I.
El libro y los sables nunca han cohabitado. Las tizas y la pólvora nunca han sido hermanas.
Otra vez, la universidad vuelve a ser acosada y asediada por la banda del fanatismo. El partido que una vez predicó aquello de que la “estadidad es para los pobres,” empobreció, en apenas dos años, a la mayoría de la población de Puerto Rico. En tiempo récord, tal gobierno cesanteó a miles de empleados públicos, recortó programas, redujo partidas presupuestarias, y orgullosamente preside hoy sobre la debacle y sus abismos.
Sólo un sector—sólo uno—se ha opuesto con consistencia a las prioridades trastocadas. Sólo los estudiantes, bajo sol, sereno, y lluvia; con temple y creatividad, retaron al poder y sus cegueras. La huelga de abril a junio fue el evento político y cultural que marcó ya a una generación e inauguró una forma distinta, aún en su utopía episódica, de liberar espacios y retar poderes. Desde mayo a junio, y a través del chat de Radio Huelga, seguí con atención y admiración una lucha que expresaba muchas similitudes con el semestre huelgario de 1981.
Hay lecciones que deben destilarse y son los estudiantes los primeros a trabajar en ese balance de cuentas para aprender y desaprender.
La lección más importante, a mi juicio, fue que un nuevo país tomó forma dentro de los recintos universitarios. Otras voces deliberaron, discreparon, llegaron a acuerdos y lucharon: un nuevo proyecto se engendró en cada “yo presento una moción” y en “esto hay que llevarlo a las bases”, en la magia tecno de la canción labrada en Radio Huelga.
En marcado contraste con una administración sin datos ni transparencia, un grupo de estudiante estudió, investigó, y plasmó sus esfuerzos en el informe del Comité de Eficiencia Fiscal. En las asambleas, el estudiantado fue muy puntilloso en deliberar sobre sus opciones. En la asamblea de Mayagüez, en junio, hubo diez turnos a favor y diez turnos en contra de la huelga antes de una votación donde los bandos se contaron a mano. En fin, aquella huelga fue otro proyecto, muy refrescante, distinto, y distante de las algarabías apolismadas de la legislatura y su fauna.
Hoy el panorama ha cobrado otro giro. El estudiantado de Río Piedras, en legítima asamblea y con ochocientos votos, aprobó un paro de cuarenta y ocho horas y un voto de huelga. La administración de Río Piedras estaba preparada. Ya tenía, en el argot pedestre de los administradores, su “plan operacional” en pie: El contrato con la seguridad privada estaba firmado, la decisión de arrancar los portones tomada, y la ocupación policiaca del principal centro docente contemplada.
¿Qué hacer?
Antes de peregrinar en un intento de respuesta, algunas reflexiones me parecen obligatorias.
II.
Una huelga de estudiantes es, sobre todo, un gesto simbólico. Es un accionar que reta el monopolio del estado que, por su naturaleza, busca acaparar todo lo que acerca a su órbita. Ese reto, lanzado desde un lugar que es depositario de un saber que requiere y exalta la libertad, acrecienta cualquier fisura en el estado. La normalidad y sus fachadas quedan en entredicho, y aún más en un orden que alega adhesión a principios constitucionales. Y, de entrada, el entarimado gobernante comienza en la defensiva. Un tanque en un campus, un gendarme en un pasillo, son signos universales de barbarie.
Pero es cuestión de tiempo para que el estado busque imponer la “credibilidad” de su poder. Puerto Rico es una colonia. Y como Lázaro al cuarto día, hiede. Mientras el Departamento de Justicia local se esmera en enjuiciar a criminales de poca monta, es el gobierno federal quien realmente impone su orden. Las autoridades federales arrestaron en pleno tribunal local a sicarios exonerados bajo las leyes y procedimientos del ela. Las mismas autoridades arrancaron de sus camas a más de cien policías acusados de corrupción. El estado local es inoperante en la ley y el orden, y es sólo un agente de cobro de los bonistas. En las cárceles locales no hay un solo político corrupto y mucho menos algún personero rico. Esos residen tras rejas federales.
Un estado, agujereado por todos sus costados, despliega ahora su pecho raquítico contra los estudiantes. Es una necesidad instintiva que poseen los estados de decirse a sí mismos que tienen razón de ser. De ahí la ocupación policiaca. Los estudiantes que defendieron la huelga tenían que saberlo y asumir ese riesgo.
III.
