Paola Acuña nació con un solo brazo, pero comenta que no se siente diferente y que puede nadar como todos los demás. Darvin Báez, por su parte, ha encontrado en la natación fuerzas para superar una de sus más grandes pruebas, quedarse ciego a los diecisiete años. Y Ricardo Rosario, un atleta de tiro con arco que sufrió un accidente médico al nacer, ha visto cómo su familia se unió alrededor del deporte.
Los tres, junto al judoca ciego Luis Pérez (quien al momento de realizar esta entrevista ya se encontraba en Brasil), conforman la delegación puertorriqueña que nos representa en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro 2016. Con su participación en el evento de mayor rendimiento deportivo para las personas con impedimento, buscan darle gloria a nuestra isla. Todos llevan varios años trazando el camino que los ha posicionado entre los mejores de su deporte, y tras su desempeño se esconde un hilo de esfuerzo que muchos no conocen.
Acuña, por ejemplo, comenzó en la natación a los cuatro años porque sus padres querían que aprendiera a nadar por seguridad. El deporte, argumentó, derrumbó las barreras del discrimen y se convirtió en su refugio. Por tal razón, decidió continuar nadando, se unió al equipo Nadadores Ponce Leones y comenzó a participar de competencias locales.
“A veces, a veces no”, nos contestó cuando le preguntamos si la han tratado diferente en algún momento. Añadió que cuando la ven nadar se “acostumbran” y la tratan “normal”.
Dice que entiende que esto ocurra, “pues es algo diferente para ellos [las demás personas], tengo que aceptarlo y esperar que me traten igual”.
Segura de sí, no ve que tener un solo brazo sea un reto. Por el contrario, dice que su mayor desafío es tratar de mejorar su marca en el deporte, específicamente en los 50 metros libre (33 segundos).
Esta estudiante de undécimo grado del Liceo Ponceño, practica dos horas de lunes a sábados. Su dedicación la ha llevado a participar de torneos internacionales como los Parapanamericanos en Toronto 2015 y a ser becada en varias ocasiones por la fundación Agito, brazo del Comité Paralímpico Internacional que atrae financiamiento para deportistas con un futuro prometedor.
Darvin Báez, ante los retos de una nueva vida
Báez, quien es estudiante de educación en la Universidad de Puerto Rico en Humacao y cuyas instalaciones utiliza para practicar, aceptó que cuando perdió la vista a los diecisiete años no quería volver a nadar. Regresó porque “uno tiene que aprender a bregar con lo que hay y tiene que seguir para adelante”.
El joven de 20 años y quien nada desde los seis, tiene una condición que se hereda por línea materna, la cual dañó su nervio óptico y redujo su campo visual. Actualmente, solo puede ver algunos detalles en la periferia.
“Los primeros dos meses fueron de negación […] Fue chocante porque me daba miedo nadar y acercarme a las paredes de la piscina y sentir que iba a chocar. Tuvimos que colocar una alfombra negra en el fondo del agua, así yo sabía que la pared estaba cerca, me fui adaptando y le perdí el miedo”, sentenció.
Entre sus ejecutorias, está haber participado de los Parapanamericanos de Toronto 2015, competencia en la que ganó una medalla de bronce en los 50 metros libre. También nadó en los 100 metros pecho, llegando en cuarto lugar por lo que llamó un “error técnico”.
“Cuando estaba nadando, pensé que tenía la pared cerca y me deslicé antes de tiempo, ahí me pasaron los demás y perdí. Iba segundo lugar y llegué cuarto por una décima”, relató.
Báez es también miembro del equipo de natación de la UPR en Humacao y compite en la Liga Atlética Interuniversitaria con deportistas que no tienen impedimento.
Dice que el deporte le ha ayudado a liberar el estrés y concentrarse en sus estudios. Es por esto que quiere utilizarlo para apoyar a otras personas con discapacidad, esta es su mayor motivación para estudiar educación.
“Cuando entré a la universidad todavía tenía visión. Entré al programa de física aplicada a la electrónica. Decidí cambiarme a educación debido a que me gustaría poder enseñar braille y ser maestro de orientación y movilidad para estudiantes”, acotó.
Ricardo Rosario, la arquería a favor de la unión familiar
“Mi mamá tuvo un paro cardiaco durante el parto. El doctor, en la desesperación, me haló por el brazo y me desgarró. Es en el brazo derecho, no puedo estirarlo, mi fuerza es limitada e incluso sentir dolor [en dicho brazo] es algo mínimo”, contó Rosario, quien lleva alrededor de cinco años practicando el deporte de tiro con arco.
Y aunque siempre ha hecho frente a este suceso, nunca imaginó que terminaría representando a Puerto Rico en los Juegos Paralímpicos. Fue su familia, desde sus comienzos en el deporte de tiro con arco, quienes le hicieron ver las posibilidades que tenía como atleta.
Precisamente, su hija menor fue quien en primer lugar se interesó por tener un arco. Siguiéndola, decidió adquirir uno propio y comenzó a practicar. Reconoce que no todos creían en él, de hecho, quien puso el primer obstáculo en la vida deportiva de este padre de 40 años fue el vendedor de una tienda de arcos.
“Tú no puedes tirar un arco, yo te recomiendo una ballesta”, le dijo el empleado del establecimiento.
Rosario hizo caso omiso, aunque aceptó que se sintió un poco mal. Se retiró, compró un arco por Internet para él y para su hija y lo demás es historia. Su esposa y su otra niña también decidieron comenzar en el deporte y en aquel momento fueron conocidos en la Federación de Tiro con Arco como el “Team Rosario”.
Este terapista respiratorio ha participado en el Arizona Cup y en los Parapanamericanos de Toronto 2015. Aunque en ninguna de las competencias ha obtenido medallas, espera dar lo mejor de sí en Río de Janeiro este año.
Su trayecto para participar en las paralimpiadas no ha sido fácil, sobre todo, porque ha tenido que sufragar los costos del equipo que utilizará en la competencia. Y aunque su entrenador David Carrión y la presidente de la Federación de tiro con arco, Gloria Rosa, hicieron las gestiones para que el Departamento de Recreación y Deportes le cediera un arco para competir, “ellos no pudieron identificar los fondos”.
Tampoco ha tenido oportunidad de entrenar fuera del país, ni pudo asistir a eventos clasificatorios antes de las paralimpiadas. Fue escogido al evento por las puntuaciones que acumuló en sus ejecutorias pasadas.
Esto no lo ha desmotivado, al contrario, dice que “me tienen que matar en la raya”. Hoy está en Río de Janeiro y al igual que sus tres compañeros de delegación, espera traer oro a suelo boricua.
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