En un artículo publicado el sábado 27 de febrero, titulado El ideal supremo de la guagua, el presidente del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), Rubén Berríos Martínez, digamos que “deconstruye” la visión de que estamos presenciando un gran cisma ideológico, guiado por diferencias de principios políticos fundamentales, entre los colonialistas y los presuntos soberanistas del Partido Popular Democrático (PPD), entidad que defiende (siempre lo ha hecho) el mantenimiento de la presente relación jurídica y política colonial de Puerto Rico con los Estados Unidos. Aunque coincido en varios extremos con Berríos, deseo presentar algunos comentarios adicionales a los expuestos por éste en lo que respecta al PPD, e identificar algunas diferencias con su análisis. La principal de éstas, tal vez, la dificultad del liderato independentista, para reconocer que el independentismo puertorriqueño se encuentra en una crisis profunda desde hace varios lustros, dramatizado ello por la pérdida de la franquicia electoral por el PIP, debido a la insuficiencia de votos en los sufragios del año 2000 y 2004. Expongo más adelante que ello es, al menos en parte, una consecuencia de la carencia de proyectos democráticos de desarrollo por parte de las agrupaciones independentistas. Lo primero que señala Berríos es la presencia en el debate de un sector que defiende una concepción de relación con los Estados Unidos que no se diferencie fundamentalmente de la existente actualmente. Ese sector reconoce cándidamente que soberanía política no es otra cosa que Independencia. Esta posición rechaza que se promueva cualquier formulación del llamado Estado Libre Asociado (ELA), que implique o se asemeje a la Independencia. Y dice más: tal posición no es consistente con los postulados históricos del PPD. Aunque suene difícil de tragar para algunos, lo cierto es que, en ese sentido, ese sector no se equivoca, al menos no rotundamente. Tal es la esencia histórica del PPD que, como el Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano, fue diseñado para ser la “dictadura perfecta”. Una maquinaria poderosa para ganar elecciones y administrar el presupuesto colonial, nutrido en buena medida de los fondos de transferencias federales, y capaz de dirigir un sistema rentista y de patronazgo, convirtiendo al gobierno en el principal patrono en la Isla. Un estado benefactor subsidiado por el “imperialismo yanqui”. Modelo que, como sabemos, ha colapsado por la ausencia del desarrollo de los sectores productivos de la economía isleña, el uso del aparato gubernamental como empleador, y la existencia de un déficit gubernamental monumental. Cierto es, por otra parte, que el usufructo de la administración de este modelo ha sido compartida por el Partido Nuevo Progresista (PNP), formación que favorece la integración jurídica y política total con los Estados Unidos o “estadoismo”, por diferentes períodos. Sin embargo, es el PPD el dueño en pleno dominio de este modelo y su principal promovente. Otro sector dice defender la defincición de un ELA basado en “mil y una” nociones de soberanía política que, como en los cuentos de Sherezada, pretenden distraer al soberano, y que discurren desde la definición de aquella como la voluntad expresada en las urnas, hasta el concepto de un modelo de “libre asociación” o “república asociada”. De lo que trata realmente todo esto, sin embargo, es de la búsqueda desesperada por unos y otros de formas para atraer electores, mediante alguna formulación del proyecto del ELA que le permita al PRI, digo, al PPD, regresar a la administración del gobierno colonial. Es ese el fin último de toda esta discusión en el seno de esa formación política. Unos apuestan a la búsqueda de aquellos electores que se movilizaron a votar en el 2008 por el PNP. Otros apuestan a atraer a un escuálido sector presuntamente independentista cuya base electoral real en Puerto Rico se reduce cada día más. Por otro lado, no debe obviarse que tras estas aparentes grandes confrontaciones ideológicas, se ocultan los acomodos de unos y otros en la lucha por posicionarse con miras a las diferentes candidaturas para las elecciones del 2012. El PPD cuenta con todo un arsenal demagógico cuando de adoptar posiciones públicas se trata. En este caso, el objetivo no es otro que al final aglutinar su electorado a base de postulados lo suficientemente ambiguos como para que ningún sector se sienta rechazado. Después de todo, se piensa, de lo que se trata en las elecciones pautadas para dentro de dos años es de demostrar que la administración del PNP ha sido desastrosa y que atenta contra la “nacionalidad puertorriqueña”, este último un argumento repetido hasta la náusea en los eventos electorales “boricuas”. Un sector que pretende ser atraído por el PPD mediante estos esquemas demagógicos es el de populares que se autoproclaman como independentistas y “soberanistas”, y que ya han movido en el tablero su primer peón. Lo que alguna vez fue llamado “oposición verdadera”, “puertorriqueñidad”, “antianexionismo”, hoy se declara “soberanista”. En un movimiento para presionar al liderato del PPD, ya ha insinuado que habrá de inscribirse como partido para participar en las próximas elecciones. La movida, promovida por abogados otrora líderes del PIP y otras instituciones isleñas, así como personajes de la farándula, entre otros, no es más que un mensaje al PPD para que se les tome en cuenta en los nuevos reacomodos pre-electorales. Amparados en los discursos del Alcalde PPD del municipio de Caguas, William Miranda Marín, paradójicamente un general de la Guardia Nacional de los Estados Unidos en Puerto Rico, proclaman que es la hora de la soberanía, y que si el PPD no la defiende, ellos acudirán a las urnas en búsqueda del apoyo del electorado. Sin embargo, lo cierto es que la capacidad real de convocatoria de este grupo apela, sin más, a una base escuálida de electores, que en las últimas elecciones