Si algo hay que reconocer es que siempre hemos sido persistentes. Muy persistentes, sí. Hemos persistido hacia la autodestrucción.
Fuimos abriendo un camino de flores que supuestamente nos llevaría al Edén. Sin embargo, al empezar el camino, muchos se dieron cuenta de que las flores se estaban marchitando y se detuvieron para atenderlas, pero el resto no nos interesamos. Pues para qué, si seguíamos a la vanguardia por el camino florido.
Otros, se dieron cuenta de que una plaga se estaba alimentando de las flores que dejábamos marchitar. Estos se quedaron para tratarlas, obstruyéndonos el paso; así que, acusándolos de egoístas y “llorones” seguimos nuestro rumbo. De qué se quejan con tanto camino lúcido de frente. Se unieron más y exclamaron que la plaga estaba creciendo y contaminaría todas las flores que quedaban por delante. Entonces, sugerimos acelerar el paso, pero nos refutaron que era momento de dejar de caminar para renovar el camino y garantizar la perdurabilidad del resto de las flores. Los tildamos de ineptos y proseguimos con el plan que nos garantizaría la victoria. Corrimos sin mirar atrás. Corrimos hacia ese sueño con la esperanza muerta de que llegaríamos a la vida plena.
Hoy llegamos al final del trecho y ya no quedan flores. Estamos al borde de un abismo. Sentimos rabia y culpamos a los “vagos”, “quejones”, “queda’os” y “estanca’os” que tanto nos retrasaron. Por culpa de ellos es que estamos como estamos. Miramos hacia atrás para contemplar no más que un baldío. Ahora los llamamos hipócritas. Ellos que hablaban de cultivar y mira cómo lo tienen todo, no se asoma ni una rosa. No podemos mirar hacia atrás, no podemos aceptar la derrota. Al otro lado del abismo nos esperan el gobierno, los legisladores y la Junta de Control Fiscal con nuevas promesas. Si cogemos impulso y brincamos bien alto, podemos llegar al otro lado. Allá está la vida plena. No podemos permitir que todo lo que recorrimos sea en vano.
No nos hemos detenido a pensar por un momento que el abismo que hay bajo nuestros pies fue cavado por los que nos esperan al otro lado, que nos han llevado hasta ahí con la intención aviesa de enterrar a un pueblo engañado. Saben que no podemos llegar al otro lado, apostaron por nuestro eterno delirio y pretenden estafarnos hasta llevarnos a la ruina. Ahora miramos hacia atrás y nos damos cuenta de que fuimos los responsables de permitir el deterioro de la tierra que nos permitiría abrir nuevos caminos. Tildamos de incompetentes a los que lo sabían. Los que sabían que íbamos por un camino equivocado. Los culpamos, cuando fuimos nosotros los que seguimos caminando, los abandonamos y nos dejamos cegar por la ambición.
Pero, ¿y si no nos lanzamos al vacío?
Porque no nos hemos dado cuenta de algo: ese terreno que juzgamos de baldío está sembrado. Cuerdas y cuerdas de tierra sembrada esperando a ser regadas por un pueblo unido que quiere ver a su país florecer otra vez. Nos están esperando. Todos los que se “quedaron atrás”, se quedaron removiendo el terreno para que podamos llevar nuestras semillas. Pensamos que nos guardarían rencor por cuestionar sus prácticas y cebarnos de arrogancia, pero han permanecido con los brazos abiertos.
¿Qué nos queda a nosotros, los que estamos al borde de la oscuridad? No cometer los mismos errores de las generaciones pasadas. Nos toca amar, pero amar de verdad, nuestra tierra. Amar es mucho más que ondear una bandera. Amar es conocer el pasado, aceptarlo y trabajar para que el futuro sea mejor; es perdonar los errores y enmendarlos, amar es buscar soluciones. Y, a veces, amar es desintegrar todo lo que pensábamos que era, dejarlo ir y comenzar de nuevo. Amar es volver a sembrar; volver a tener conocimiento de la tierra que te da el alimento, porque sin ese no hay vida. Amar es apoyar la comunidad, trabajar en equipo, dividir las labores, entender las diferencias. Sobre todo, amar es luchar juntos cuando algo nos afecta a todos. Amar no es de individualistas y ahora, más que nunca, nos toca pensar en el del lado.
Ahora nos toca escoger: podemos tirarnos al vacío y aceptar la derrota; caer en las manos del tirano o, por el contrario, dar media vuelta y unirnos como pueblo. Podemos demostrarles que somos capaces de sanar y cultivar nuestro propio paraíso.
Renacer, volver a comenzar, no es fácil. Conlleva aceptación y compromiso. Nos debería llenar de esperanza ver que detrás de los portones de cada recinto, que en medio de cada manifestación y protesta hay unidad y hay comprensión. Que poco a poco estamos sembrando para cosechar nuevos frutos. Que poco a poco, lugares que antes estaban llenos de basura o abandonados, la comunidad los ha ido recuperando y ha ido sembrando, un poco en la tierra, un poco en sus corazones.
Vamos a conocer y a ir más allá de los titulares. Vamos a hacer este terreno fértil para las generaciones que vienen. Allí están nuestros hermanos, sobrinos, primos, vecinos. Ya están allí, y en un abrir y cerrar de ojos serán ellos los que abrirán nuevos caminos en nuestro país; serán ellos los que estén buscando una manera de salir adelante en la tierra que les vio nacer. No podremos mirarlos a la cara y decirles que viven como viven, porque tuvimos miedo y no luchamos.
Este es el momento de volver a atrás y reconstruir el camino. Alejarnos del abismo, y de aquellos que pretenden invisibilizarnos, para trabajar juntos como pueblo.
Las autoras son exalumnas del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.