“¡La Plaza del Mercado está cerrada hasta nuevo aviso!”, gritó un guardia a las personas que el pasado miércoles al medio día intentaban entrar al espacio.
Las únicas dos puertas abiertas de la Plaza eran custodiadas por dos guardias privados, tres enfermeras y varios empleados del Municipio de San Juan. Los puestos de verduras y frituras estaban vacíos.
En ese momento no se percibía ningún daño significativo en la estructura. La Plaza sirve de oficina para un médico generalista, un pediatra y un ginecólogo, según dijo a Diálogo una de las enfermeras que esperaba sentada por algún paciente.
A pesar de los embates económicos, la Plaza del Mercado de Río Piedras ha mantenido su actividad comercial. Al lugar acuden diversos públicos, principalmente dominicanos y puertorriqueños.
Este espacio, ubicado en el corazón del casco urbano riopedrense, sirve de laburo para decenas de verduleros, peluqueros, billeteros, carniceros y muchos otros comerciantes que hasta el pasado mes alimentaban la débil economía de esta zona.
Quienes visitan Río Piedras, pueden hacer diversas paradas en algún puesto de venta de verduras, ir a un médico, almorzar o incluso hasta leerse la suerte en alguna botánica. Es también un espacio de amplio tránsito para la comunidad universitaria del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Sin embargo, con el paso del huracán María el 20 de septiembre, la ya lacerada movida comercial de la zona se ha visto socavada por la falta de energía eléctrica, la escasez del trasporte público —ante el cierre temporero del tren urbano y el funcionamiento a medias de la Autoridad Metropolitana de Autobuses (AMA)— o por daños a las infraestructuras de los negocios.
En un recorrido por el Paseo de Diego en el casco urbano riopedrense, Diálogo constató que solo 36 comercios están operando a pesar de no contar con luz eléctrica.
“Esto ha sido fuerte, ya uno no vende, ya uno no sabe ni que más hacer”, manifestó Julio López, residente de Vega Baja y dependiente del negocio “Nutrinal” operado junto a una compañera.
Regularmente, este dúo ocupa un puesto dentro de la Plaza del Mercado, pero, debido a los estragos ocasionados por el fenómeno atmosférico, improvisaron un ligero espacio afuera. Desde allí, ofrecen a los pocos compradores productos naturales, como vitaminas, hierbas frescas y productos de belleza.
“Me he tenido que abstener a muchas cosas… Lo que necesitamos nosotros es que abran ya [la Plaza del Mercado]”, expresó desesperado el también comerciante en una Agencia Hípica.
“Allá [en la agencia] tampoco tengo trabajo, según me contaron el hipódromo no planea abrir hasta enero o febrero”, soltó confuso el hombre.
De acuerdo con el comerciante, personal del Municipio les indicó que se espera que la Plaza regrese a sus funciones entre el lunes y el martes de la próxima semana.
“Me siento confiado, el Municipio nos ha tratado bien”, contestó Julio a preguntas de Diálogo sobre situaciones que han enfrentado al operar su puesto de manera provisional.
La improvisación de Julio no era el único ingenio que se observaba en Río Piedras. Al cruzar la calle que da frente al Banco Popular, se encontraba un colorido y organizado puesto de verduras.
Guineos verdes y una gran cantidad de variedad de legumbres adornaban el puesto de un vendedor que prefirió no identificarse.
Este puesto era el más visitado y el que más vendía en pleno sol de medio día. Anteriormente, el comerciante también ocupaba un puesto en la Plaza del Mercado.
“Yo perdí todos mis productos, todos se me mojaron y se me dañaron… Lo que estás viendo aquí fue lo poco que pude encontrar con mis socios después del huracán”, explicó el vendedor de unos sesenta años y que, según contó, había viajado al centro de la Isla luego del huracán para buscar sus cosechas, pero no consiguió mucho.
“Las cosechas allá [en el centro de Puerto Rico] se perdieron todas”, lamentó.
De uno a uno los clientes
En Río Piedras no hay luz, aunque el agua ya llegó a algunas zonas.
De espalda al sol, unas seis señoras esperaban su turno para entrar a la tienda por departamento. Un joven empleado creaba una barrera en la entrada con un palo de madera.
“La mayoría viene a comprar platos, vasos y utensilios desechables”, explicó Lourdes Maldonado, gerente de la tienda.
En el comercio había un fuerte olor a plástico y los pasillos terminaban difuminados hasta perderse en la oscuridad.
Sin servicios de luz, la dinámica de compra y venta había cambiado. Por cada dos pasillos, había un empleado, las clientas pedían el producto y ellos se lo llevan a la caja registradora.
Otros comercios también realizaban la misma dinámica de entrar a los clientes de uno en uno, por ejemplo en el banco y en las tiendas de ropa. La mayoría de los establecimientos de perfumes, pelucas y accesorios escolares no tenían ni un solo cliente, la oscuridad se apropiaba de varios de estos espacios, pero la ausencia del servicio de energía no era un impedimento para abrir los distintos negocios.
Ese fue el caso de la mueblería Yiyi Plaza Furniture & Decor, cerca de la Plaza de la Convalecencia de Río Piedras.
“Lo perdimos todo en la mueblería: camas, sillas, sillones, todo”, explicó Gisela Dávila, empleada de la mueblería, quien, ante la pérdida, trabaja en la farmacia de al lado, pues “son los mismos dueños”, aclaró.
“Mi jefe se encuentra en el proceso de gestionar lo del seguro y pedir más matress, porque ahora la gente de aquí necesita tener donde comprar lo que perdieron tras el paso del huracán”, aseguró Dávila sin dejar de atender a la clientela.
Durante el recorrido de Diálogo la farmacia estaba llena de personas y bastante surtida. En las góndolas aún había arroz, habichuelas, sardinas, dulces y sopas. El problema más grande es el agua y el hielo, confesó la empleada.
“No está llegando, solo tenemos hielo para los pacientes que visitan la farmacia a buscar su insulina, a ellos se le da una bolsita de hielo que preparamos nosotros aquí en un máquina pequeña”, explicó.
De vuelta al Paseo de Diego, el ruido de un generador eléctrico interfería en la comunicación entre un verdulero y su clienta. En todo el lugar se escuchaban al menos cinco de estos aparatos, principalmente en los establecimientos que hacían uñas y trabajos de belleza.
El bullicio de estas máquinas y de los pocas personas que caminaban por el lugar terminaba en la tienda Pepe Ganga. Después de allí, la vida de este casco urbano se desvanecía totalmente.