Con gran sabiduría, el filosofo Pitágoras dijo: “Educa a los niños y no será necesario castigar al hombre”. Veinte siglos después, con magnífico verbo, corazón humanista y dotada visión pedagógica, el brasileño Paulo Freire restableció principios paradigmáticos educativos importantes para el desarrollo de sistemas de enseñanza-aprendizaje que promueven la formación de ciudadanos libres, críticos, responsables y éticos. Freire asignó responsabilidades.
Sus postulados comprometen al educando con su proceso educativo. Les exhorta a entender que su aprendizaje incluye el reclamo de maestros que puedan estimular su pensamiento crítico dejando atrás la educación tradicional que les lleva a la mediocridad conformista, la obediencia ciega y la ignorancia esclavista.
Por su parte, los educadores liberadores vienen obligados a romper con los vicios autoritarios y estáticos implícitos de los modelos educativos tradicionales en los que ellos mismos fueron (de) formados.
Deben construir nuevos ciudadanos comenzando con la transformación propia. “Nadie educa a nadie- nadie se educa a sí mismo- los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo” dice la célebre máxima freireana.
Para Freire, la educación es actividad libertadora y el aprendizaje no cesa nunca. Ayudan a pensar y fortalecer la lucha contra lo que puede esclavizar la mente humana. La verdadera educación, entonces, promueve el cambio dinámico, no el estancamiento ni la preservación de estados de opresión o desigualdad. Todo ello implica, sin ingenuidad ni pausa, retar las actividades de las clases dominantes tan dadas a defender el estatus quo que les favorece.
Pensar distinto requiere valor, dice Freire. Asumir el papel de productor activo de una realidad social distinta donde se trabaje por la justa educación liberadora conlleva riesgos y tiene consecuencias. Las personas que entienden que hay que cambiar el mundo enfrentarán la rabiosa resistencia del opresor que no quiere soltar su dominio.
Por todo ello, para Freire “todo acto educativo es un acto político” necesario para fortalecer la buena democracia. Desde esta perspectiva, en el juego de fuerzas del poder social, romper con la esclavitud de la ignorancia es un acto de guerra que se hace con amor, responsabilidad y reconocimiento a la dignidad y derechos humanos. Toda persona bien educada, por tanto, no puede sino rebelarse contra las injusticias.
Educar es crear oportunidades necesarias para construir la vida en condiciones que permitan elegir las mejores posibles formas de vivir. Esa dinámica de aprendizaje implica trabajo racional, constante e intencional. No basta con preocuparse y no sirve conformarse. Lo fundamental es ocuparse en “crear y recrear” nuevas ideas. Solo así puede el ser humano “dar sentido a lo que hace a cada instante”.
Todos somos pensadores. Todos hacemos cultura. Todos soñamos y tenemos derecho a vivir bien pero Freire apunta que todos compartimos la responsabilidad de educar para el cambio porque la instrucción bancaria, la tradicional, no tiene nada de neutral ni es justa. No resuelve conflictos, solo enseña a racionalizar la impotencia y la conformidad.
El llamado de Freire a luchar por la justicia social mediante la educación problematizadora fue expuesta en su libro “Carta a quien pretenda enseñar”. Es una convocatoria integrada que exige una proposición muy clara: “nadie es, si se prohíbe que otros sean”. Así las cosas, no es decir ni repetir como papagayo las cosas sino crear -cada cual- su propia palabra, su manifiesto de vida, su bandera de derechos y libertad.
El reto a la “dictadura racionalista” de las clases sociales dominantes comienza con la revolución del diálogo sincero y genuino donde las partes se comprometen a escucharse permitiendo espacio para preguntas temerarias que derroquen las respuestas impuestas.
Aprender a vivir con “rabia justa” para atacar las injusticias se puede lograr si cambiamos las coordenadas de los viejos procesos educativos porque todos somos “seres para la transformación, no para la adaptación”. La correcta docencia es la que estimula la disidencia, no la complacencia.
Un educando, pues, es una importante oportunidad de vida en la aventura del progreso social y la noble aspiración humanista de una vida teleológicamente completa para los ciudadanos del mundo. Algo que no parece comprender la administración del sistema escolar público en Puerto Rico… ni remotamente.
La autora es psicóloga y profesora universitaria.