“… había un manantial sonoro murmurando…”
Ángela María Dávila
Isamar Kristina Anzalotta Hernández es una mujer puertorriqueña de poquito más de dos décadas y media de vida que hace poesía. O sea, la escribe. La hace. Hace sus libros. Uno a uno.
Perdonen la rima: el libro de esta poeta, El camino del Viento, se ha cocido a fuego lento. Anzalotta Hernández golpea duro y despacio; de entrada dice que el parto de su pieza de poesía ha sido “un proceso paulatino”, bien nutrido y desyerbado, con complicidades aún dentro de lo personal, testaruda, catalítica y catártica que de por sí ya es la poesía.
“Actualmente, llevamos alrededor de doscientas copias del libro El camino del Viento, y queremos llegar a trescientas”, le dice a Diálogo, en alusión a su segundo poemario, que salió en febrero.
“Empezamos a hacerlo en agosto y calculando las cien que nos quedan quizás nos tome un mes más. El proceso se ha realizado todo en el taller de mi casa en Villa Palmeras, en Santurce. Hemos contado con el apoyo de varios amigos a la hora de la confección, entre ellos Adriana Córdova y Scott Barbés. Pero en la mayor parte, he trabajado este libro con mi primo, amigo, editor y poeta Alejandro Medina”, explicó.
Medina, cuyo trabajo y existencia son contemporáneos con los de su prima, fundó una editorial, Mesa Ed. Actualmente, dijo la poeta, “trabajamos por las noches cuando cada uno termina sus trabajos. Entramos a otro trabajo, de mucho papel, cartón, barniz, pega, voluntad y dedicación”. Así, el pasado 15 de febrero presentó El camino del Viento en el Museo de Historia, Antropología y Arte del Recinto de Río Piedras. El libro es el segundo en la trayectoria literaria que traza Anzalotta Hernández, pues en 2014 publicó xxx poemas de amor, un homenaje a los 20 poemas de amor de Neruda, con la división Colección para Taller de la casa editorial Qease, del poeta Joserramon Melendes.
Ahora, ¿cuál es El camino del Viento por el que transita Anzalotta Hernández? Hablamos con ella.
Diálogo: Hola, Isamar. Por favor, preséntate para el beneficio de nuestros lectores. Dinos de dónde eres, si estudias o trabajas y ¿cómo es tu cotidianidad? ¿Cuál es tu propósito en el mundo? ¿Cómo fue tu primer encuentro con la poesía? ¿Dónde, cuándo y cómo?
Anzalotta Hernández: Soy natural de Puerto Rico. Durante mi niñez me crié entre los pueblos de Toa Baja – en el Barrio Campanillas – y Arecibo. Nací en el 1991, así que por ahí se hace el cálculo. Entré a los 17 años a la Universidad de Puerto Rico, en el 2009, y culminé mi Bachillerato en Artes con concentración en Literatura.
Mi cotidianidad es sencilla, siempre busco escribir, leer o emplear mi tiempo en cosas que me enriquezcan mi interior. Trabajo con una amiga en la playa vendiendo jugos naturales para subsistir en el día a día, para comida y techo, todo esto después de varios intentos fallidos en la industria de publicidad, hoteles y restaurantes. Siempre que tengo el tiempo de otorgar talleres a la comunidad lo hago, hace rato que no por el libro, pero siempre busco inmiscuirme en alguna actividad cultural donde pueda leer poesía, hacer teatro o aportar en alguna manera. Eso también lo considero importante y parte de mis propósitos. Me gusta acordarme de Luisa Capetillo y, entre tanto que hizo esta brava mujer en el aspecto político, también escribió literatura. Una cita de ella: “Que de granos de arena estaba hecho el mar y en sí mismo él se hacía uno inmenso y monumental”.
Yo creo que cada uno de nosotros somos como un grano de arena en este país y en el cosmos, pero cada granito de esos es una aportación y eso me da una fuerza, se vuelve grande como una médula y hace tanto como lo que hace el mar. La poesía la siento desde niña, siempre andaba con un diario, pero honestamente cuando entré a la Universidad y comencé a ver estos mundos diversos y que en realidad es posible hacer literatura como un arte, y pues ahí como decimos nosotros acá “me explotó la mente”. Pero claro, eso no fue todo, es una darse cuenta de la literatura como una manera de vivir, y entregarte a ella… pues eso no fue así tan simple.
Creo que requirió – y aún lo requiere – mucho valor, valentía y afirmación en el día a día. Fue bien bonito e importante ese momento universitario para mí, pues leer por primera vez en público algo de mi autoría fue retador. Ir a las primeras noches de bohemias que se hacían en la UPR en Carolina, a las cuales asistí varias veces, y luego toparme con un grupo de amigos que hacían taller y grupos de lecturas en “Electroshock” en Río Piedras. Estos talleres y grupos de lecturas fueron pie forzado para seguir escribiendo y creer este fenómeno. Algunos de los compañeros escritores y poetas que eran parte de esta linda experiencia fueron José Luis Lebrón, Alejandro Medina, Gegman Lee, Kenneth Cumba, Carla Bello, Amanda Hernández y Félix Meléndez. Hicimos taller, entre todos, y llegaron hasta veces donde todos juntos le hablábamos a la poesía.
