Hay lutos y hay lutos. Algunos se lloran y pasan -como si se diluyeran entre gotas-. Otros, nos dejan suspendidos en el aire por más tiempo. Entonces el cuerpo traza rutas hacia lo que desde el principio nos ha salvado, y volvemos a andar. Al escultor puertorriqueño Raúl José Esterás Roldán le sucedió.
En el 2000, murió su padre. Cuatro años más tarde, falleció su hermano. Tenía 21 años. Ambos golpes lo dejaron con ese sentido de desasosiego que le deja la muerte a los vivos. Buscaba un desahogo, alguna distracción que lo rescatara del detente indefinido. Y justo ahí, en ese lugar de preguntas, lutos y desesperanzas, este joven de ahora 33 años, quien no estudió escultura, sino algunos cursos de mecánica, encontró en el arte un espacio de sanación.
“El arte me sanó. Yo trabajaba con cosas artísticas en la escuela, dibujaba en séptimo grado, pero cuando crecí lo dejé de lado. Un momento traumático me regresó. Los artistas vivimos al filo”, asegura quien dice construirse pieza a pieza con taladros, martillos y pulidoras en mano, y una constelación de estrellas en la memoria.
De niño, miraba la noche durante dos, tres horas. Subía hasta el techo de su hogar en el barrio La Mesa, en Caguas, y se perdía en un pavimento colmado por pintas luminosas. A veces, en medio de la más oscura falta de luz, algunas cosas quedan más claras. Eso le sucedió -y le sigue sucediendo- a Esterás.
Sus ideas y encuentros consigo mismo ocurren cuando se esconde el sol. Durante el día, se dedica a la serigrafía comercial. De noche, esculpe. No con cerámica, sino con clavos, martillos y pedazos reusados de madera. Ensambla materiales rústicos. Una vez intentó explorar materiales más sutiles, más tradicionales, pero no se encontró. Solo cuando entendió la aspereza como una ruta a la creación, comenzó a entenderse como artista.
Contrapone las incertezas, la densidad y lo ficcional de lo nocturno con su tranquilidad, y de ahí surgen sus colecciones. La narrativa de su pieza “Los cuatro astros”, por ejemplo, comenzó en el cielo. Miraba el firmamento con su esposa y sus dos hijas, y vio un destello. Se fijó en el trazo lumínico, y lo tradujo a tornillos y madera. Esta será una de las ocho muestras que exhibirá esta noche en su exposición “Obsesiones nocturnas” a las 7:00 p.m. en The Art Room Gallery, en Hato Rey.
“Es una exhibición madura, artísticamente hablando. He captado la paz de la oscuridad, todo está más estático, más tranquilo”, expresa el artista, mientras recorre con la mirada las paredes sobre las cuales yacen sus piezas, curadas por José Ángel Quiñones, uno de los dueños del lugar de exhibición.
En varias horas, incluso cuando el cielo no luzca tan encendido como cuando hace años Esterás contemplaba las estrellas del universo por horas, en la galería quedará luz, espacio y noche. Eso también es el arte, un antídoto a la más densa oscuridad.