Que vivan los estudiantes, han exclamado poetas y cantantes, para saludar el vigor de la vida y la añoranza, a menudo confusa, de un cambio grande que instale una inteligencia nueva y deje atrás las opresiones y sinrazones heredadas. Qué cosa es una revolución sigue estudiándose, pero las teorías se quedan cortas ante la experiencia y la práctica. El pensamiento individual y colectivo de por qué y cómo cambiar la realidad tendría que hacerse movilización política.
Los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico (UPR) lo han dicho de nuevo: Puerto Rico está encarcelado, y se le libera con la fuerza del pueblo y desde abajo. El encarcelamiento de Oscar López Rivera es una metáfora del país. Puerto Rico y la UPR seguirán en prisión, pero esta prisión radica en que el mismo país no acaba de formar su propio poder y su propia ruta. Difícilmente su condición cambiará repitiendo las estructuras que lo estancan; procede construir otras nuevas.
Pero ¿cómo enfrentar un poder financiero global desde una realidad humana local? ¿Cómo ejercer presión sobre un estado que no existe legítimamente, y no hay un orden que pueda reformarse? Bien mirada la cosa, esto es una dictadura, y donde la tiranía es ley —decían los nacionalistas puertorriqueños— la revolución es orden. Sin embargo, sin teoría revolucionaria, escribió Lenin, no hay movimiento revolucionario.
Hay que participar en los espacios institucionales, pero esta participación resulta insuficiente ante la voracidad del capital de succionarnos dinero. La cuestión es compleja; requiere estudio y discusión, no sólo twit y celular.
En los años 30 Pedro Albizu Campos describió como “irresponsable” el gobierno de Puerto Rico, pues nadie responde por sus resultados: ni una clase dirigente criolla, ni el gobierno de Estados Unidos, ni un estado legítimo al cual pedir cuentas. La propuesta junta de control fiscal y las recomendaciones de la empresa consultora que contrató la junta de gobierno de la UPR enarbolan un gerencialismo típico de una corporación o un banco. Para cumplir con la deuda persiguen extraer más rendimiento a los subordinados y coartar la discusión de ideas (ver House Comittee on Natural Resources, Cámara de Representantes de Estados Unidos, “Oversight on Puerto Rico”, 25 de marzo de 2016; y Association of Governing Boards of Universities and Colleges (AGB Consulting), “Building a Sustainable University System: From Conversation to Action; A Program of Change for the University of Puerto Rico”, Washington DC, 12 de febrero de 2106).
No sólo lo harían desde arriba, sino repitiendo las relaciones de producción que generan la crisis. Este neoliberalismo disfraza improvisación con disciplina. No hay dinero, argumenta la gerencia, pero nadie en los partidos y círculos dominantes propone cómo ir a la raíz de la crisis económica y la deuda.
Urge una estrategia de desarrollo, y puede hacerse a partir de prácticas y conocimientos que existen hoy. El gobierno y la UPR han participado del concepto mediocre de subutilizar y reducir recursos que podrían crear una nueva economía, pues ésta podría significar un elemental ejercicio de soberanía. Las clases populares, en cambio, deben pensar la economía de forma estratégica y como esfuerzo de solidaridad social.
UPR: la empresa social más importante
Puerto Rico y la UPR tienen recursos que harían innecesaria la escasez y deterioro que sufren. Sin embargo, las autoridades de la Isla nunca han formado el concepto de que la UPR sea fuente de riqueza. La han visto como un sitio que provee servicios y empleos, no como el gran centro de producción que es. No es accidental esta ignorancia, sino una ideología colonial que incapacita para organizar los recursos y relaciones que construyan un país.
La debilidad histórica del capital privado criollo propicia la empresa social, o sea el uso de recursos productivos coordinados por el gobierno y con vistas a una distribución social de la riqueza. La empresa social más importante en la Isla es la UPR. El conocimiento que produce la UPR puede insertarse en el mercado global y, por otro lado, aplicarse a actividades del país.
Por rutas cercanas a ésta razonaban varios candidatos a la presidencia de la UPR en 2013 cuando fueron frustrados por chanchullos de gente del Partido Popular Democrático (PPD). Fue una lástima, y una lección: los partidos dominantes marginan el intelecto e impiden un desarrollo económico que nazca del pueblo. Evitan reconocer el potencial económico de la UPR, pues reconocerlo sugiere que Puerto Rico podría abrirse camino autónomamente en el mercado mundial, un tabú para la estrechez de miras e inseguridad usuales.