se volcó, como siempre, a votar por el PPD, y no pudo evitar su aplastante derrota. En su artículo, Rubén Berríos trata con guantes de seda este sector ideológico, planteando una distinción entre aliados permanentes del PPD e independentistas confundidos, que de verdad creen en la descolonización. Me parece acertado desde su perspectiva, el intento de lanzar puentes en esa dirección. Sin embargo, es necesario reconocer que los sectores que el PIP trata de reconquistar, identifican a la propia figura de Berríos como uno de sus principales obstáculos para respaldar a ese partido. Ello es un hecho tan irracional como escuetamente cierto. Contrario a Berríos, me parece que el “semillero de estadistas” propiciado por el ELA hace mucho tiempo que comenzó a germinar en Puerto Rico. Más aún, sostengo que el independentismo en su generalidad no se ha querido percatar de los cambios dramáticos y profundos, de las nuevas circunstancias en el mundo, que hacen de la estadidad (la integración jurídica y política total a los Estados Unidos) una opción con una viabilidad mayor, que hace unos 20 o 30 años atrás. Relacionado con este planteamiento he comentado en otro lugar, al considerar la nominación de la juez de origen puertorriqueño, Sonia Sotomayor, al Tribunal Supremo de los Estados Unidos, lo siguiente: “La clase política estadounidense ha iniciado el proceso de aceptar el principio de que el elemento unificador del país es el respaldo a los valores y derechos democráticos consignados en la Constitución. Como producto de ese proceso se va configurando con mayor fortaleza una nueva visión del “ser ciudadano” en los Estados Unidos. …[L]as diferencias entre griegos, italianos, negros, judíos, hispanos, y blancos anglosajones protestantes, van pasando a un segundo plano a la hora de seleccionar a las mujeres y hombres que mejor puedan aportar a las instituciones de gobierno. …[S]e trata esta de una aportación fundamental a la política y a la cultura política no sólo de los propios Estados Unidos, sino del mundo entero, y particularmente de Europa. No debe, no puede, ser pasado por alto lo que significa para el mundo y para el propio Estados Unidos la elección de un negro, nacido en Hawaii, hijo de inmigrante africano y de una oriunda norteamericana, a la Presidencia de los Estados Unidos. Ese evento plantea una nueva vertiente en la discusión del rol de las nacionalidades, particularmente en las antiguas metrópolis coloniales. Si bien en el campo económico se discute un retorno del proteccionismo […] hacia el interior de las sociedades y los estados nacionales, adquiere relevancia el rechazo a la exclusión y al odio racial o basado en el origen étnico-nacional de las personas. El ser ciudadano de uno u otro Estado, adquiere nuevos significados y retos que no están definidos a base del sentimiento nacionalista, sino en la aceptación y defensa de un conjunto de principios democráticos esenciales”. En ese sentido, la crisis del independentismo pasa por dos eventos fundamentales. Aclaro, antes de continuar, que con ello no pretendo agotar la evaluación de este tema, sino sugerir, en todo caso, ángulos inciales para su análisis. El primero: la pérdida de relevancia del concepto de Estado-Nación, al menos en aquellas sociedades con cierto nivel de desarrollo o acceso a las nuevas tecnologías, particularmente de la informática, lo que plantea un nuevo tipo de comunidad, nuevas formas de vínculos culturales y conceptos de identidad. Por otro lado, tras la caída del muro de Berlín en 1989, el independentismo carece de un proyecto, de una propuesta de valores políticos, y principios respecto a la dirección que debe tomar el sistema económico. El independentismo boricua se niega a siquiera criticar, ya no digamos rechazar, los modelos autoritarios en Cuba, Venezuela, Nicaragua, o Irán, por ejemplo. Sus modelos ante los ciudadanos en la Isla, son tomados de experiencias autoritarias como las de Singapur. La posición oficial del independentismo, frente a realidades políticas antidemocráticas como las de Irán, Venezuela o Cuba, simplemente es el silencio total, en unos casos, o peor aún, de complicidad delirante. La única guía de acción, el único modelo que se le presenta a los ciudadanos, es el del antiamericanismo y el anticapitalismo. ¿Estaría dispuesto el independentismo a ofrecerle a los puertorriqueños la adopción de modelos de desarrollo democrático, digamos, como el chileno? ¿Qué tal si en lugar de seguir los pasos de los sempiternos “perfectos idiotas latinoamericanos”, como es el caso de Hugo Chávez, el independentismo propusiera un modelo profundamente democrático, de economía de mercado y propiedad privada, y amistad clara con los Estados Unidos, favorecedora de tratados de libre comercio, no fundados en un nacionalismo proteccionista, sino en una apertura mutua de mercados? ¿Qué tal si como parte de este modelo, el independentismo propusiera la protección del ambiente, los derechos de los trabajadores, y los derechos civiles mediante preceptos similares a los adoptados en los propios Estados Unidos? ¿Está dispuesto el independentismo a superar la retórica de una presunta izquierda latinoamericana, perdida en la Historia y concentrada narcisistamente en la admiración de sí misma y en el rechazo del mundo exterior objetivo? Temo que el antiamericanismo, y la noción del anticapitalismo como lucha permanente e irrenunciable, impedirá al independentismo aceptar tales retos. Temo, al final, que esto es pedirle demasiado al independentismo boricua, tan decimonónico y tan burdamente nacionalista. Tal vez es por ello que el “soberanismo”, la última cortina de humo de los viejos aliados permanentes del PPD desde el nacionalismo y la izquierda prehistórica, y el más reciente juego demagógico del PPD, sea el jaque mate al independentismo puertorriqueño. El autor es escritor, bloguero y abogado. Lea la versión original de este análisis en el blog Quantum de la Cuneta.