El estado en la isla es el paternalismo pulpo. La presencia estatal es avasallante y, por lo mismo, asfixiante. Hasta los cineastas reciben fondos del erario. El estatalismo idolátrico ha producido una horrible dependencia y torcido los razonamientos. Todas las demandas se dirigen al estado; todas las marchas terminan frente a los órganos regentes. Y cada partido gobernante, en los hechos, es un partido-estado: sirve de manera burda a sus seguidores y persigue o es indiferente a los demás.
Ese estatalismo entró en crisis desde hace décadas. Y deben ser las iniciativas individuales y comunitarias las que irrumpan e interrumpan las trayectorias que perpetúan la charca.
IV.
Los estudiantes comprometidos con un nuevo orden de saberes y poderes deben meditar sobre una lucha que, a pesar de todo su potencial, tiene serios límites impuestos por el orden económico. La colonia tiene unos defectos estructurales que le es imposible resolver. No tiene base manufacturera ni política que jamás pueda competir con el trabajo esclavo de China y otros países. No hay agricultura. El turismo ya no compite con Santo Domingo. La banca y los desarrolladores que, irresponsablemente, apostaron a que las leyes de gravedad jamás tocarían la construcción, se toparon con una realidad que siempre envía sus facturas. Hoy la banca local, y sólo en el área hipotecaria, tiene más de cinco billones en cuentas morosas.
¿De dónde, pues, llega el dinero a la isla? Llega de los cinco billones que los contribuyentes norteamericanos envían a la colonia mendiga, y de un presupuesto estatal, más de 24 billones, que se desparraman en agencias inservibles. Esa es la base del comercio. Y de la burocracia política, de sus publicistas, y de sus séquitos.
Es también la base del narcotráfico.
Esa sombra de límites estructurales obliga al movimiento estudiantil, a los profesores, y a los trabajadores universitarios, como custodios y participes en la conformación del saber, a rebasar el marco de los recintos. La lucha en contra de una cuota, aun victoriosa, es una lucha por preservar un espacio de estudio, pero no es una lucha ni para transformar ese espacio ni para reconstruir al país que lo sustenta.
Deseo imaginar diálogos que vayan más allá de la cuota, más allá de lo inmediato, más allá del economicismo estrecho, y se hable de un nuevo proyecto de sociedad. Es patético imaginar que una lucha de tanta envergadura desemboque, como gesto mutilado, en un apoyo al otro partido de la colonia en el 2012.
Hasta el momento, esa visión que rebasa la universidad no se ha articulado. La otredad no se ha pensado. Lamento profundamente que los estudiantes, no por intención, sino más bien por el devenir tan intenso de todo proceso político, no hayan visualizado al otro. Esos otros, esos jóvenes pobres que mueren semanalmente, no han sido parte del horizonte estudiantil. Esos jóvenes pobres, de esos márgenes invisibles, fueron descubiertos cuando llegaron vestidos de guardias de seguridad.
V.
En estos momentos la lucha contra la cuota es lo más necesario, pero no lo más urgente. Lo urgente es liberar el campus de Río Piedras, y de los demás recintos, de la presencia policiaca. A nadie, en su sano juicio, le interesa una atmósfera de jungla Hobbesiana de confrontación abierta o latente.
En 1981, el estudiantado en Río Piedras tuvo que garantizar una huelga con un campus militarizado. Personal de la Fuerza de Choque estuvo en los pasillos de las facultades y francotiradores en los techos de algunos edificios. Fue un campo de concentración, fiel a la mentalidad romerista que venía de asesinar a dos jóvenes independentistas en julio del 78. La gendarmería policiaca disolvió, con gases lacrimógenos y disparos, una asamblea, legítima, pacífica, y calculada en más de diez mil estudiantes, que se dio cita en el vasto espacio entre Naturales y la Torre. El liderato estudiantil, con prohibición de entrar al recinto, se dirigió a la misma desde una tarima en la acera de la Avenida Ponce de León.
Y algo crucial: las fuerzas policiacas de aquel entonces habían sido moldeadas y embrutecidas por las ideas de la guerra fría y su odio irracional contra todo movimiento social. Los estudiantes de hoy tienen que ser cautelosos en sus juicios y aseveraciones. Aún los cuerpos especializados en la represión no han sido, como lo de aquel entonces, indoctrinados en una academia donde—lo digo como hecho—las prácticas de tiro al blanco era contra siluetas que tenían las fotos de líderes independentistas y estudiantiles. Siempre es sabio tener un sentido de proporción histórica.
Pero si bien los cuerpos policiacos de aquel entonces eran prejuicios con cascos y uniformes, ahora hay algo que me parece mucho más perturbador. La policía de hoy es parte y producto de una sociedad vulgarizada y desensibilizada frente a la violencia. Ellos sufren de bajos sueldos, precariedad económica, y hasta de esteroides desquiciantes. Eso es un amasijo explosivo.