Sobre la UPR hay este dato asombroso: su actividad científico-tecnológica, con sus grandes recursos y fondos, apenas genera riqueza para Puerto Rico. La institución gestiona año tras año cuantiosos fondos federales para investigación —sobre todo en Mayagüez—, pero los resultados de su labor científica no se transforman en mercancías a venderse en el mercado internacional, ni en dinero para Puerto Rico (véase M. Lobato Vico, Encuesta sobre ciencia y tecnología; investigación y desarrollo 2012-2013, Instituto de Estadísticas de Puerto Rico, 2014). No produce para una demanda en el mercado mundial de forma sistemática, y menos aún estratégica. Algunos académicos han tratado de cambiar esto, pero la cuestión no es sólo académica (ver “Handbook of the Materials Characterization Center, Inc”, 2013, www.mcc.com.pr; y M. Gómez, “Chronology of Efforts to Develop the Science and Technology and Research and Development Infrastructure Needed to Promote Innovation and Economic Development: a 46-Year History”, 2013). La UPR tiene que ser parte de una estrategia económica puertorriqueña, que no existe.
La UPR hace actividad científica de investigación y desarrollo, pero desconectada del mercado industrial. Las corporaciones industriales y científicas privadas cuentan muy poco con la UPR para investigación y desarrollo, pues la realizan internamente. Por otro lado, hay una desconexión entre investigación y patentes, pues el gobierno y la UPR carecen de una aproximación al mercado que negocie la oferta científica con la demanda. La falta de estrategia también limita posibilidades empresariales puertorriqueñas en uso de ciencia y tecnología (véase H. Meléndez, “La UPR: entre la investigación y el desarrollo”, en F.J. Rodríguez Suárez y J. Rodríguez Beruff, eds., Aula Magna; polémicas y proyectos sobre la Universidad, Escuela de Arquitectura, UPR, 2015).
Asimismo, la UPR forma investigadores e intelectuales para que se vayan a producirle ganancias a empresas privadas norteamericanas. Mayagüez lo hace abrumadoramente desde hace generaciones y su administración se ufana por lo mucho que lo hace, como si se tratara de desarrollo económico de Puerto Rico. Es una exhibición orgullosa y cándida de labor intensa pero improductiva para el país, en tanto se quisiera edificar aquí un país diferente a Estados Unidos.
La actividad intelectual de la UPR se exhibe en ferias científicas, artículos y oportunidades de admiración y prestigio. Se trata, por así decir, de un performance. El gobierno, El Nuevo Día y los funcionarios elogian los estudiantes, investigadores y profesores por su capacidad, y con razón, pero este talento no se traduce en riqueza a pesar de haber una universidad del estado con tantos recursos.
No debe confundirse estrategia —objetivo de largo plazo— con actividad intensa sin dirección ni relación con el mercado, en espera de que por alguna casualidad mágica la demanda del mercado venga a la Isla. Generalmente los gobiernos abordan el mercado mundial y gradualmente ajustan las producciones del país a la demanda. Hacen un plan para defender los intereses de su país. La falta de sentido proactivo delata la incomunicación de Puerto Rico con el mundo y la imagen cosmética de desarrollo: más espectáculo que iniciativa práctica.
Como las expectativas del país son bajas, y en Puerto Rico se considera un gran logro que haya salarios para consumir y pensiones de retiro, se celebra que la UPR provee empleo a académicos y empleados y que muchos egresados consiguen trabajo en Estados Unidos. La UPR, sin embargo, es fuente de riqueza para el país sólo en potencia.
Así como no aprovecha económicamente la investigación científica, el gobierno apenas aprovecha las contribuciones universitarias de humanidades, ciencias sociales, comunicación, cooperativismo, etc. Tampoco crea institutos técnicos, aparte de la UPR, que se correspondan con una estrategia, pues ésta no existe.