Justo en este momento también surge la revista Parhelios, un proyecto artesanal y de autogestión por el corillo que mencioné al principio. Ellos comenzaron a publicar textos de poesía de nuestra autoría y poesía de la juventud en general, que en ese momento estaban en la Universidad. Ese proyecto de la revista fue para mí una cosa mágica y fundamental, se experimentaron cosas nuevas con el lenguaje y fue puro taller para todos. Lo bonito fue, que aunque luego hubo un rompimiento, de ahí salieron más ideas que ahora forman parte del trabajo de cada uno de nosotros individual.
En mi opinión, Joserramón Meléndes (poeta puertorriqueño, actualmente vivo) fue maestro de todos en ese momento. A veces yo hasta solía no asistir a mis clases solo para irme a sentar a hablar con él allí en el Burger King, por qué sentía que ahí con él aprendía más y más de la poesía, que la realidad era todo lo que más me importaba y de lo que, lamentablemente, a veces la academia se distancia, se desvincula. A raíz de conocer a Ché Meléndes descubrí mis deseos por enriquecer el lenguaje y sumergirme en esto de la poesía, pero además a aceptarlo y verlo más como una vocación. Nunca voy a olvidar un poema de él, situado en La casa de la forma que me aprendí de memoria, no podía parar de declamar en mi mente mientras caminaba y lo quiero citar, decía: “Amor yo no sé dónde te as dormido,/pero te estraño el pelo entre los ojos/” y por ahí seguía.
Diálogo: Te criaste fuera de la urbe capitalina, pero vives en el área metropolitana… ¿cómo influencia tu poesía, tu escritura, ese versus de campo y ciudad?
Anzalotta Hernández: Sí, actualmente vivo en Santurce. Creo que como isla que somos es inevitable que la naturaleza esté presente siempre en nuestra escritura sobre todo el mar, las playas, las montañas. Oye, vivir en el Caribe es una cosa seria. Tenemos este paraíso aquí todos los días, que tal vez no lo apreciamos tanto porque se vuelve costumbre pero hay que hacerlo y protegerlo y defenderlo. En lo que escribo siempre tengo la tierra presente, y como me crié bien cerca de la playa eso siempre va a estar pero si acepto que conocer un poco más de lo urbano desde una experiencia individual ha traído a mi escritura un elemento más grotesco que no es de lo que resalta pero lo hay y cuando pasa es por eso por que acá la vida nocturna urbana suele ser agresiva y violenta.
Diálogo: ¿Quiénes o qué te influencian? ¿Qué autores, qué poetas, qué músicos, qué cine? En la poesía uno puede quizás especular al leerte sobre alguien como Ángela María Dávila… pero de nuevo, solo quién aprieta la pluma es quien debe confesar esto. De mi parte, noto algún tipo de combatividad latinoamericana, de esa que luce perenne, de esa que sale de abajo.
Anzalotta Hernández: Bueno la poeta nacional Julia de Burgos es imprescindible para mí. Es la madre, la empecé a leer desde el principio, y junto con ella a Angela María Dávila, una puertorriqueña que también me enseñó el lirismo, y quien tiene también mucha influencia de Julia. También José María Lima, Jose Ramón Meléndez, y los clásicos a los cuales respeto, entre ellos el poeta Juan Antonio Corretjer y también José Gautier Benítez que luego, cuando voy explorando me doy dando cuenta de todo un aservo y una tradición con la cual cargamos.
Anzalotta Hernández lee de Dávila Malavé:
Entonces están los poetas latinoamericanos, entre ellas y ellos Sor Juana Inés de la Cruz, Delmira Agustini, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges y el poeta español Juan Ramón Jiménez. Todos me han enseñado y me continúan enseñando. Leer los ensayos de T.S Eliot sobre la poesía y “Las olas” de Virginia Woolf ha sido inspiración para seguir alargando y construyendo a la hora de escribir. Para mí, citar es muy importante pues creo profundamente en que se debe leer a los anteriores y darles dignamente su lugar. Hay veces que la poesía se puede volver un tanto densa, porque el proceso de internalizar toma tiempo y espacio sobre todo para no repetir nada. En ese momento entra para mi el teatro, el baile, el cine y la música. Toda confección de objeto manual me llama, todo lo que se trabaja con las manos es como una obsesión para mí. Creo que ahí es cuando entra el ritual y nosotros los caribeños somos mucho de rituales, aunque no se hable tanto de eso en lo cotidiano. Donde más cercana he experimentado la onda de darle vida a algo por sí sólo es en el teatro. Me parece una de las ramas de arte más existente, versátil y moldeable. Los bailes culturales como la salsa y la bomba también son parte de mi sanación a la hora del despojo. Y hay una película que es de mis favorita se llama “La máquina del tiempo”, que la veo cuando quiero escapar de la “realidad del mundo”… Es innegable como el arte en sí se responde a sí mismo, es realmente hermoso cuando una disciplina puede enriquecer a la otra.
