Abrió Libros AC, la librería. Entroncada a la esquina de la calle Belaval con la avenida Ponce de León, su estructura ahora forma parte imprescindible del paisaje santurcino, con sus largas vitrinas de cristal, los bordes rojos y las letras blancas que forman tres palabras que nunca pensé ver juntas en un mismo espacio: “Librería, barra y bistro”.
Leer, beber y comer, la apertura de Libros AC fue una prueba de esa mezcla tan nutritiva.
La actividad inaugural fue la presentación, a cargo del escritor Alejandro Carpio, de la novela “La profesión más antigua” de Javier Ávila publicada este año por la editorial AC. Este novelista, poeta, ensayista y crítico literario cuya novela “Different” de 2001 inspiró la obra cinematográfica “Miente”, ha sido galardonado por el Premio Olga Nolla, el Pen Club y el Instituto de Cultura Puertorriqueña.
Pero más importante aun, es que mientras impartió cursos de inglés en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, marcó a muchos y muchas estudiantes. De hecho, algunos de su más devotos alumnos, más de una década después de haber pasado por su salón, estaban allí para ver la presentación de su viejo-joven profesor que ahora ejerce su docencia en el Estado de Pensilvania.
Al entrar a la librería por la puerta que lleva directo a la barra, se ve que la parte interior está dividida por un inmenso mueble negro lleno de libros. Del un lado del librero, está la librería como tal y del otro la barra, donde anoche se servía café, cervezas y vino gratis. Pero hay un pasadizo que permite deslizarse de un lado a otro cómodamente.
Y de la misma forma como se divide este espacio, anoche se dividió la gente; unos en el lado de la presentación y otros en el lado de la barra. Los del lado de la presentación intentaban escuchar, algunos sentados en sillas plásticas blancas y otros parados en la parte posterior. El resto, los que estaban en la barra, bebían, comían y hablaban alto y sin descanso, a pesar de los insistentes reclamos de silencio que llegaban del lado opuesto.
Shhh!
El ruido se convertía de repente en murmullo, pero poco a poco, como el sonido de un carro que viene acercándose, volvía a apoderarse del salón hasta irrumpir en el lado de la presentación, donde se hacía cada vez más necesario que Carpio presentara la novela a gritos.
La apertura sirvió de marco para la presentación de la novela “La profesión más antigua”, de Javier Ávila.
Al principio, me encontraba del lado de la barra, confieso, así que no pude escuchar nada. Pero luego de un rato me deslicé a la otra sala y escuché parte de la presentación. Llegué al otro lado cuando el propio Ávila leía dos poemas de su libro. Dos poemas que forman parte y a la vez se separan del resto de la novela. No solo por la diferencia de géneros, sino también al estar impresos en páginas negras; recurso gráfico ideado por Samuel Medina, uno de los responsables de la apertura de la librería y responsable a su vez de la belleza de las portadas, las solapas, las contraportadas y el interior de las obras que publica Libros AC.
Entonces, parado al otro lado, mirando al profesor de traje negro que leía, me di cuanta que las personas de los dos lados cambiaban constantemente sus posiciones. Eran básicamente las mismas. Iban y venían. Abandonaban el lado de la lectura con las copitas de plástico vacías y al poco rato regresaban de la barra con otra llena de tinto o de blanco. Y regresaban, bien calladitos, luego de haber echo ruido en la otra esquina. Pero del lado de la lectura había más fieles. Hubo gente que nunca abandonó su afición literaria, permanecieron allí sentados toda la noche hasta que terminó la presentación.
Tal vez este escenario fue el más idóneo que pudo haberse dado para la presentación de una novela que habla precisamente de las peripecias de un profesor. Esto, pues la escena era similar a la del salón de clase cuando el profesor tiene que competir con el ruido de estudiantes que lo ignoran, mientras solo un pequeño grupo -cuando no uno- son los únicos que lo atienden. Pero en este caso el grupo que observaba, atento, era mucho más numeroso que el atiende en un salón de clases.
Y de eso habló Ávila, de lo que habla su novela, de su profesión, del lado más oscuro de ejercerla. Pero hizo la salvedad de que él es un hombre feliz, que ama su trabajo, a pesar de la depresión del profesor que protagoniza su obra. Lo que sucede es, según dijo, que la buena literatura es triste y por lo tanto a él, en ese sentido, no le interesa la felicidad, porque quiere hacer buena literatura.
Con esas palabras Ávila se despidió, y el ruido no sufrió más interrupciones.
El espacio cuenta con una librería y un bar y bistro.