La huelga es un medio de lucha. No es un amuleto que se usa en todas las circunstancias. Personalmente, no creo que ochocientos votos eran suficientes para justificar una huelga indefinida. Y mucho menos creo que un proceso social tenga, por necesidad, que restar fuerzas en lugar de aunarlas.
El crecimiento en fuerza es más acuciante ante una administración que, en sus cálculos siniestros, expulsa a diez mil estudiantes de los centros universitarios. Diez mil: ese es el número, cerca de un veinte por ciento del estudiantado que, en la lógica utilitaria de los administradores, no podrá continuar estudiando si se impone la cuota. Eso le da gravedad especial al reclamo estudiantil y obliga a ponderar los pasos a seguir.
Deseo estar equivocado, pero la gravedad aludida no parece corresponder con el acontecer concreto en los estudiantes y profesores. Ahora veo un liderato estudiantil que no tiene la diversidad de abril a junio. Y no logro ver la solidez que tuvo el movimiento universitario en aquellos tres meses. La falta de agilidad que ha mostrado el Consejo General de Estudiantes de Río Piedras es preocupante. No llegó a ningún acuerdo en la reunión del pasado martes, 7 de diciembre. Y acaba de aplazar una asamblea que debe darse cuanto antes.
De ser ciertas, estas son limitaciones serias. Pero quizás, y recalco el adverbio, queden aminoradas y hasta anuladas por algo que sí veo. Veo una profunda sensibilidad en muchos estudiantes por una universidad libre de cuerpos castrenses. Y, si estoy en lo correcto, no habrá clases en los primeros tres días de esta semana. La semana entrante será el momento definitivo.
Creo que lo ideal es una asamblea universitaria, una que represente a los tres sectores, y una que sería la primera en toda la historia de la universidad pública en Puerto Rico. Pero reconozco que, si cada sector tiene sus propias demandas y eso impide una plataforma unificadora, no hay que albergar muchas esperanzas sobre el futuro.
En la ausencia de una asamblea universitaria, propongo, con respeto crítico, una asamblea de estudiantes donde se discuta:
(1) Una resolución a favor de la salida inmediata de la policía del recinto.
(2) Una resolución solicitando que la administración demuestre la imposibilidad de cobrar los más de 70 millones adeudados por las aseguradoras.
(3) Las condiciones presentes para evaluar si la huelga es hoy el modo idóneo para lidiar con la ocupación policiaca y la cuota.
Las realidades económicas de la mayoría de las familias sugieren un boicot a la cantidad de ochocientos dólares. Los estudiantes que reciben la beca Pell no pueden boicotear. El pago es deducido de sus becas. Pero, de acuerdo a los datos ofrecidos por el Comité de Eficiencia Fiscal, el 35 por ciento de los estudiantes no recibe beca.
Creo en un referéndum en todos los recintos sobre (1) la presencia policiaca, y (2) la idea de un boicot a la cantidad de ocho cientos dólares.
Al igual que en el 1981, creo en una matrícula ajustada a los ingresos de los estudiantes. Esto significa que hay familias que pueden pagar más; otras que no verían cambios en sus pagos; y otras que no pagarían nada.
El movimiento huelgario del 81 no logró detener el aumento en el costo de la matrícula. Pero sí logró crear una nueva sensibilidad sobre el carácter cardinal de la educación pública. Esa nueva sensibilidad se institucionalizó en la política de no confrontación; en la creación del periódico Diálogo; y en la negativa de los administradores, por cerca de una década, a no aumentar el costo de la matrícula. Ese fue el legado principal de aquella lucha que, junto a la lucha contra la Marina en Vieques, y la huelga estudiantil de abril a junio de este año, representan los tres hitos cívicos y trascendentes de las pasadas tres décadas.
La lucha política y económica contra una cuota es algo inmediato. Pero lo central, en el corto plazo, es pensar y potenciar un proyecto de sociedad que le ponga fin al actual gobierno pnp y le ponga coto a la colonia zombie que no quiere enterarse de su deceso.
Nota de los editores: El profesor Alejandro enseña Teoría Política en la Universidad de Massachusetts; fue Presidente del Cosejo General de Estudiantes del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto RIco durante el conflicto universitario del 1981-1982. Alejandro hizo pública esta declaración fechada 12 de diciembre de 2010. Diálogo la publica en su versión íntegra en aras de ampliar el debate sobre la situación actual en la UPR.
Proyecto de Universidad Proyecto de Pais de Roberto Alejandro