Despojados de nuestra propia productividad
Despojar a Puerto Rico de su propia productividad es tradición que inició Luis Muñoz Marín. Entre los años 30 y el primer cuatrienio de los 40 había auspiciado grupos de intelectuales —núcleos del partido— que trazaron creativamente planes de fuerzas productivas para el desarrollo de la Isla, movilización social, apoyo al capital nativo, redistribución de la riqueza y la tierra y actividad experimental agrícola; pero después de 1945 regresó la improvisación, o más bien el sometimiento a la estrategia de otros. Muñoz invitó el capital estadounidense a invadir la Isla cuando más este capital buscaba expandirse, y le llamó a eso desarrollo económico. Después de un par de generaciones terminó la fiesta y, más dependiente la Isla que antes, sobrevinieron la crisis —que siempre estuvo latente— y el endeudamiento, si bien Washington viene propiciando la deuda puertorriqueña desde temprano en el siglo 20 (ver J. Dávila, “Puerto Rico: el endeudamiento en la estrategia colonial”, NCM Noticias, 21 de marzo de 2016).
El crecimiento económico debía ser veloz por razones políticas, aunque no hubiera estrategia de desarrollo. Asustado por el crecimiento del independentismo, para marginarlo Muñoz necesitó que a toda prisa se expandieran la economía y el consumo popular. No fue “Manos a la Obra” una estrategia, sino reacción táctica. La Isla se abandonó a capitales norteamericanos bancarios, comerciales e industriales que operaron con gran velocidad por sus poderosos recursos. No hubo, al menos orgánicamente, planificación del espacio ni del suelo, transmisión de conocimiento a los puertorriqueños para un eventual proyecto de la Isla, ni permanencia de la agricultura. No debía Puerto Rico ser nación.
Sobre todo a partir de los años 50 se difundió que la UPR se debía a un universalismo abstracto, versus la supuesta estrechez nacionalista. En la práctica, el universalismo significó adherir la UPR a la industria norteamericana. Se formó luego una dicotomía entre idealismo humanista y el materialismo de quienes defendían el potencial económico de la investigación científica viéndola inseparable de la industria estadounidense y resistiéndose a una ruta nacional de la Isla. Lo global y cosmopolita se oponía a lo puertorriqueñista. Se identificaba progreso con competitividad dentro del marco del capital estadounidense y transnacional, y con formas neoliberales de gerencia y economía. Se oponían humanismo antineoliberal versus productividad y mercado.
Una estrategia productiva en función del pueblo podría dejar atrás estas polarizaciones —en parte relacionadas con viejos modos de enfrentamiento entre estadistas e independentistas— y buscar nuevas síntesis a partir del proceso práctico y de una continua discusión informada en la universidad y el país.
Los negocios financieros aumentan el capital-dinero rápidamente, a veces al instante. Una empresa industrial toma bastante más tiempo, una agrícola más todavía. Pero son grandes las posibilidades de la tecnología y el conocimiento si se aplican a la industria, la agricultura, lo agropecuario, marino y energético, y al comercio económico y cultural con el Caribe, las Américas y el mundo.
Un nuevo contrato social
Una estrategia económica puertorriqueña reclamaría un acuerdo social. ¿Cuáles conceptos, grupos políticos o bloque social lo dirigirían? Habría que formarlos, así como una red de actividad intelectual en esta dirección. Cómo sería la participación de cada clase social en una concertación y cuánta fuerza tendría el sector que la encabezara son cuestiones igualmente pertinentes.
No existe un partido de las clases trabajadoras que posibilite la participación —o dirección— popular en el poder político y económico, pero su avanzada podría ser el “partido universitario”. En la realidad contemporánea “clase trabajadora” incluye al estudiantado, incluso a la mayoría de la sociedad. En vez de limitarse al sindicalismo, los “obreros” de hoy pueden ver que la riqueza que producen incluye cultura, conocimiento, ciencia, tecnología, pensamiento, diseño, espacio, arte.
No puede un poder popular ser otorgado por el gobierno, como si fuera una asistencia social. No vendrá por paracaídas la revolución; habría que cambiar mentalidades, crear destrezas de organización, alterar tradiciones, usar los medios de comunicación y crear medios nuevos: rescatar el mundo público de la pobreza cultural del capitalismo actual.
El autor es catedrático de Ciencias Sociales en la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico-Recinto de Río Piedras.