás y ante el estar con todos y todas en el mundo.
No vamos a clases, sino que las cuestionamos. No insistimos en la repetición vacía de la lectura, sino que la devoramos y desaprendemos para ensayar otras formas de mirar, pensar, ser y estar. Nos declaramos guerra como estudiantes contra nosotras y nosotros mismos, guerra en las palabras y en las acciones, guerra de estar por esa promesa de ser.
En fin, en un momento donde la educación es mercancía neoliberal, donde se asumen bachilleratos y programas académicos pensando en su utilidad para el sistema económico, donde la simultaneidad del tiempo opera desde agilizar su velocidad y control sobre los cuerpos, el Programa de Género se asume desde la lentitud, desde la reivindicación de la inutilidad ante esa Universidad, en mayúscula y singular.
El Programa de Género se asume desde las que quedamos fuera de esa comunidad institucionalizada y la suma de restos, desde los sexos, las razas, las precarias, las ceropositivo… las que no somos. Desde esta experiencia estudiantil, no hablamos de la universidad que queremos, sino de la que estamos viviendo de manera privilegiado con los y las demás. Desde, como diría Imre Kertesz, “la inutilidad de la lucidez”.
Es desde aquí que exhortamos que, a la hora de enfrentarnos a posibles cambios en los proyectos de leyes universitarias, las asumamos desde una lectura fresca de sus casos y acontecimientos. Ver precedentes como herramientas y documentos de trabajos, pero no como marcos que actualizar y contextualizar. Enfrentarnos y atrevernos a imaginarnos otras universidades, a ser otras universidades.
[i]Ley de la Universidad de Puerto Rico, se encuentra en http://senado.uprrp.edu/Informes/Ley-UPR.pdf
[ii]Lissette Rolón, Universidad urgente, se encuentra en http://www.80grados.net/universidad-urgente/ (verificado el 13 de febrero de 2014).
[iii]Fernando Picó, Vocaciones caribeña (Río Piedras: Ediciones Callejón, 2013), 113.
[iv]Paulo Freire, El grito manso, (Argentina: Siglo veintiuno Editores, 2003), 49.