Diálogo: ¿Qué es ‘El Camino del Viento’? ¿Cómo entiendes que conversan tus poemas?
Anzalotta Hernández: El camino del Viento para mí es la resistencia, el magnetismo que se forma cuando algo está pasando y tu cuerpo material lo siente.
Es la fuerza que me lleva y por la cual he decidido andar mi rumbo. En una de las primeras partes del libro, titulada “El aire”, hablo un poco de esto. Y cito: “El viento es firme y fértil, / favorable en el Caribe, resistente. / Su camino tiene que ver con las olas / con la resistencia de su eje en el aire / con el aroma y los espirales que trae.” Y luego de describir un poco este fenómeno tengo que hablar de los indios, que fueron los primeros que lo conocieron, nuestra cultura ancestral, y es que aún no me explico como carecemos tanto de su historia, de acercarnos a ella cuando tenemos tanto que aún se está reverberando en nuestras piedras, montañas, personas. En otra parte, en otra serie de poemas, el décimo enumerado se titula así mismo, “Los indios”, reiterando la influencia en este espacio: “Debajo de la arena con los secretos / que todos huyen escondidos/ están las piedras revelando la verdad/ que nadie busca porque teme / a volver a ser / la piedra, la cueva, la leyenda, / la historia de raíz con el rito / la mitología de nuestra sangre caída…”
El libro tiene 117 páginas y se compone de cuatro partes. Cada parte tiene su orden que fue elegido así para el lector y su lectura amena. Hay un poema donde cito a Neruda:
- «Sucede que me canso de ser hombre»
—Neruda
Sucede que me canso y nos cansamos
eso sucede todo lo que debe suceder
y ser mujer es un suceso
que no el orden de las cosas uno escoge
sólo paso, el día, las horas, los ancestros
sucede que no es que cansa ser mujer,
no me cansa la simbología de lo que traigo
mas sí los años y el tiempo, éso cansa,
y también sucede,
me canso de la poca conciencia
esperar en la meta a todos los que dicen que llegarían
sucede que me canso de todo lo que no tiene que ver con ser
mujer de las palabras
todo lo que le falta valentía me canso
—quien dice la verdad real no es bienvenido
eso no cansa, eso sí que no
los momentos de mirar los horizontes como si supieran
que el camino está muy lejos
y la mortalidad nos baila,
¡nos seduce coño!
De aquí se miran muchas cosas
pero hay que ver cuántos ojos tiene el cielo
y desde arriba entonces cuánto se logra mirar
y sucediendo que es lo que se mira que te cansa
a mí pues me suceden muchas cosas
y las imposibilidades.
Entonces:
cuántos recursos puedo tener para lograr ver
ese camino lejos más cerquita
y cuántas veces abordada en mí misma
consumiéndome hasta la vértebra
para ver si se ve un puente
entre todo el infinito que estoy viendo,
lo que sucede es que pensar en el infinito no me cansa
y mucho menos sentirme mujer.
del tiempo se sabe eso muchas cosas
pero sí quien estuvo aquí de primera vez
lo que sucede que nos agarramos
y se prestó para ser un absoluto círculo infinito
que no se cansa de crecer ni de expandir
para nacer, —tiene que suceder
que todos nos cansemos
pues aquí siendo se espera
sucede que hoy cansarme no es opción ni obsesión
tal vez de pies perfectos rodeados de mar
más de seiscientos años pariendo un mito
para suceder sin cansarnos ningunos
para ser sin sucediendo que nos cansemos
carey o lagarto de nuestra arena.
Anzalotta Hernández: Pues para mí, el poeta chileno es de gran influencia sobre todo en mi primer libro – XXX Poemas de Amor –, pero esta cita siempre me cautiva, y es una contra respuesta el poema que le escribo. Cito un verso: “ Sucede que no es que cansa ser mujer/ no me cansa la simbología de lo que traigo…” A mí me parece que nosotras las mujeres tenemos que vivir un mundo muy hostil, más aquí en este país. Por eso una no puede quedar callada. Hay que hablar, decir, sentir y problematizar lo que se crea necesario. Ese diálogo con Neruda en versos para mí es una constante respuesta a lo que vivo y lo que pienso desde donde me encuentro parada, mis dos pies. Que al final ese sentir va a terminar en la raíz, y en la posibilidad de ver las cosas distintas para poder seguir trabajando en lo que uno realmente cree.
Y aquí finalizó nuestra conversación con la poeta. Pero lea más de lo que ella hace. El camino del Viento está disponible en las librerías de Río Piedras, La Mágica y La Tertulia, y en la librería El Candíl en Ponce. También pueden contactar a la editorial Mesa Ed, al correo electrónico: mesaed.17@protonmail.com. Vaya, lea poesía.